Ezellarin (Caelan y Aiwe)

Caelan miró a lado y lado del desierto y oscuro pasillo del recinto femenino, y luego clavó la mirada en la puerta de madera oscura de la habitación de Aiwe e inspiró profundamente antes de empujarla. No se molestó en llamar porque supuso que, a esas horas de la noche, la profesora no estaría despierta para recibirle.
Un suspiro asustado en el interior del cuarto le hizo darse cuenta de su error. Encendió la luz rápidamente, antes de que a Aiwe le diera por gritar y llamar la atención de todo el mundo, y se la encontró incorporada en la cama, mirando en su dirección con los ojos muy abiertos y tapándose con la sábana como si esta la pudiera proteger de cualquier demonio que quisiera atacarla.
- Tranquila pajarillo – dijo muy deprisa -. Soy yo – se identificó y Aiwe pareció relajarse un momento al darse cuenta de quién era la persona que se había colado en su habitación en mitad de la noche. Caelan supuso que su compañera no se había dormido porque, igual que él, estaba preocupada por lo que iba a ocurrir mañana en la Academia, cuando evacuaran a los alumnos hasta Mondphase, y habría supuesto que, tal vez, el invasor sería algún demonio o... Maldijo su torpeza, por ser tan poco delicado, y negó con la cabeza. Mejor no pensar en eso -. ¿Estás bien?
Supo que era estúpido preguntar eso, y que estaría claro que el hombre no se habría metido en habitaciones ajenas solo para preguntarle eso a su compañera, pero era un buen modo de comenzar. Su mano se hundió en el bolsillo de su túnica y apretaró fuertemente algo.

Aiwe tenía los ojos abiertos, no los podía cerrar, no se podía dormir. Geel estaba con Fidel, cuidándolo y se sentía sola, sola y desprotegida. Se acurrucó más aún ahogando sus ganas de ponerse a llorar, estaba muy preocupada por la situación, por lo que había pasado y por lo que podría pasar.
Oyó la puerta abrirse y se incorporó, se tapó son la sábana mientras creaba una barrera de aire a su alrededor, iba a gritar cuando la luz se encendió. Cerró los ojos un momento para adecuarse a la luz y miró al figura que estaba en su puerta, antes de que pudiera ver bien quien era oyó su voz y respiró aliviada, era Caelan. Aunque estaba aliviada porque era él y no algún ser maligno, no pudo evitar preguntarse que hacía él allí. Bajó las manos, y lo miró, le había dado la impresión antes, pero ahora lo veía. Estaba apoyado en una de sus piernas, y cuando avanzó un poco lo vio cojear.
Aiwe se mordió el labio inferior, estaba así por su culpa. - ¿Estás bien? – Lo miró mientras negaba con la cabeza. Una lágrima empezó a caer por su mejilla, se la secó mientras otra caía por el otro lado. Miró a Caelan, no quería decir nada, pero lo necesitaba. – Estoy muy asustada. No puedo cerrar los ojos, cuando lo hago solo puedo ver a Golem delante de mi, cogiéndome, aplastándome y después... después ya no veo nada más. – Hizo una pausa para coger aire – Si no hubieras llegado a tiempo yo quizá estaría… - no dijo nada, simplemente bajó la cabeza y se tapó la cara con las manos.

Caelan cerró finalmente la puerta tras de sí y se giró para acercarse a la cama. A Aiwe. Se le encogió un poco el corazón cuando la luz la iluminó del todo y el hombre pudo ver su expresión asustada y sus ojos miedosos.
- Si no hubieras llegado a tiempo yo quizá estaría… - Caelan no quiso dejarla terminar. Ignorando el dolor en su pierna, ese que lo presionaba y parecía decirle “despacio, despacio o no respondo”, el hombre se acercó hasta la cama y, sin decir nada, se sentó a su lado y la rodeó con sus brazos en un abrazo consolador. La apretó fuerte, callado, porque Aiwe se puso a sollozar y Caelan quería evitar que se rompiera. Quiso decirle muchas cosas en ese mismo instante, pero se saturó porque no podía decirlo todo a la vez, y porque todo tenía tan poco sentido que se mareó.
- No te preocupes – acabó susurrando -. No dejaré que te hagan daño – le hubiera gustado añadir su típico “pajarillo” y acompañarlo todo con una sonrisa socarrona, pero solamente aquello tampoco le salió y se quedó muy serio, consolando a Aiwe como buenamente pudo, silencioso, porque Caelan no era del tipo de hombres que solía quedarse cerca cuando una mujer lloraba.
Era solo que Aiwe era diferente, y ahora, después de mucho tiempo dándole vueltas, comenzaba a aceptarlo.
La profesora dejó de llorar al cabo de un rato y se quedó también muy quieta, con la cabeza apoyada sobre su hombro y los brazos de Caelan rodeándole le espalda. El hombre carraspeó, porque aunque la situación se le hizo agradable (y aunque le gustaba el olor a aire y a nada de Aiwe), supuso que debía dar una explicación del por qué de su presencia allí.
- Siento haber entrado a hurtadillas y a mitad de la noche en tu habitación – se disculpó algo torpemente, deslizando su mano hasta que pudo acariciar levemente su cabello -. Estaba un poco preocupado por ti, ya sabes – le salió una leve risa no supo de dónde -, no todos los días tu y tu compañera sobrevivís al ataque de un Golem chiflado.

