Algo no anda bien (priv.)

Mucho antes de abrir los ojos, esa mañana, Tomas ya sabía que algo no andaba bien.
Ya llevaba un buen rato despierto y no se había levantado enérgicamente de la cama, como solía hacerlo, ni se había molestado en desplegar sus párpados para acostumbrarse a la luz natural que se colaba por su ventana, ni siquiera su mente estaba pensando en nada; se encontraba inerte, adormecido, agotado.
Con una suprema pasividad y lentitud, Tomas al fin se atrevió a moverse, llevándose una mano a la cabeza. La cabeza... la cabeza lo estaba sacudiendo con violentas punzadas, se quejaba a gritos, quería... estallar. Gruñó lastimeramente, e intensificó su gruñido cuando escuchó, con una claridad exagerada, todas las voces de los chicos que caminaban y conversaban por los pasillos del recinto, clavándose aun más en su cabeza, cuyo dolor estaba haciéndose cada vez más insoportable.
¿Estaría enfermo?
Sin tener aquello muy claro, y al atreverse a abrir un ojo, la luz intensificó su dolor y acabó aislándose del exterior de su habitación con sus alas, que rodearon su rostro y la zona más alta de su espalda. Una vez que se hubo protegido un poco de toda la luz, todos los sonidos, y todo en general (porque todo le molestaba) intentó seguir pensando aunque su cabeza se quejase cada vez más por ello.
Tomas no recordaba haberse sentido mal en el día anterior... de hecho... de hecho ni siquiera recordaba nada de ese día. Abrió, esta vez, ambos ojos, ahora que sus alas puestas sobre él le dotaban de algo de oscuridad, sin creer que aquello pudiera ser posible. Pero, efectivamente, no recordaba lo que había hecho por la tarde. ¿Había ido a entrenar? ¿Había estado dando vueltas por la academia...? Y tampoco se acordaba de algo tan estúpido como el momento en el que se había ido a dormir.
Completamente confundido, Tomas se llevó la mano que le quedaba a la cabeza, incapaz de determinar qué narices estaba pasándole.

Nerine ignoró deliberadamente las miradas, entre curiosas y confundidas, que se estaban clavando en ella mientras avanzaba por el pasillo del recinto masculino, y se dirigió directamente hasta su destino sin vacilar. Llevaba una cesta con varias cosas cuidadosamente envueltas, y era precisamente esa cesta lo que la había llevado a entrar allí por el camino tradicional y no por la ventana, que había sido su primera opción, porque temía que al saltar desde un árbol pudiera caérsele o romper algo.
Se detuvo un segundo frente a la puerta de la habitación de Tomas y la examinó frunciendo el ceño, notando que varios pares de ojos observaban si realmente iba a entrar o no, y Nerine les dirigió a todos ellos una mirada desafiante antes de empujarla y atravesarla como si fuera la de su habitación.
- ¡Buenos días! - gritó alegremente, cerrando la puerta tras ella con un golpe seco.

Tomas todavía tenía ambas manos colocadas sobre su cabeza, pero ni eso, ni las alas que hacían de coraza, pudieron evitar que escuchase unos pasos alegres, rápidos y despreocupados adentrándose en su habitación como si nada.
Ni siquiera necesitaba que dijese nada para saber que era Nerine.
- ¡Buenos días!
- ¡Ay, jo...der! -correspondió él a su grito, notando como sus oídos acompañaban a su feliz saludo con un pitido insoportable. Además, el grito que él había dado como respuesta también le había hecho daño. Había que ser idiota.
Todavía gruñendo, y con una molesta expresión malhumorada -¿por qué se había colado la niña en su habitación así? ¡Ni siquiera le había dado tiempo a despertarse!-, Tomas alzó cuidadosamente una de sus alas, lo justo para poder mirarla. Estaba esperando junto a la puerta, sosteniendo una cestita entre sus manos, mostrando esa sonrisa amable y feliz.
Aunque le costaba reconocerlo -y, por supuesto, no iba a admitirlo-, verla le hizo sentir un poco menos peor.
- Neri... por... favor -le rogó, en voz baja, muy baja- No grites... que acabo de despertarme... -sin embargo, intentó disimular la razón real por la que estaba todavía tirado en la cama y no quería que ni ella ni nadie hablase con voz fuerte.

