Buenos días, pajarillo ((priv. Aiwe y Caelan))

Caelan abrió los ojos cuando el primer rayo de sol de la mañana atravesó la ventana y le molestó. Todavía no se había acostumbrado del todo a aquella cama nueva, con la nueva orientación de los muebles y los nuevos olores, así que solía despertarse con frecuencia porque, además, sobre todas las demás cosas, todavía no se había acostumbrado a dormir acompañado.
Aiwe gimoteó, flojito, y se movió un poco sobre él, acurrucándose y abrazándosele un poco más, todavía dormida y Caelan no pudo evitar sonreír al verla. Pasando la mano distraídamente por su espalda desnuda y observándola sin querer perderse un solo detalle de su rostro, el hombre pensó que era cierto, que todavía no se había acostumbrado del todo a dormir acompañado por otra persona, pero también pensó que, definitivamente, no le desagradaba para nada.

- Buenos días, pajarillo – murmuró sobre su oído, flojito. Le resultaba extraño darse cuenta como de mucho parecía necesitar a Aiwe de repente, sobre todo teniendo en cuenta que siempre la había tenido a su lado sin verla de verdad, pero se dijo que aquello le daba igual también, porque le gustaba, y se limitó a abrazarla un poco más.

Los rayos de sol despertaron a Aiwe, pero ella no quería despertar, estaba demasiado bien allí. Se acurrucó un poco más a Caelan, abrazándolo par asentirlo bien, y es que cada día lo primero que hacía era mirar que aún estuviera allí y que lo que estaba viviendo no era un sueño.
Y es que diez años dan para fantasear mucho y aun no se había podido hacer a la idea, aunque le gustaba mucho todo eso. Notó una mano en su espalda que hizo que su piel se erizara y una sonrisa se dibujara en su cara rebelando que no dormía y abrió un poco un ojo mientras él le murmuraba unos buenos días.

Le miró de reojo un segundo, entre los rayos de sol y sus sábanas color vino se veía precioso y mientras se acostumbraba a la luz empezó a reseguirle con mucho cuidado la cicatriz que le había quedado después de al batalla. Se incorporó un momento, lo miró, sonrió y se estiró otra vez encima de él. – Buenos días, amor – dijo sonrojándose, pues aún no estaba acostumbrada a esa palabra delante de él. - ¿Has dormido bien?

Caelan sonrió imperceptiblemente cuando Aiwe comenzó a reseguir el contorno de su cicatriz como había todas las mañanas desde que despertaban juntos. Al principio, aquel gesto le había extrañado e incluso molestado un poco, porque evidentemente a Caelan le desagradaba la horrible cicatriz que le había quedado después de la batalla contra Golem, pero al final se había dado cuenta de que el gesto de Aiwe rezumaba ternura y cariño en cada caricia y había acabado acostumbrándose. Si ella no hiciera lo mismo todas las mañanas, significaría que había algo que estaba mal.

- Mejor que bien – masculló, de buen humor aunque su voz hubiera sonado cansada. Se incorporó un poco y dejó de rodear el cuerpecillo de Aiwe con el brazo, levantándose y pasando por encima de ella para salir de la cama y estirarse. Se agachó a buscar el pantalón del pijama, que debería estar en algún lugar del suelo ((allí dónde Aiwe lo hubiera lanzado al quitárselo anoche)) y, como no lo encontró, se encogió de hombros y se levantó de nuevo. Se volvió para depositar un beso en la frente de la chica, que seguía tumbada en la cama, y como aquello le pareció poco la besó también en la nariz, los labios, la barbilla y un pecho. Luego la miró y esbozó una sonrisa torcida -. ¿Qué quieres para desayunar?

Aiwe sonrió al oír la respuesta de Caelan, aunque cuando se levantó se le borró un poco. Se quedó embobada mirándole la espalda, y (porque negarle) el trasero también, hasta que empezó a besarla. Cada beso, era un trocito más de felicidad que parecía no caberle dentro y parecían pellizcos de esos que te das para saber que no estas soñando y que todo es real.
Se mordió el labio cuando, finalmente se alejó y se incorporó para mirarlo bien, descaradamente. - ¿te puedo desayunar a ti? – preguntó picarona, aunque rápidamente se levantó y mientras se estiraba preguntó - ¿quedan huevos? ¿o mejor hacemos unas tostaditas con jamón?

Ya que Caelan no había encontrado sus pantalones, Aiwe no se molestó en ponerse el camisón o la bata. Caminó hacia él y lo abrazó por la espalda, depositó un suave beso y, sin soltarlo, se elevó un poco para ver por encima de su hombro lo que hacía. - ¿Qué te apetece a ti? – le susurró al oído.