Aiwe notó los brazos de Caelan que la rodeaban, se dejó abrazar mientras se acercaba a él para poder ahogar el llanto contra su pecho. La estaba abrazando fuerte y lo agradeció porque necesitaba notar que realmente estaba allí, que lo que había pasado esa mañana había sido un susto y que ahora estaban bien, aunque no supiera hasta cuando lo estarían. Oyó que Cae le susurraba algo, pero no llegó a escuchar lo que le decía. Se aferró a la camisa que él llevaba puesta y se intentó tranquilizar. Por un lado agradeció que Caelan no le hubiera dicho nada, aunque por otro lado le hubiera sido más fácil parar de llorar con unas cuantas palabras bonitas.
Paró de llorar pero no soltó al profesor, quien sabía si volverían a estar así de cerca, o si volvería a verlo después de la batalla. La batalla… estarían separados, ella quería estar en al academia, pero la habían asignado al pueblo y no podría estar cerca de él, no solo de él, de los profesores, sus amigos, su segunda familia… Estaba perdida en sus pensamientos, a punto de volver a llorar cuando Caelan habló otra vez.
Levantó la cabeza para mirarle, y le devolvió la sonrisa. - ¿De verdad estabas preocupado por mi? – su corazón se aceleró – Tendría que ser al revés, yo llevo más vendas, pero creo que tu estas peor que yo. – Bajó la vista hasta su pierna – He visto que cojeas.

Caelan le dirigió una mirada fugaz a su pierna, que bajo el pantalón estaba cubierta por una gruesa y molesta venda, y trató que su rostro siguiese lo más indiferente que pudo, aunque la realidad fuera que aquel pequeño detalle lo tenía un poco preocupado. Dejando de lado la molestia que pudiera provocarle, o la elegancia que le restase al andar, Caelan temía que aquello pudiera resultar un problema para con la batalla que pronto sucedería en la academia. Él tenía (necesitaba) estar al cien por cien.
- No te preocupes por mí, estoy bien – susurró de todos modos, y casi se sorprendió al darse cuenta de que no le había costado nada soltar aquella pequeña mentira. Piadosa. Para calmar a Aiwe. Acarició una vez más su cabello y meditó -. Te ha tocado quedarte en el pueblo, ¿verdad? – le preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Caelan se había alegrado por ese hecho en cuanto se había enterado, porque sabía que en Mondphase las cosas estarían más calmadas que en la Academia y que, allí, no correría tanto peligro.
Estaba preocupado por Aiwe porque ella estaba herida, se dijo, pero luego clavó la mirada en un punto indeterminado de la pared y supuso que, las excusas, mejor las guardaba para los demás.
- Te he traído una cosa – recordó, pues aquel había sido el motivo por el que se había presentado en la habitación de Aiwe aquella noche. Se separó un poquito de ella (muy poquito), lo justo como para hurgar en su bolsillo y sacar un pequeño objeto de él: una pulsera de cuero marrón, profusamente trenzado hasta conformar una delicada cuerda ajustable, y en cuyo centro habían engarzado, tal vez un poco torpemente, una gema verde y reluciente. Caelan apenas miró la tosca –y a la vez delicada- pulsera, porque prefirió observar la reacción en la cara de Aiwe al verla -. Ezellarin – susurró en voz baja -. Es un amuleto de protección típico de Costa Bismuto. Si estás en Mondphase no podré echarte un ojo directamente, así que pensé que... Además, la piedra de los ezellarins son verdes y tú... – se calló porque se dio cuenta que se había puesto a balbucear y había pocas cosas más patéticas que un hombre balbuceante. Prefirió no dar más explicaciones por el momento.