A Nerine le bastó una mirada rápida para darse cuenta del estado en el que se encontraba su amigo (pálido, demacrado, con unas profundas ojeras amoratadas bajo sus ojos cansados), y tuvo que hacer un esfuerzo por no soltar una risotada a su costa. Se contentó con seguir sonriendo y se acercó hasta el escritorio, dónde depositó su cesta con familiaridad, como si estuviera en su casa y aquella fuera la cosa más normal del mundo. No se molestó en ser demasiado silenciosa.
- ¿Mala noche? -, preguntó, pícara, aunque sabía que en ralidad la noche de Tomas no había estado mal y que, lo que lo tenía de aquel modo, era más bien la mala mañana.
Siguió mirándole durante unos segundos más, suponiendo que él no estaba en muchas condiciones para darse cuenta, y finalmente se compadeció un poco de él. De la cesta que había traido, sacó una taza y una especie de botellita que contenía un líquido caliente y espeso, de color verdoso, y que desprendía un olor acre, como a yerbas secas. Nerine lo vertió en la taza y se volteó hacia Tomas, con una sonrisa entre compasiva y divertida.
- ¿Puedes levantarte? - preguntó, ladeando la cabeza mientras lo miraba. Se preguntó si, a parte de aquella resaca galopante, Tomas tendría algún recuerdo de lo sucedido la tarde anterior. De no ser así, la niña no tenía muy claro como iba a explicarle su presencia allí (teniendo en cuenta que él la había estado huyendo hasta entonces). De hecho, no sabía como iba a explicarle nada...

Tomas se sobresaltaba con cada ruido que la niña hacía; sus pasos por el suelo, el ruido que hizo su cesta cuando la dejó sobre el escritorio, cómo se acercaba de nuevo a él... y aquella cuestión volvío a hacer que su cabeza se retorciese en el dolor. Sin responder -o sin querer responder- a su pregunta, Tomas cogió aire lentamente, intentando no sonar demasiado gruñón... pero sin lograrlo.
- Neri, ¿podrías, por favor... - "...irte?" era como quería concluir su frase, pero esa palabra se le quedó atascada, y no la pudo escupir de ninguna manera. Quizá no quería que se marchase, aunque estuviese hecho polvo sin ni siquiera saber por qué, aunque ella hiciese ruido y lo molestase. No podía echarla. Gruñó aun más fuerte al percatarse de ello, y se quedó mirando la taza que le acercaba con una mueca extrañada- ...decirme qué es eso? -cambió el final de su frase- ¿Y, ya que estamos, decirme qué haces aquí...?
Entonces, sin darle ninguna respuesta, tampoco, a su segunda pregunta, Tomas intentó cumplirla y levantarse un poco en sus brazos... cuando reparó en que no tenía nada cubriéndole el pecho. Lo más rápido que podía en ese estado, se volteó hasta quedar de espaldas a la chica, un poco sonrojado. Claro que delante de ella todo le daba vergüenza.
Flexionó su brazo hacia atrás y, antes de que Nerine pudiese responder, quejarse, irse, o lo que fuese, Tomas pronunció en voz baja (casi más baja que antes)
- Dame... l-la camiseta que está en el suelo, al lado de la cama.
Al pronunciar aquello, se sonrojó más todavía.

Nerine no había contado con eso. Cuando Tomas se irguió, igual de desnudo que como se había acostado la tarde anterior, a la niña casi se le escapó la taza de entre las manos y tuvo que darse la vuelta de nuevo. Se puso un poco roja, pero tampoco demasiado porque al fin y al cabo ayer había sido peor. Estava más avergonzada solo porque ahora era consciente de que Tomas volvía a ser dueño de sí mismo, y ya no era lo mismo que la tarde anterior.
- Si... Si... - se arrodilló y recogió la camiseta del muchacho, tendiéndosela sin volverse a mirarlo. Lanzó un suspiro y contó hasta cinco antes de volver a girarse. - Así... Mucho mejor.
Compratieron una mirada fija en los ojos del otro, y la niña habría sido incapaz de decir si esta duró un segundo o una hora. Un poco ausente, se dio cuenta del leve matiz molesto que parecía cubrir el rostro de Tomas al tenerla por allí, y ella lanzó un nuevo suspiro y se dijo a sí misma que tenía que ser más considerada. Aunque verle resacoso le hiciera mucha gracia.
- Para ti - insistió, tendiéndole la taza humeante y dedicándole una sonrisa leve y tímida. - No es veneno -, aseguró en broma, viendo su mirada desconfiada. - Es una infusión que... Va bien. Cuando te encuentras en este estado.

(vale, si me aseguras que no es veneno, cualquiera se niega... xDxDxD!!!!)


