El camino equivocado (priv.Nieven y Taruka)

Como ya venía siendo habitual, esa tarde Taruka había decidido salir del pueblo y dar una vuelta por los alrededores. Caminaba con su osito de peluche colgado de su espalda graciosamente, sujeto gracias a un cinturón que le venía tres tallas grande y lograba que no se cayera. Dio un par de vueltas por el bosque luminoso (vigilando muy bien no volver a perderse como aquella lejana tarde en la que se le había acabado haciendo de noche), después visitó un enorme lago de una belleza asombrosa que le hizo suspirar un flojo “ohhh”, y finalmente concluyó en la ladera de aquellas montañas.
Miró hacia arriba todo lo que pudo, casi cayéndose de espaldas por el empeño que le puso, y, aun así, no alcanzó a encontrar su cima con la vista.
Intrigada, casi había comenzado a caminar antes de plantearse siquiera lo que hacía.
- Seguro que tocan las nubees, ¿a que sí, señor Osooo? Yo quiero veerlaaas… –ascendió alegremente los primeros metros, pero pronto un frío gélido que se calaba en todos sus huesos comenzó a invadirla. Tragó saliva, titiritando sin percatarse- Y-ya ssse qué hace un p-poco de fr-fr-fríooo…
Aun así, quizá la simple cabezonería de la niña la llevó a seguir subiendo, colocándose, para colmo, una nubecilla encima en cuanto el frío se hizo tan exagerado que acabó haciéndola sentir mal, lo suficientemente mal como para provocar lluvia. Aquello, claro estaba, sólo empeoraba las cosas.
Finalmente, acabó tirándose al suelo bajo un hueco en la nieve y temblequeando con furia de frío, preguntándose qué narices había ido ella a hacer allí, sabiendo que había escogido el camino equivocado. Lo único que sobresalía entre la nieve era el osito de peluche, todavía sonriente a pesar de los copos de nieve acumulados en su nariz y congelados entre sus orejas.

(Siento dejártela tan mal pa ser tu primer tema, pero no se me ocurría otra cosa para meterla ahí ^^” Si no se te ocurre nada en un desesperado método de autodefensa pondré que haga agua caliente, así que no te preocupes (?) xDDD)

Nieven iba desde aquellas heladas montañas camino a la Academia Radium Alba observando ensimismadamente la escasa vegetación capaz de sobrevivir a las duras condiciones climatológicas del lugar, apenas unas pocas gramíneas capaces de aprovechar el agua congelada. De repente unos aullidos le hicieron abandonar su tarea de observador.
- ¿Ya has visto otra liebre ártica, pesado?
Pero el objeto al que aullaba incesantemente aquella cría de zorro polar era algo inanimado. La extrema curiosidad de Nieven le hizo acercarse para poder comprobar que era un oso en miniatura, o al menos una figura de tela que intentaba simularlo. Nieven no había visto nunca un peluche. Intentó cogerlo y para su sorpresa aquello pesaba una barbaridad. Lo cogió con las dos manos, tiró, y cuando vio que junto a él arrastraba una muchacha que estaba oculta bajo la nieve se asustó y se cayó de culo.
- Si encuentras a alguien en problemas, ayúdale. Puede que te sea útil más tarde - se dijo Nieven a sí mismo.
Comprobó que estaba tan helada como inconsciente y le habría puesto su abrigo si él mismo hubiera llevado.
- ¡Corre! ¡Trae algo de fuego de la aldea! - le dijo al animal.
El zorro se dirigió rápidamente a una pequeña aldea que había en las montañas de la cual Nieven había sido expulsado. Todos allí dominaban el elemento fuego, ya que su capacidad de subir la temperatura era lo único que les permitía poder vivir allí. Siempre había alguna hoguera encendida, así que el animal no tardó en llegar con un trozo de rama con un extremo ardiendo. Para entonces, Nieven ya había hecho un iglú con su capacidad de hacer figuras de hielo y había metido dentro a la muchacha. Con el fuego hizo que el iglú tuviera calefacción y ordenó al zorro que vigilara a la chica y le lamiera la cara de vez en cuando para que recuperara la consciencia. Nieven salió del iglú debilitado por el fuego, ya que él manejaba precisamente el elemento contrario, y se sentó a esperar.