- No te preocupes por mí, estoy bien – Aiwe dudó de esas palabras, pero como lo había dicho tranquilamente, como quien comenta el buen tiempo que hace Aiwe lo creyó y esbozó una leve sonrisa que se esfumó cuando él siguió - Te ha tocado quedarte en el pueblo, ¿verdad? – Aiwe bajó la mirada hacía sus rodillas, y estiró un poco su camisón para que estas quedaran tapadas. Sin subir la mirada asintió, deseaba estar en la academia pero entendió que con su estado Medea había decidido que mejor la enviaba a Mondphase pero.... No podía evitar la tentación de enviar a alguien al pueblo en su lugar y ella defender la escuela, después de todo era su hogar y él… él estaría allí y quería estar cerca suyo.
- Te he traído una cosa – Aiwe levantó al mirada, con los ojos muy abiertos. ¿Una cosa? ¿Para ella? No se había dejado nada en el campo de entreno, ni en la enfermería. Notó que Caelan se movió y lo observó, sacó algo de su bolsillo y a Aiwe se el fueron los ojos para ese objeto. Era una pulsera, estaba hecha de cuero marrón trenzado, pero lo que a Aiwe le llamó la atención fue una gema verde y reluciente que estaba engarzada en medio de la trenza. Pasó la vista de la pulsera hasta Cae, y otra vez a la pulsera, no se lo podía creer, no lo entendía. ¿Esa pulsera era para ella? ¿Por qué? Notó como se iba sonrojando, no podía evitar alegrarse por ese regalo, aunque no entendiera el significado de éste. Susurró algo de lo que solo pudo entender “amuleto”, “Costa Bismuto”, “no podré echarte un ojo” y “verdes”.
Aiwe boqueó pero no le salían las palabras, no se podía creer que eso fuese real, jugueteó nerviosa con un mechón de su pelo hasta que la voz le salió. - ¿Esto es para mi? ¿Por?… ¿Por qué? – Se arrepintió de haber pronunciado eso, había quedado muy feo, pero era la pregunta que le rondaba por la cabeza y necesitaba saberlo.

Caelan tardó un rato en responder aquella sencilla pregunta (¿Por qué?), y se quedó todo el rato con la mano extendida en dirección a la mujer y la mirada perdida, fija en la pared. ¿Por qué? Era una buena pregunta. ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Le había hecho ese regalo a Aiwe por muchos motivos. Porque quería protegerla y asegurarse que se mantenía a salvo, porque aunque disfrutase molestándola y poniéndola nerviosa, disfrutaba muchísimo más cuando la veía feliz. Lo había hecho porque era un modo de asegurarse de que no le ocurría nada malo durante la batalla y porque –aunque no lo había dicho y no lo admitiría nunca- la ezellarin rebosaba con su propia energía y a través de ella la podría vigilar y cuidar. Lo había hecho porque la gema era verde y Caelan sabía que, a Aiwe, el verde le quedaba jodidamente bien. Y, ¿por qué no?, lo había hecho porque el idiota de Evan le había regalado un colgante precioso y se le había adelantado, y Caelan no podía ser nunca menos que él.

- Porque me apetecía – acabó respondiendo al final, devolviendo la mirada hacia Aiwe y tomando una de las manos de ella para deslizar la joya y ajustarla a la medida de su diminuta muñeca. Pensó vagamente que, con todos los motivos que tenía y le habían pasado por la cabeza, acabar diciendo aquello era, cuanto menos, de idiotas, pero la mirada de Aiwe, una mezcla extraña y atrayente entre confusión y agradecimiento, se le clavó en las retinas y ya no le importó.

Caelan se tomó un tiempo para responder, un tiempo que en la imaginación de Aiwe se crearon varias respuestas. Ahogó una risilla al imaginarse que se iba a declarar allí mismo, hasta el corazón se le aceleró, por lo que cuando escuchó su respuesta no pudo evitar decepcionarse un poco.
Porque le apetecía… subió la mirada hacía él, ¿qué era eso? Eso no era razón, no le servía. No estaba segura de cómo reaccionar, no estaba segura de cómo se tenía que sentir. Vale, se había hecho ilusiones con la respuesta, pero el profesor había irrumpido en su habitación a altas horas de la noche preguntándole como estaba después de salvarle la vida y después… después estaba el regalo inesperado. Eso daba a pensar que hubiera cambiado de opinión respecto ella y que le iba a declararse, pero no… otra vez se había equivocado.
Se quedó callada mientras él le colocaba el brazalete y se lo ajustaba. Aiwe se quedó con la mirada fija en la gema verde de la que no recordaba el nombre, le gustaba y le sentaba bien. En el momento en que la gema tocó su piel notó un suave calor, cerró un momento los ojos, ese calor era el de Caelan, estaba segura. Había puesto parte de su energía allí, con la otra mano tocó la gema para poder sentirlo un poco más.
Esbozó una sonrisa y levantó la mirada hasta que se chocó con sus ojos verdes que la observaban. Notó como sus mejillas se sonrojaban y su corazón iba latiendo cada vez con más fuerza. – Yo… la… tú… no… - Cerró la boca de golpe. No sabía que decir, quería decirle tantas cosas, tantas… pero no quería arriesgarse una vez más, así que optó por lo que le parecía más sensato. – Eres tú el que me ha rescatado, debería hacerte yo el regalo. Esto es… demasiado.