Cuidadosamente y sin querer acelerar demasiado, Tomas se colocó la camiseta aumentando su expresión enfuruñada y el rojo de sus mejillas, a medida que iba pensando, cada vez con más claridad. Sin embargo, el asombro y la duda seguían ahí, y sólo era capaz de plantearse preguntas. ¿Es que Nerine no podía haberse esperado ni a que se vistiera? ¿Y por qué se había dormido vestido?
¡¿Y por qué no se acordaba de nada?!
Cuando se volteó, se mantuvieron durante unos segundos mirándose fijamente, como si fuese la primera vez que se miraban, con sinceridad, a los ojos. Nerine parecía muy conforme por estar allí, como si él no hubiese estado evitándola, como si... hubiesen hecho las paces sin que él se acordase. Al final, le tendió la taza con unas palabras que aún lo confundieron más.
- ¿En este estado? ¿En qué estado...? -le espetó, sonando enfadado sólo por la rabia que le daba no recordar. Además, parecía que Nerine le estaba ocultando algo... Para empezar, no era muy lógico que se hubiese colado así en su habitación si llevaban sin hablarse dos días... Tomando la taza, se sentó en la cama deshecha apoyándose en la pared (acababa de percatarse de que también estaba mareado) e intentó aclarar un poco su pregunta, creyendo saber, o queriendo intuir, a lo que se estaba refiriendo- Ah... no, no ha sido una... mala noche... no, creo que... sólo me duele un... poco la cabeza, y ya está.
En realidad, no era sólo eso y ya estaba, pero para quedar bien ante Nerine cualquier cosa valía.
Tragó lo que acababa de beber y miró un poco hacia la taza, considerando que, fuese lo que fuese, no estaba mal. Volvió a pegarle un nuevo sorbo.

Nerine sonrió, satisfecha, cuando Tomas aceptó la taza y se la llevó a los labios, pero aquella expresión enfurruñada que todavía lucía (cuando la miraba a ella, cuando no la miraba, cuando parecía pensar, cuando se movía) la hizo desistir en su intención de tomar asiento a su lado. En lugar de eso, se dio la vuelta y se sentó sobre la mesa del escritorio, balancenado las piernas alegremente.
- Ya... - susurró teatralmente (aunque lo dijo en voz baja, porque ya no quería molestarle más y se daba por satisfecha con el ruido que había echo antes), dándole a entender que no le creía. Sonrió. - Tomas, acaso... ¿No te acuerdas de nada? - preguntó. Sabía que el muchacho había notado, al menos, algo raro, aunque no quisiera admitirlo. Se preguntó también si ya habría identificado la infusión como jenjibre y limón, y si sabría para qué se usaba...

Al segundo sorbo, Tomas bajó la taza muy, muy lentamente, como si acabase de percatarse de algo primordial que resolvía, sino todas, casi todas sus dudas. Pero, en realidad, no ralentizó ese movimiento por tener ningún nuevo recuerdo o conclusión.
Lo ralentizó por aquellas nuevas palabras de Nerine, que acababa de adivinar que él le estaba mintiendo. Tomas abrió la boca unas cuantas veces, intentando pronunciar algo, o gritarle, o decir lo que fuese en vez de quedarse pasmado como un imbécil.
- ¿A-acordarme... de qué...? -se atrevió a decir, secamente, tomando carrerilla después de aquella estúpida pregunta inicial- Pero, ¿qué narices pasa? Primero te presentas aquí sin avisar, luego... luego me das esto, y después me vienes con... ¿de qué me tengo que acordar? Quiero que me digas qué me estás ocultando, y quiero que me lo digas...
"...ya"
Pero ese "ya" no salió de sus labios, porque a Tomas ya no le hizo falta. Porque, al mirar a la chica de nuevo, recordó que el día anterior fue, justamente, el único día en que Nerine pudo alcanzarlo para hablar con él. Porque Tomas había cometido el error de subirse a un árbol, creyendo que allí no lo buscaría.
Y porque, aparte, había cometido otro error, mucho, mucho más grave que ese...
- ...la botella -susurró, horrorizado, dejando la taza en su mesita y arrastrándose por la cama (literalmente) hasta alcanzar el borde. Sin poder pararse a pensar nada, ni a regañarse a sí mismo, ni siquiera a odiarse por ese maldito momento en que la había comprado, Tomas quiso cerciorarse bien de que no estaba diciendo ninguna locura asomándose debajo de su cama...
Y comprobando que esa maldita botella ya no estaba allí, donde él la había tenido escondida.

- Mi... er... -fue todo lo que atinó a decir, tratando de levantarse con sus brazos de aquella cómica posicion y comprobando que se había vuelto a marear y no podía moverse. Tomó aire y, al menos, concluyó su maldición- ...da.

Aunque la situación era bastante cómica (al menos desde su punto de vista), Nerine se aguantó las ganas de ponerse a reír porque sabía que aquello no era adecuado, y porque sabía estaba bailando en el filo de un precipicio bastante peligroso. Si se equivocaba, o si decía algo fuera de lugar, Nerine temía perder el equilibrio y volver a caer en la incertidumbre de los últimos dos días, que había pasado persiguiendo a Tomas por la academia sin saber si él la quería perdonar o no (o peor, podía caer hasta el fondo y quedarle claro que, definitivamente, no quería volver a verla). Además, aquel humor irascible que el malestar le estaba provocando, hacía que la situación fuera todavía más delicada. Nerine no quería volverse a equivocar.
- Pues... Si. La botella - repitió ella mientras fruncía los labios con una mezcla de diversión, preocupación y desaprovación. Meneó sus piernas un poco, más porque no sabía qué hacer y porque no se le daba muy bien quedarse quiera, que no por qué realmente tuviera ganas de hacerlo. - Te pasaste... Un poquito - susurró, mirándole un poco de lado. - Un poquito. Te... Bebiste... Casi toda la botella.