Por un momento, Taruka no supo muy bien qué estaba sucediendo.
Algo desorientada y convencida de que acababa de comenzar un nuevo día, levantó una mano y la acercó a sus ojos cerrados para frotárselos, dándose cuenta de inmediato de que esa mano le temblequeaba. Hacía más frío de lo habitual estuviera donde estuviese, y todavía temblaba un poquito por la baja temperatura.
Sólo cuando percibió que algo le lamía la cara bruscamente, Taruka abrió los ojos de par en par y se atrevió a mirar a su alrededor. Todavía tenía algo de frío, pero poco a poco iba dejando de temblar y de castañear los dientes. Se frotó la mejilla y se quedó mirando al zorro abrazándose las piernas. Luego, miró hacia el exterior del iglú y encontró a alguien sentado afuera tranquilamente. Parpadeó confundida.
- Holaa... -se quiso acercar a mirar sus ojos como hacía con todo el mundo pero, verdaderamente, no le apetecía apartarse del fuego y deshacer su abrazo. Dedicó una última mirada a su alrededor y luego pronunció, todavía algo confusa- ¿Qué hago aquíi...?
Después, sin esperar a que nadie respondiese esa pregunta, volvió a mirar hacia el pequeño zorro. Su pelo blanco parecía tan suave y calentito... Taruka deshizo su abrazo entorno a sí misma por un segundo y avanzó a gatas con decisión hacia él, abriendo sus brazos para abrazarlo. Seguro que le daba calor...

Nieven agarró a la muchacha de la mano y tiró de ella para separarla del pequeño animal justo cuando estaba a punto de tocarlo. Como el iglú no era muy grande, no pudo dirigirla a ningún otro lado más que a sí mismo, acabando casi abrazados. La empujó para separarse en cuanto se dio cuenta de la cercanía.
- Regla número 1, no tocar al zorro si no te ha demostrado antes su amistad, cosa que hará saltando a tus brazos. No creo que lo consigas.
Fue escuchar eso y el cachorro saltó a los brazos de Nieven.
- Se te ve muy débil, delgada y paliducha para ser alguien capaz de vivir aquí - Nieven no tenía lo que se dice mucho tacto con las palabras -. ¿De dónde vienes? Oh, da igual, no contestes, no me sirve alguien tan floja como tú.
El chico dibujo un mapa en la nieve del suelo.
- Aquí encontrarás un poblado. Tienen fuego, mantas y... cosas que te pueden venir bien. Adiós.
Nieven salió del iglú dándole la espalda a la muchacha. En sus brazos, el cachorro puso cara triste y Nieven le maldijo, solía poner esa cara cuando alguien le había gustado, y entonces él no podía despedirse de esa persona sin más o el animal estaría cabreado durante mucho tiempo. Nieven volvió al iglú.
- ¿Podrás seguir viva mucho tiempo?
Nieven no se acordaba de que las palabras para preguntar por el estado de alguien eran simplemente "¿estás bien?" y dijo lo más parecido que se le había ocurrido.

Taruka prestó atención a las palabras del muchacho con los ojos abiertos de par en par, olvidándose, incluso, del frío (sobretodo cuando él la tomó de la mano para separarla del animal, haciendo que la niña sintiese ganas de abrazarse, en vez de al zorrito, directamente al muchacho para no titiritar más). Cuando concluyó, solo pudo parpadear muy seguido y pensar que no se había enterado de nada. Miró al mapa, luego al pequeño zorro, y seguidamente al chico. Ella suponía que iba a seguir viva por muchos años más, se planteó, mirando al techo del iglú. Debía responder que si.
- C-clarooo… y-yo quiero seguir viva muchos añooos… -admitió, con su habitual voz infantil teñida de un leve matiz tembloroso, por el frío, y tras un asentimiento frenético de su cabeza.
Después, fue rememorando la charla que acababan de “tener” (aunque, realmente, sólo hubiese hablado el chico), prestando especial atención a las cuestiones, ya que el resto, verdaderamente, no le afectaba en absoluto.
Mientras se abrazaba a sí misma y a su peluche, prosiguió.
- Yo vivo en Mondphaseeee –asintió otra vez, como si todo el mundo supiese que eso era un pueblo- ¿Y cuál es la regla número dooos? ¿Hay regla n-número doos? ¿Por qué no puedo t-tocar al zorritooo...?
Casi sin darse cuenta acababa de soltar su habitual y tremenda tanda de preguntas, pero Taruka no le dio la más mínima importancia y se puso en pie sin soltar su osito, porque era lo único que le daba un ligero calor en ese momento.
Se inclinó sobre las puntas de sus pies y miró al chico fijamente a los ojos.
- Yo soy Tarukaaa –se presentó, finalmente.