Durante un segundo, Caelan alcanzó a atisbar un destello de decepción en el rostro de Aiwe, y aquello no le gustó porque supo que, si ella estaba decepcionada, era por su culpa. No quería decepcionar a Aiwe. No quería decepcionarla más.
- Eres tú el que me ha rescatado, debería hacerte yo el regalo. Esto es… demasiado – el hombre parpadeó un poco y asimiló las palabras de Aiwe con asombrosa lentitud. Mientras lo hacía, su mano se movió sola y acarició toda la extensión de cabellos de la mujer en una sola caricia. “Esto es muy raro”, pensó, sumergiéndose en los tonos plateados de sus ojos y en aquellas marcas de miedo y ternura de su piel. Definitivamente había algo raro y nuevo (y agradable y extraño otra vez) en él.
- Yo no necesito nada – le admitió sinceramente -. Solo que me prometas que vas a estar bien – le dirigió una mirada leve a la ezellarin (rápido, porque era más interesante verla a ella) y esperó sinceramente que fuera suficiente para protegerla de todo lo que le pudiera ocurrir. Su mano se crispó sobre el pelo de Aiwe y, para no explotar de pura desesperación, Caelan se inclinó y depositó un beso en su cabeza.
En cualquier otro momento, en cualquier otra ocasión (con cualquier otra persona), Caelan habría besado a Aiwe con pasión, con más saliva y menos alma, perdiéndose en sus labios hasta borrar cualquier rastro que los diferenciara a los dos, pero... En ese momento, en esa ocasión, (con ella), no podría haberlo hecho. Porque era un idiota. Porque estaba equivocado. Porque aquello era raro, y nuevo (y agradable y extraño otra vez), pero también era solo diferente, y a Caelan le comenzaba a gustar.
Porque se había acabado aquello de yonopuedoamaranadie y soyfríoydistantecomountémpanode-hielo.
Porque (aunque no debía y no tendría que hacerlo) se estaba comenzando a enamorar de Aiwe...
...Solo que todavía (con esa guerra y esa angustia por delante) no era el momento de decirlo.

- Intenta descansar – murmuró, bajito, porque ambos estaban cerca y no hacía falta gritar -. Mañana será un largo día.
Después de eso depositó otro beso sobre su cabeza, en la frente, más cerca de sus ojos cerrados, y se levantó deseando que aquello pasase prono y deseando con más fuerza todavía que salieran de ello bien.



(Creo que he abusado un poco de la cursiva, pero me da igual XD Y creo que me he pasado un poco pero... ¡Alegría! ¡Caelan ha medio-reaccionado!)

(Lo siento! No tenía que quedar tan largo pero... En el bus me he inspirado y... ha salido esto. Que conste que eh intentado sintetizar mucho!)