Tomas continuó con sus manos rozando el suelo, y su vista clavada en el lugar donde tendría que estar la botella. Estaba tan enfadado consigo mismo que dudaba que alguna nueva frase de Nerine hubiese podido enfadarlo más. Todavía patidifuso, y cuando creyó que el mareo se le había pasado lo suficiente como para no caerse de la cama al intentar subir -eso ya sería el colmo-, Tomas disimuló un aleteo para que su pecho se alzase, y no tuviese que alzarlo él con sus brazos.
Después, se dio media vuelta y se tapó la cara con ambas manos, sin poderse creer lo que estaba sucediendo allí. Se había emborrachado por primera vez en su vida. Y se había emborrachado delante de ella.
Nunca había estado tan avergonzado como en ese momento, nunca, en toda su vida. Porque podía cometer muchos errores, pero ese, entre todos los que pudiese tener... ese era colosal.
Cogió aire, intentando decir algo, o simplemente preguntarle por todo lo que había ocurrido y él no recordaba, pero siendo incapaz. A su mente sólo podían acudir dos palabras.
- Lo... siento -murmuró finalmente, con voz queda- Te prometo que... bueno. Te juro que era la primera vez que hacía una cosa así. No... sé que me pasó.

Nerine ladeó la cabeza hacia otra dirección e hizo que sus piernas dejaran de balancearse para recogerlas contra su pecho, abrazarlas y evitar así el impulso de saltar hacia la cama, abrazar a Tomas y decirle "No pasa nada". El muchacho parecía, de nuevo, aturdido, y escondía la cara entre las manos como si estuviera muy avergonzado (porque lo estaba, se dijo la niña, aunque a ella no le gustase verlo así). Su mueca dejó de verse divertida, preocupada y desaprovatoria a la vez para verse solamente preocupada.
- ¿Por qué te disculpas? - le dijo suavemente, restándole importáncia, repitiendo las palabras que Tomas siempre usaba con ella cuando le daba por disculparse por todo lo que hacía mal. Porque nada estaba mal. - No hiciste nada malo - el muchacho pareció encogerse un poco y, por supuesto, no la creyó. Nerine se dio cuenta de que había formulado mal la frase y trató de corregirse a sí misma atropelladamente. - Quiero decir, claro que si, ¡emborracharse está mal! Ui - se tapó la boca con la mano. - Perdón por gritar, se me ha escapado. Lo que quería decir es que... - pensó cuál sería la manera más acertada de decirlo. - Lo que quería decir es que no hiciste nada mano estando bebido. Sí, eso. Conmigo, te portaste bien...

Tomas no se sintió en absoluto consolado por las palabras de Nerine. Subió un poco las manos a su cabeza cuando emitió aquel gritito, todavía sintiendo dolor en ella, y atendió al resto de su frase casi sin parpadear. Para colmo, no había bastado sólo con que ella lo viese en aquel estado, sino que había tenido que estar con él.
Aquello iba siendo más horrible por momentos. Suspiró amargamente, sin atreverse a preguntar nada por miedo a lo que Nerine pudiese responder, pero... sabiendo que había pasado, y que lo tenía que reconocer. Además, la niña no parecía muy enfadada con él. No podía haber hecho nada demasiado grave cuando Nerine no estaba enfadada. ¿O si?
- Dime que no hice muchas tonterías. Y que no dije, tampoco -no le dejó tiempo para responder, rememorando otra cuestion que era casi más importante que aquellas dos anteriores- Y... y... y dime que nadie nos vio...

Nerine bajó la cabeza para evitar la mirada suplicante de Tomas, que le pedía que le confirmase algo que ella no podía decir, y se preguntó hasta que punto, lo sucedido la tarde anterior, podía ser considerado una tontería. El suspiro amargo del muchacho no hizo nada más que obligarla a morderse el labio.
¿Hacer muchas tonterías? Bueno, el mero hecho de haberse bebido una botella entera de ese líquido asqueroso y que olía tan mal, ya era considerado como hacer una soberana estupidez por parte de la niña, pero suponía que él no se refería a eso. Se rascó la mejilla, recordando los ataques de risa que le habían entrado por cada tontería que se le pasaba por la cabeza (ataques de risa a los que ni siquiera Nerine había sido capaz de encontrar sentido), o acordándose del glorioso descenso del árbol que había hecho y que casi le había provocado un infarto a la niña. Se puso un poco roja al recordar la posterior caída que los había arrastrado a ambos al suelo, y las caricias en sus mejillas y su cabello, y... Meneó enérgicamente la cabeza.
¿Decir muchas tonterías? Aquí la niña no pudo reprimir un leve sonrojo directamente, recordando... Recordando varias de las cosas que habían hablado. Tomas preguntándole por lo que sentía o dejaba de sentir por L, su confesión acerca de la vez que había estado a punto de besarla aunque ella no se hubiera dado cuenta, la petición que le había hecho, rogándole que al menos ella fuera feliz... Cuando ella le había dicho que le quería y él había dicho aquello de "a mi quererte a secas se me queda corto"... La preocupación por su estado y los esfuerzos que había realizado Nerine entonces para conseguir llevarle hasta su cuarto y ponerlo a dormir, la habían distraído lo suficiente como para que no volviera a pensar demasiado en ello, al menos, hasta que se había quedado sola de nuevo. Entonces había pensado que, al fin y al cabo, Tomas había dicho todas esas cosas mientras estaba fuera de sí, y Nerine no sabía que credibilidad podía darles.