El muchacho acariciaba al animalito mientras escuchaba hablar a aquella chica. Le hacía gracia verla tiritar y que le costara bastante esfuerzo hablar con normalidad. Le hacía gracia... ¡hasta que recordó que el frío podía ser muy malo para las personas! Sabía que a la gente le molestaba y les hacía buscar cobijo, pero le costaba recordar que podía dañarles porque él nunca tenía frío.
- ¿Mond...qué? No sé dónde está eso, pero sí sé que seguro que no está en estas montañas donde no puede vivir gente como tú. Te ayudaré a salir de aquí y a volver a tu casa.
El chico se frotó las manos, las puso en el suelo y delante de él empezó a formarse un trineo de hielo. MIentras se hacía seguía hablando.
- Ah, sí, hay más normas. Aparte de no tocarlo sin conocerlo está la de no meterle la mano en la boca, y la de... mira, ¡ya está!
El trineo había cogido forma completamente. Niev se quitó la camiseta y la puso en la parte del asiento para que la muchacha no tuviera frío al sentarse. El zorrito al ver el trineo se puso a temblar, ya había hecho uno de esos viajes ladera abajo en algo así y había pasado miedo.
- Y bueno, creo, creo que empiezo a descubrir que hay una norma que dice que no es bueno fiarse de mí. No sé por qué.
Eso último lo dijo muy triste. Momentos después alargo su brazo ofreciéndole su mano a Taruka para que la cogiera.
- ¿Subes?

Taruka no pudo evitar dejar su mirada fija y perpleja sobre el trineo que comenzaba a formarse delante de ellos, escuchando la primera frase del muchacho pero sin casi atender a las siguientes palabras que pronunció, por lo menos, hasta que vio el trineo formado completamente. Soltó un ligero “Ohhh...”, ahogado y tembloroso, sin dejar de pasear su mirada desde el trineo hasta el chico, del chico al zorrito, y del zorrito al trineo otra vez.
- Y bueno, creo, creo que empiezo a descubrir que hay una norma que dice que no es bueno fiarse de mí. No sé por qué.
Taruka ladeó la cabeza, pensativa, cuando lo escuchó pronunciar esa frase con ese tono de tristeza. Desplegó mucho sus ojos para clavarlos en los del muchacho, buscando así algo que confirmase esa frase que acababa de pronunciar. Pero, en esos ojos, la niña no consiguió encontrar nada que le diese ni una mínima desconfianza. Era una mirada extraña, quizá algo distinta al resto de miradas que ella había visto. Pero no era la mirada de una mala persona.
Taruka salió de sus pensamientos y del análisis de sus ojos cuando el muchacho le tendió una mano, que ella tomó mientras asentía con la cabeza y se sentaba en el trineo sobre la camiseta que el muchacho había puesto. Todavía abrazaba a su peluche con una mano y titiritaba débilmente, pero cuando verdaderamente estrujó a su osito fue al ver la empinada cuesta de nieve que se extendía bajo el trineo. Temblequeó más, aunque esa vez no sólo por el frío, desviando su mirada hacia el chico otra vez.
- ¿Vas… vas a bajar conmigooo, no? –murmuró, casi dedicándole unos ojillos asustados.

Nieven asintió con la cabeza y después se puso a reirse espontáneamente, como si lo que estaba pensando hubiera estallado en cada parte de su cuerpo obligándole a reir. Le hacía gracia el simple hecho de recordar las veces que se había caído intentando bajar la montaña en trineo. Es decir, todas las veces que lo había intentado. Porque él era incapaz de sentir dolor y le parecía gracioso eso de chocar con una roca, salir volando por los aires y caer a plomo en la nieve. Pero la gente normal lloraba cuando pasaba eso.
Vio a Taruka agarrarse fuertemente a su osito y de repente dejó de parecerle simpático eso de tener un accidente. Se prometió a sí mismo que esta vez iba a conseguir bajar la montaña sin incidentes.
- ¿Preparada? Te prometo que voy a conseguir bajar la montaña sin problemas... por primera vez.
Nieven deseaba que todo saliera bien y se descubrió a sí mismo preocupándose por alguien. No le habían preparado para ser así, si no todo lo contrario. Aunque sabía de sobra que preocuparse por los demás no era bueno para él, ahora quería ayudar a Taruka a llevarla de vuelta a casa para que estuviera bien.