Aiwe cerró la boca poco a poco después de hablar, aún tenía la mente llena de emociones y pensamientos que ni ella misma podía ordenar ni entender. Su mirada se fijó en la mano de Caelan que le acarició el cabello y cuando acabó clavó la vista en sus ojos y se allí se perdió. De golpe todos sus pensamientos tomaron un rumbo, una sola dirección, y bajó rápidamente la cabeza como si fuera una manera de controlarse.
- Yo no necesito nada. Solo que me prometas que vas a estar bien. – Aiwe parpadeó ¿Estaba preocupado por ella? ¿Realmente había dicho eso o era producto de su imaginación? En ese momento solo podía pensar en ellos dos y su sonrisa se ensanchó. Aiwe tenía ganas de levantarse, saltar, gritar, correr, volar, proclamar a los 4 vientos que era feliz. Pero no lo hizo, se quedó quieta, cerca de él; aprovechando al máximo ese momento, sintiendo las caricias, el beso delicado en su cabeza, sus dedos enredados es su largo cabello.
Pese a la situación que estaban viviendo (la guerra que estaba a punto de estallar, su cuerpo herido y el sentimiento de no saber que pasaría el día siguiente), ella era feliz, feliz como no lo había sido en mucho tiempo, por eso cuando Caelan le dedicó unas palabras de despedida y un tierno beso en la frente, Aiwe se quedó parada, no le salían las palabras (Y no sería porque no tenía cosas que decir, al contrario, solo que no sabía por donde comenzar ni como seguir).
Miró como él se alejaba mientras ella se quedaba allí, plantada, callada, sin mover ni un solo músculo. En su mente se iban intercalando imágenes: Un Caelan más joven que se alejaba de una Aiwe con el pelo corto y el uniforme, un Caelan que se presentaba formalmente a una Aiwe acabada de contratar como profesora que le daba la espalda y se iba sin más, un Caelan arreglado que se alejaba después de haber bailado con una Aiwe que lucía un vestido de gala… Siempre lo mismo, y siempre esa sensación de vacío, esas palabras que no salían, esos músculos que no se movían, esos sentimientos reprimidos.
La puerta se cerró y Aiwe reaccionó, se levantó dispuesta a vencer ese miedo que siempre la paralizaba. Se elevó y voló hasta alcanzar a Caelan – C… Ca… Cae… - las palabras no le salían aunque hizo que él se girara. En su mente solo estaban esos ojos verdes que destacaban sobre su piel negra. Le acarició la mejilla con una mano y jugueteó con la punta de sus cabellos negros con la otra, fue en ese momento cuando supo que había llegado el momento de superar ese miedo.
Cerró los ojos, acercó su cara a al de él y lo besó. Lo beso por esos diez años que había tenido ganas de hacerlo, por esos diez años de amor secreto. Intentó disfrutar al máximo ese beso, porque quizá sería el único (o quizá el último tal y como iban las cosas y con la guerra en medio ya que por muy feliz que pudiera estar no podía olvidar que había estado al borde de la muerte). A la vez también intentó transmitir a Caelan todo lo que no se atrevía a decir.
Se separó de él poco a poco, le sonrió roja como un tomate y le susurró un – Gracias – Acto seguido, movida por el miedo y la vergüenza, voló hasta su habitación y cerró la puerta de un golpe. Se tiró en la cama y abrazó uno de los cojines con una sonrisa de oreja a oreja.
Esa noche no iba a dormir, pero sería por una buena razón, no por la preocupación de la guerra.

Caelan fue consciente de lo que Aiwe estaba a punto de hacer apenas un segundo antes de que lo hiciera, por lo que alcanzó a ver como ella se acercaba y ocultaba sus ojos de plata bajo esos párpados de espesas pestañas y pudo contener la respiración. Se quedó, pese a todo, quieto, porque haberla visto no significaba haberlo esperado.
Y Caelan podía haber esperado muchas cosas en aquel momento, pero un beso… No, eso no se lo esperaba.
Cerró los ojos tras un segundo de vacilación, dejándose arrastrar por la calidez y la suavidad de los labios de Aiwe, y se sorprendió a sí mismo bebiendo de ese beso como si fuera un manantial de agua en mitad del desierto, fresco y ligero, calmando su sed. Aquel beso no se asemejaba en nada a cualquier otro que hubiera dado con anterioridad (y la verdad era que Caelan había besado a muchas mujeres a lo largo de los años). Ni siquiera se parecía a ese beso que le había dado a la misma Aiwe un par de meses atrás, también en aquella habitación, también estando ambos heridos, y que había sido solo un electrizante choque de labios que lo había dejado más o menos igual.
En esta ocasión, Caelan pudo percibir con total claridad el calor que desprendían los labios de Aiwe, que lo quemaba y lo dejaban helado por igual, y también aquel perfume intenso a nada en concreto que cada día le gustaba más aunque pareciera estúpido. El corazón le latió con fuerza un momento, mientras se preguntaba vagamente cómo no se había dado cuenta de todo aquello antes (durante alguno de los últimos siete años que habían pasado juntos, tal vez), y luego Aiwe se separó de él y los latidos se detuvieron de golpe.
- Gracias - la oyó murmurar, aunque estaba tan confuso saboreando la sensación de victoria en los labios que no atinó a responder nada en concreto antes que ella se escabullese de nuevo dentro de la habitación y cerrara la puerta con un golpe seco. Parpadeó.
- De nada - susurró a la nada unos segundos después, volviendo en sí y tratando de recomponer su máscara de tranquilidad de siempre para no parecer un idiota (o, al menos, no parecerlo tanto).
Meneó la cabeza para apartar de su mente aquellos pensamientos, y se dijo a sí mismo que ahora tenía que concentrarse en la guerra, en proteger la academia de esta y en salir vivo de toda esa locura. Después, tal vez, podría permitirse el lujo de seguir soñando esas cosas.
O quizá no tendría solo que soñarlo.