Notó la mirada de Tomas fija en ella, cada vez más nervioso al percatarse de su silencio, y Nerine supuso que tenía que contestar de una vez si no quería que le diera un infarto. Pero ella no podía mentir. No podía simplemente decirle "Ui, si, dijiste muchísimas cosas que no creo que estando sobrio hubieses dicho y, ya que estabas, hiciste varias tonterías más", porque entonces sería peor. Volvió a morderse el labio.
- Creo que... Nadie nos vio - dijo finalmente, omitiendo las dos primeras preguntas, porque era incapaz de mentirle y porque no tenía ni idea de qué respuesta podría darle entonces. Esperó que su cara no hablase demasiado por sí sola.

Tomas percibió cómo la niña se quedaba pensativa, muy pensativa. Demasiado. A pesar de que había agachado un poco la cabeza, cuando Tomas se volteó para poder observarla de frente, pudo encontrar todas sus dudas reflejadas en sus ojos, y reparar en esa mano que se había llevado para rascarse una de sus mejillas, y en la sacudida frenética de su cabeza...
Y en el leve rubor que acababa de cubrirle el rostro, también.
Aunque siguió mirándola fijamente, Tomas no pudo evitar sentirse arrastrado por sus conclusiones, unas conclusiones que eran inevitables. Porque estaba claro que la niña no se habría colado así en su habitación si en esa tarde anterior no hubiese ocurrido nada, algo que ya había descartado hacía un rato.
El problema estaba en si había ocurrido algo más de lo que a él se le podía pasar por la cabeza. Desde un primer momento, él había contado con caídas, frases sin sentido y estupideces semejantes, pero... por eso no se habría sonrojado Nerine, ni se habría quedado tan pensativa, meditando qué responderle... ni habría admitido antes eso de "Conmigo, te portaste bien..."
- Creo que... Nadie nos vio
Al fin, Nerine prefirió no decir nada sobre sus dos primeras cuestiones, y decidió responder tan solo a la tercera que, por otra parte, también tenía su importancia. Al menos, hubiese ocurrido lo que hubiese ocurrido, iba a quedar entre ellos dos.
Ahogando un suspiro, Tomas dejó caer su cabeza entre los brazos, sin saber ya si quería una respuesta a esas preguntas o prefería acobardarse, y dejarlo estar.
Por el momento, todo lo que pudo hacer fue permanecer en silencio, cada vez más confuso... y más enfadado consigo mismo.

Nerine observó con timidez como Tomas terminaba de estirarse sobre la cama y escondía la cabeza entre las manos, y se preguntó si estaba confuso, mareado, avergonzado, enfadado o todo a la vez. Se pasó una mano por el pelo -igual que se la había pasado él la noche antes, con un gesto que la niña no había dejado de repetir- y finalmente saltó del escritorio y se acercó a la cama.
- Tomas - lo llamó suavemente, estirando una mano hacia él y colocándola sobre uno de los brazos del muchacho. Trató de convencerse a sí misma que no pasaba nada, y se sorprendió al darse cuenta de que sí, que a ella no le importaba. Que nada había cambiado. Que lo quería como siempre, aunque... Él no se acordase de nada. Aquel pensamiento la hizo sonreír. - Tranquilo.

Hasta que no escuchó a Nerine pronunciar su nombre con suavidad, Tomas no se atrevió a levantar la cabeza, a levantarla un poco, al menos. Vio como ella dejaba asomar una sonrisa y le pedía que estuviese tranquilo, como si así quisiera decirle que le disculpaba cualquier cosa que hubiese hecho, que bastaba con que le restasen importancia.
Pero para él no era tan sencillo como, simplemente, dejarlo todo estar. Porque había estado dos días sin hablar con esa chica y, de repente, de la noche a la mañana acababa de percatarse de que ya no la podía evitar más, ya que había sucedido algo que no recordaba. Sabía que habían hablado sobre eso, sabía que ese vampiro al que tanto detestaba había sido uno de los temas de conversación, pero... ¿qué había dicho Nerine? ¿Que habían existido más besos aparte del que él había visto, que se querían?
Tomas... Tomas no tenía claro nada. Bueno, sí, si tenía claro algo; tenía claro que quería a Nerine, y la seguiría queriendo aunque estuviese encaprichada de todos los vampiros que se hubiesen cruzado en su camino. Por eso, no recordar nada de su conversación, ni intuir a qué venían sus sonrojos, ni saber si él le había confesado algo de sus pensamientos... lo estaba asesinando.
Se irguió con cuidado, apartando su brazo de la mano de Nerine y tomando la taza que había dejado olvidada en la mesita. Miró hacia la cama, y murmuró lo único que podía murmurar en ese momento.
- Creo... creo que estoy hecho un lío
Entonces, se atrevió a levantar su mirada para observar a la chica, como si ella fuese capaz de diluir sus dudas, o como si mirarla le fuese a ayudar a sentirse mejor.