Actuando probablemente de un modo extraño, como no se había portado nunca antes y que casi le sorprendía a sí mismo, Caelan rió, flojito, y se pavoneó un poco bajo la atenta mirada de Aiwe, meneando un poco el trasero cuando se dio cuenta que era lo que ella miraba.
No le dio tiempo a responder cuando la muchacha preguntó si podía desayunarlo a él, pero cuando le abrazó por la espalda, bajó la cabeza y besó con delicadeza las yemas de sus dedos.

- No quiero más huevos – aseguró, serio. Si había algo que lo que pudiera quejarse desde que estaba con Aiwe, era del zero talento culinario que la muchacha tenía, lo que había hecho que acabara hartándose de comer tortillas y ensaladas.
Tomó un par de rebanadas de pan y las puso a calentar con un gesto de la mano, para que fueran tostándose y se quedaran doradas. Y, mientras esperaba, se giró y atrapó a Aiwe entre sus brazos.

- Si no te vistes, no responderé de mis actos en breve. Y no querrás llegar tarde a clase…

Aún se reía de la caminata de Caelan cuando éste le besó las yemas de los dedos. Le encantaban esos detallitos que tenía siempre, ya se había acostumbrado, y el día que por lo que fuera no los tenía, era como si le faltase algo. Y es que era raro como en el poco tiempo que llevaban juntos, se había acostumbrado a todo eso.

Aunque cuando habló de los huevos, se le borró la sonrisa. La cocina era una cosa que requería paciencia y ella no tenía, así que se ponía nerviosa y acababa la comida quemada. Lo único que controlaba eran los huevos, así que había tortilla día si, día también. Y el comentario le sentó un poco mal, ella se esforzaba, pero era pensar en cocinar y ya se ponía nerviosa y no podía hacer nada.
Pero él se giró, la abrazó, y todos esos pensamientos desaparecieron, y solo estaban ellos. Se puso de puntillas y le besó la nariz – Vas a responder… Que tú también estas así y aún no te he hecho nada – le guiñó el ojo mientras le acariciaba el pecho con un dedo – Además, ahora tocan las tostaditas…

Con un suspiro resignado, una mezcla entre disconformidad y diversión, Caelan se dio la vuelta y se aseguró que las tostadas quedaban bien doradas antes de colocarlas sobre el plato. Untó los panecillos con mantequilla y mermelada, y antes de extender su plato hacia Aiwe, arrancó las sábanas de la cama ((de un color vino intenso que le encantaba y lo hacía sentir como en casa)) y cubrió a la mujer cuidadosamente con ella.

- Ahora si, puedo concentrarme... A medias.
Se dejó caer sobre el colchón y, para demostrar que no era injusto, se cubrió también improvisadamente, colocando el almohadón grande sobre sus piernas cruzadas y luego, los platos sobre la almohada. Cogió una tostada y la mordisqueó, sin perder detalle de los gestos que a su vez hacía Aiwe, distrayéndose con los reflejos dorados que el sol arrancaba en su cabello y en la medio sonrisa desdibujada que permanecía anclada en sus labios mientras comía. Su muñeca delgada estaba adornada todavía por la Ezhellarin, la pulsera que le había regalado prácticamente a la vez que confesaba sus sentimientos por ella...
Y ahora, además, en su dedo relucía el anillo de cristal negro que él mismo le había regalado también, para reafirmar los sentimientos que tenía por ella. Lo había hecho hacía tan solo unas noches, sin ningún objetivo más ((por ahora)) que el de demostrarle su estima, pero ahora, cada vez que la veía, cada vez que un destello del anillo la iluminaba y él lo podía mirar... Sentía que caís de nuevo, y la amaba con más y más fuerza que antes.

- Te queda bien - murmuró, esbozando una sonrisa que apenas duró unos segundos y mordiendo la tostada.

Cuando Aiwe se vio envuelta con las sabanas, se dejó caer en al cama de mala gana, con morritos que quitó cuando él se tapó con el cojín, aunque él seguía enseñando mucho más que ella. Aun así no pudo evitar sonreír al verlo, realmente parecía una adolescente, pero no podía evitarlo (y tampoco lo quería) y si no fuera por las tostadas se le tiraría encima a abrazarlo otra vez.
Empezó a comer, porque alguna cosa tenía que hacer, y la verdad es que tenía hambre. Como cada día, se lo miraba mientras se prometía a ella misma aprender a cocinar mejor y ser mejor novia ya que dependía demasiado de él y al pobre le tocaba hacer muchas cosas que no le gustaban. De vez en cuando se ponía bien las sábanas, que se le caían y no quería provocar, aún.