Nerine podía entender aquello. Podía entender que para Tomas no era fácil hacerle caso y estar tranquilo, porque no era fácil simplemente cerrar los ojos e ignorar que podía haber pasado algo importante que tu no podías recordar (sobretodo cuando Tomas era incapaz de acordarse, entre otras muchas cosas, que ellos dos ya habían hecho las paces), así que no la molestó en absoluto que no quisiera que se acercase demasiado y apartase el toque que había hecho sobre su brazo. Se irguió de nuevo y se quedó, parada y de pie, justo al lado de la cama.
- Exactamente... ¿Qué es lo que quieres saber? - le preguntó, cruzando los brazos por detrás de su espalda y mirándole interrogante. Tal vez, si lo concretaba un poco, Nerine podría responder solo a lo que más preocupaba a Tomas, y luego podrían olvidar lo demás. Olvidar no era difícil. Ella lo hacía constantemente.

Cuando Nerine le formuló aquella pregunta, Tomas hizo descender sus ojos de nuevo a la taza, y deslizó un dedo por su borde. En realidad, quería saber muchas cosas. Quería saber qué estupidez habría hecho para que, cuando en ese momento Nerine la había recordado al quedarse pensativa, se hubiese sonrojado levemente; también quería asegurarse de que no había hecho nada que pudiese haberla hecho sentir mal...
Pero, por encima de todo aquello, Tomas necesitaba con urgencia recordar algo primordial, algo que estaba a punto de acudir a su mente pero, por mucho que él rebuscaba... no llegaba.
Tomó aire y, todavía mirando la taza, comenzó a hablar con un toque de duda más que notable en su voz.
- Pues... cuando... cuando llegaste... no sé por qué no recuerdo nada de cuando llegaste, al árbol. Yo... no creo que estuviese tan mal entonces... bueno, llevaba media botella, pero... -Tomas se detuvo, al considerar que, para no haber bebido nunca, eso quizá si que fuese estar mal. Sacudió la cabeza-, da igual. El caso es que... sé que estuvimos hablando de... -tuvo que coger más aire de lo normal para poder soltar su siguiente palabra. No terminaba de tener claro si la podía utilizar ya, o sería inadecuada- nosotros. Y de... tu vampiro. Todavía no me queda claro si... si lo besaste porque sí, o porque lo... quieres, o porque queríais urgentemente algo de intimidad y era la mejor manera de echarme... el plan no os salió muy mal
Tomas sabía que no tenía que enfadarse con Nerine por aquel beso, porque la culpa era tan suya como de Lugat -y, aparte, ella podía querer a quien quisiera, y Tomas no tenía por qué molestarse por ello-, pero no se pudo contener. Esa pelea interna que se desarrollaba dentro de él desde esos días que había estado lejos de ella, sumada al hecho de haber hablado ya sobre eso y no recordarlo... era más que suficiente para que sonase, al menos, un poco enrabietado.

Nerine bajó automáticamente la cabeza, como si Tomas la estuviera regañando (porque vale, tenía que reconocerlo, no era aquello lo que esperaba que le preguntase), y comenzó a juguetear con el borde de su falda nerviosamente, preguntándose qué era lo que tenía que contestar.
Para empezar, y aquello lo tenía bastante claro, L no era su vampiro, aunque la idea en sí hizo que las mejillas volvieran a calentársele, y tampoco era correcto decir que ella lo hubiera besado. Todo el tema en sí la tenía bastante confundida desde hacía días, pero Nerine todavía era bastante dueña de sí misma como para poder asegurar que, en realidad, la otra tarde ella no había echo nada. Las cosas se habían precipitado y habían comenzado a suceder rápida y atropelladamente, y ella solo había podido observar como todo lo que creía tener claro se derrumbaba y se convertía en algo todavía más confuso.
- No... Lo sé - admitió, un poco avergonzada. No le apetecía tocar de nuevo el tema del beso con L, porque la verdad era que no había vuelto a verle desde esa tarde y aquello le crispaba los nervios, y porque estaba tan confusa que temía decir algo equivocado de lo que podría arrepentirse después. - Si que... Hablamos un poco de eso, pero no demasiado. Yo... - apretó los labios, pensativa. - Si que lo quiero - acabó por decir, igual que había dicho la tarde anterior aunque Tomas no se acordase de nada. - Pero no sé si es como tu piensas. Es raro. Es raro porque... No sé que es lo que se tendría que sentir, ni de qué manera. Y raro porque... - porque a tí te quiero igual. Nerine le dirigió una mirada tímida y no dijo nada, porque era diferente hablar con el Tomas borracho y el Tomas de siempre, y ahora se sentía como si aquello que le pasaba por la cabeza estuviese mal. - Yo no quería echarte. No tengo ni idea de nada de lo que ocurrió, y no he vuelto a hablar con L desde entonces. Así que... estoy echa un lío.

Tomas escuchó las palabras nerviosas de Nerine; nerviosas, porque quizá ella tampoco tenía todo aquello muy aclarado en su mente -la opción que el muchacho quería creer- o tal vez, por el contrario, sonaba así de temblorosa... porque no quería decirle algo que lo pudiese dañar más.
Inconscientemente, Tomas pegó un pequeño sorbo de aquella taza que tenía entre sus manos, por tener algo que hacer, a pesar de que ya se había enfriado bastante y no estaba como lo había estado en un principio.
Cuando le confesó que lo quería, que quería al maldito vampiro, con una seguridad que no parecía haber empleado en sus anteriores palabras... Tomas sintió como el corazón se le ralentizaba un poco, como si esas dos palabras juntas le hubiesen arrancado un trozo.
Sin embargo, aquella confesión no fue el único problema. Porque él estaba prácticamente seguro de que ya había escuchado eso antes, y no había sido en la habitación de Nerine en ese lunes lejano, ni antes de eso, ni en esa mañana... no, sólo podía haber sido...:

"- Le quiero. ¿Eso es lo que te molesta?
Silencio.
- Estoy... harto. Porque esto no lleva a ninguna parte. Esto... esto no tenía que haber pasado.
- Pero yo te quiero. Yo te quiero. No es justo... "
Tomas parpadeó, un poco confundido, cuando un trozo de aquella conversación que habían mantenido en la tarde del día anterior... acudió repentinamente a su cabeza. Nerine... Nerine había dicho que quería al vampiro, sí. Pero también había dicho que lo quería a él -y dos veces, además.
El chico apenas pudo concentrarse en la siguiente frase de la niña, sumido como estaba en ese recuerdo e intentando enlazarlo con lo que siguió después... pero sí que escuchó con claridad su última frase, una frase que él ya había pronunciado antes, y que necesitaba corroborar.
- Y yo, Neri. Y yo...-murmuró, volviendo a beber un poco de la infusión, antes de atreverse a pronunciar- Creo que... estoy acordándome de algo.

La niña bajó todavía más la cabeza, sintiéndose más culpable y peor, porque Tomas decía que estaba harto y temía que estuviera harto de ella. Tenía que aclarar sus ideas, aclararse toda ella, pero temía hacerlo porque sentía que tenía que cambiar algunas cosas y ella no quería renunciar a nada de lo que sentía.
La voz distraída de Tomas la sacó de sus cavilaciones.
- ¿Ah sí? - cuestionó, un poco distraída, levantando la mirada hacia él. - ¿Sobre... Ayer? -. Ya no sabía si quería que se acordase de todo o no lo quería. Nerine sabía que Tomas estaba en su derecho, pero recordaba algunas de las cosas que le había dicho (porque las sentía así, porque lo había dicho sin pensarlo) y temía su reacción. ¿Qué pensaría el muchacho de ella si sacaba de contexto sus palabras? Nerine había admitido querer a dos chicos por igual, y por poco que supiera la niña sobre aquellos temas, sí que sabía que aquello no estaba bien, ni era normal, aunque a ella le pareciera lo más lógico del mundo. Juntó ambas manos y las apretó, mirándole con timidez, esperando a que hablase. Ojalá no aquellos recuerdos no le hicieran enfadarse más con ella...

Tomas asintió quedamente con la cabeza, sin poder emitir ningún otro movimiento, quedándose completamente sin habla cuando terminó de recordar lo que él había respondido en esa conversación que estaba recordando.
Porque, en ese día anterior del que él no recordaba nada, le había confesado que había estado a punto de besarla.
Y porque, justo después, le había confesado directamente que estaba enamorado de ella. Además, con aquella frase que jamás habría podido dedicarle en cualquier otra situación normal, con aquel "quererte a secas se me queda corto"
"¡Pero qué... idiota!"
Nada más que de escucharse a sí mismo pronunciando aquella ñoñería, Tomas notó cómo se sonrojaba, todavía sin poder creerse que aquella conversación que estaba acudiendo a su cabeza fuese real. Porque, con esos tres "te quiero", que iban para dos personas distintas, Nerine se había estado contradiciendo de una manera evidente. Y porque en ninguna situación (ni estando desesperado, ni abrumado, ni siquiera borracho), se habría visto Tomas capaz de soltar una cursilada semejante.
Rascándose la cabeza y percibiendo todavía cómo sus mejillas estaban algo encendidas, Tomas se apresuró a determinar, intercalando un suspiro entre sus palabras.
- Acabo de... pensar... que prefiero no acordarme de nada
Y, una vez aclarado aquello, se atrevió a mirar hacia la chica, cuando se aseguró de que sus mejillas ya no estaban teñidas de rojo. No faltaba otra cosa.