Cuando Caelan habló paró de comer y se lo miró – Si, el estilo sábana esta muy de moda, es un pena que no sean verdes, me quedarían mejor – se rio y fue entonces cuando vio que él no se refería a las sábanas, se miraba el anillo que le había regalado hacía poco y que ella no había tardado en enseñar a toda la academia.
Sonrojada, le sonrió mientras se apartaba un poco el pelo y luego se miraba el anillo, que no era de compromiso, se lo había dicho; pero ella no podía evitar pensar que lo era, a muy lago plazo, pero compromiso después de todo (las noches después del regalo había soñado con su boda, claro esta que no le había dicho nada). – Claro que me queda bien, lo elegiste tú, para mi.

Caelan sonrió pero no añadió mucho más, y siguió comiendo en silencio mientras se le perdía la mirada por el cuerpo de Aiwe, en su rostro y en su mano, dónde el anillo brillaba cálidamente y le arrancaba una sonrisa a la mujer de vez en cuando.
Él sabía perfectamente el significado que Aiwe le había dado al anillo. Aunque, el día que se lo había entregado, Caelan había tratado de ser lo más claro y conciso posible en el hecho de que no era un anillo de compromiso, sabía que ella se había empezado a hacer ilusiones. Literalmente, parecía flotar de felicidad cada vez que se lo mostraba a alguien, y su sonrisa era tan radiante que incluso a él le entraban ganas de darle la razón y pedirle que se casaran en ese mismo instante. Pero no, aquello era una locura. Caelan nunca había querido casarse, ni nada parecido. El mero hecho de tener una pareja estable como lo era Aiwe, todavía ahora le parecía extraño, confuso, como si fuera algo que no pegase con él aunque de todos modos le gustase… Y, una boda, era llegar mucho más lejos que eso. Y no estaba preparado.

- Te toca lavar los platos – murmuró, esbozando una sonrisa y echándose hacia atrás cuando terminó de comer.
Aiwe se levantó, refunfuñando un poco, y solo entonces Caelan borró la sonrisa y entreabrió los ojos para seguir pensando. Llevaba mucho tiempo con algo dándole vueltas por la cabeza. Antes siquiera de permitirse el lujo de pensar en una boda ((y mucho menos en todo lo que venía después de una boda)), tenía que hacer una cosa muy importante.

- Aiwe… - la llamó a media voz, volviendo la cabeza un poco hacia ella -. En un par de meses, viajaré a Costa Bismuto. Ya he hablado con Medea para poder ausentarme… - la miró y frunció un poco los labios, levantándose para vestirse -. Iré yo solo, ¿de acuerdo?

Aiwe bajó de su nube de felicidad para ir a lavar los platos, sin muchas ganas, pensándose que Caelan la acompañaría, pero no. Él se quedó tumbado en la cama.
Primero se molestó, pero luego pensó que era normal, él había hecho el desayuno y si contaban las veces que cada uno había lavado los platos, ganaba él por goleada. Quizá era la hora de ponerse más con todo lo que eran labores de la casa, aprender a cocinar algo más que huevos, hablaría con su hermana o incluso podría ir a casa y… ¿y si le presentaba a Caelan a sus padres? Quizá él no querría…

De pronto la llamó la llamó y ella en seguida se giró. ¿Costa Bismuto? ¿Solo? ¿Por qué no se la llevaba? De todos modos parecía una decisión más que pensada y si ya había hablado con Medea, poco podría hacer ella. – De… acuerdo. Yo aprovecharé para ir al pueblo unos días, si no te molesta. Le diré a mi madre que me haga una clase express de cocina. – Le dijo sonriente para ver si le decía sus planes.

Caelan dirigió una mirada de lado hacia Aiwe, y le devolvió la sonrisa como diciéndole que todo estaba bien y que no debía preocuparse. Sin embargo, no le explicó nada.

- Eso estaría muy bien, pajarillo. Y bueeeeno... - masculló, levantándose de la cama -. Voy a vestirme. Que palo eso de tener las clases a primera hora...

Se dirigió al armario, evitando a propósito los ojos de Aiwe, que estaba seguro que lucían algo decepcionados por la falta de información, y se vistió sin añadir mucho más.

Hablaría con sus padre acerca de Aiwe y de su relación con ella. Y la próxima vez que fuera a Costa Bismuto ((para lo cual, por suerte para él, todavía podrían faltar años)), la llevaría consigo. Y entonces si. Se casaría con ella.