Nerine asintió, conforme. No acordarse de nada parecía una buena opción en una situación como aquella, en que la confusión y la verguenza se hacían tan grandes que podía llegar a temer que escapasen a su control, y lamentó profundamente no poder apretar un botoncito y borrarlo todo. Si. Aquello sería todavía mejor. Las cosas eran infinitamente más sencillas antes del día blanco, cuando Tomas y L eran dos conceptos muy separados dentro de su cabeza, y cuando el pensar en ellos le parecía un motivo para sonreír y no para estar triste o pensativa.
Tomas levantó la mirada hacia ella un rato después (y podrían haber pasado unos minutos o unas horas, pero a Nerine le pareció que había pasado todo muy deprisa) y se la quedó mirando con una expresión que parecía una mezcla extraña entre la seguridad y el miedo. Ella abrió la boca y tensó las manos un poco más. Estuvo a punto de decirle "lo siento" (Lo siento por haberte dicho esas cosas, lo siento por haberte escuchado hablar, lo siento por hacerte decir cosas que no querías decirme), pero al final se calló porque seguro que solo sería peor.
- ¿Por qué? - preguntó en cambio, sin saber exactamente qué había preguntado. ¿Por qué no quieres acordarte? ¿Por qué no podemos hablar de ello? ¿Por qué no me ayudas a entenderlo un poco?. Parecía que lo había preguntado simplemente porque, si pasaba más de cinco minutos sin abrir la boca, Nerine se ahogaría en su propia saliva.

Al escuchar aquella pregunta, Tomas no pudo evitar arquear una ceja, al preguntarse a qué vendría ese por qué... y es que, en realidad, Tomas tampoco lo tenía muy claro, ya que era una suma de razones que había encontrado en sólo cuatro simples frases recordadas.
Quizá era porque, para empezar, Nerine lo había dejado muy confundido al admitir que a ambos los quería, y Tomas ya no podía adivinar si aquello lo decía porque a los dos los veía como un par de buenos amigos, o porque... porque realmente ella quería al vampiro, pero no quería que Tomas se sintiese mal.
En cualquier caso, ninguna de las dos opciones le gustaba, así que decidió que aquella no podía ser una respuesta.
Entonces, sólo le quedaba reconocer que no quería recordar nada por no recordarse a sí mismo. Por no recordar todas las tonterías que hubiese dicho, siguiendo a aquella confesión de su intento de beso, y siguiendo a ese "te quiero" camuflado que él también le había dedicado.
Sin embargo, ¿podía decir que todo lo que le había dicho solo eran "tonterías"? Quizá a ella si se lo pudiese decir, pero... Tomas sabía que era incapaz de soltarle nada parecido en ese momento, y que era precisamente esa falta de valentía lo que había llevado a Lugat a adelantarse, antes de que él tuviese tiempo para decidir algo tan simple como si estaba enamorado o no de Nerine.
Claro que no recordar no era la solución. Ese por qué no tenía ninguna respuesta entre las que él intentaba indagar.
Realmente, no quería recordar porque era un cobarde, y porque no podía reconocer que había sido capaz de desnudar sus sentimientos de aquella manera ante la chica que le gustaba.

Tomas agachó un poco la cabeza, separando su espalda en la pared y acercándose al borde de la cama. Dejó la taza casi vacía en su mesita, ahogando un suspiro. ¿Había algo más que meditar? Nerine estaba allí, estaban sólos, y con la certeza de que ningún vampiro inoportuno iba a entrar en la habitación. Todo estaba a su favor -todo, excepto su resaca, claro.
- Porque... -se atrevió a pronunciar, al fin, después de una reflexión que le había hecho dar un brusco cambio de planes. Intentó ponerse en pie un par de veces, pero sus piernas parecían ir a partirse si Tomas intentaba someterlas al peso de su cuerpo. Titubeando un poco, se acercó a la chica, con la cabeza agachada... pero de manera firme- No sé por qué. A lo mejor, porque no... me atrevo a saber que...
Sacudió un poco la cabeza, y entonces la miró a los ojos. Miró hacia sus ojos dorados, intrigados, lo cual le dotaba de más inseguridad... porque se iba a atrever a pronunciar aquella pregunta a la que tanto estaba temiendo.
- Neri... ¿t-tú me quieres? ¿De verdad... me quieres?

(Dios, es larguísimo, lo siento! ¬¬! No he podido reducirlo más xD)