Todo lo que Taruka pudo hacer fue asentir lastimeramente con la cabeza al escuchar las palabras del chico, sin pararse a pensar en esa manera tan peculiar de cerrar su frase. Tardó un ratito en reaccionar, y para cuando lo hizo, Nieven ya estaba subido en el trineo delante de ella.
- ¿Cómo que por primera veeez…? –sin embargo, la niña no era demasiado negativa y no les dio a sus palabras el mismo significado que les había otorgado él- ¿Es la primera vez que bajas de la montañaaa…?
En cualquier caso, aunque no hubiese comprendido del todo lo que había dicho, Taruka proseguía algo asustada cada vez que miraba hacia abajo, así que, olvidándose de su osito, y del frío, y de todo, en cuanto el trineo comenzó a deslizarse por la nieve enganchó sus dos brazos alrededor del cuello del muchacho que tenía delante, escondiendo la cabeza en su espalda.

Nieven estaba tan concentrado en observar la más que inclinada bajada que ni siquiera escuchó la pregunta de Taruka. Sin embargo, el comportamiento del animalito de Nieven le podía haber servido como respuesta. El pequeño zorro polar se subió delante de los dos y se agazapó temblando, no de frío. Estaba claro que no era la primera vez que había bajado la montaña con su dueño. Mejor dicho, intentado.
- ¡Allá vamos!
Y en seguida el trineo empezó a deslizarse, ladera abajo, cada vez más rápido. Nieven intentaba controlarlo como buenamente podía, consiguiendo esquivar obstáculos mayores pero sin poder evitar algunos que hacían que aquel vehículo improvisado se notara inestable y poco seguro. Por suerte, todo pasaba tan rápido que pronto consiguieron ver cercano el fin del trayecto. Lo iban a conseguir. Nieven estaba tan contento que se giró para dirigirse a Taruka.
- ¿Ves? Ya casi estamos. ¡Lo estamos consiguiendo!
Y ese fue su gran error, perder el camino de vista. Cuando volvió a girarse a su posición natural ya era demasiado tarde para evitar un trozo de roca que se cruzaba en su camino. El trineo salió volando por los aires. Nieven se sintió tan culpable que únicamente se preocupó en observar a Taruka para crear un tobogán de hielo desde su posición en el aire hasta el suelo para que se deslizara por él y cayera sin hacerse daño. Se despreocupó tanto de sí mismo que no se preparó para su propia caída y cayó de mala manera, rompiéndose su brazo derecho. Para colmo, el pequeño zorro cayó encima de él.

Desde el momento en que Nieven había girado un poco la cabeza para hablarle, Taruka tuvo la extraña sensación de que aquella no era una buena idea.
Su pequeño cuerpo se tensó un poquito más de lo que ya estaba, y levantó un poco la cabeza para mirar hacia delante, sin devolverle la mirada que el muchacho le había dirigido porque Taruka podía ser una niña, y podía parecer que estaba mal de la cabeza a veces, pero sabía que si alguien se deslizaba en trineo a toda velocidad por la ladera de una montaña, lo único que no podía hacerse era mirar hacia atrás.
Cuando vio la roca a la que se dirigían sólo tuvo tiempo de gritar.
Aquel chillido pareció alertar al muchacho, que miró hacia delante pero demasiado tarde. Antes de pasar por encima de la roca, Taruka cerró fuertemente los ojos y se agarró más fuerte a él, aunque de poco le sirvió, porque nada más notar que volaba, la niña se soltó inconscientemente.
Sólo al percibir que se deslizaba suavemente por algo y caía sin más sobre la nieve, se atrevió a desplegar los ojos, muy asustada. Estaba tumbada bocaarriba y había caído por el tobogán al revés, así que podía decirse que en ese momento sólo era capaz de ver el cielo y el tobogán de hielo que había aparecido de la nada antes de que se estampase entre la nieve. Taruka gimoteó, y no por haberse hecho daño ni nada por el estilo, sino por el simple miedo que todavía sentía, y solo entonces, después de incorporarse y frotarse la cabeza medio dolorida, cayó en que el muchacho ya no estaba con ella.
Volvió a gritar, mirando a su alrededor.
- ¿Chicooo…? –Taruka no recordaba que ese chico le hubiese dicho su nombre, y si se lo había dicho, ahora no tenía tiempo de acordarse. Dio otra vuelta sobre sí misma y gritó otra vez- ¿Chicoo, donde estáaas?
Entonces, lo vio. Corrió rápidamente hacia donde estaba y le quitó al zorrito de encima, olvidándose de que al animalito no le gustaba que lo tocasen y todas esas cosas. Lo único que ahora estaba nublando sus pensamientos era la imagen de ese muchacho tirado en la nieve y agarrándose un brazo. Estaba herido, y ella no sabía qué hacer.
- Lo siento, lo siento, lo siento… – repitió, acercando sus manos hacia su brazo como si de alguna manera quisiera curárselo. Como si quisiera intentarlo, al menos. Taruka se sentía culpable y quería ayudarlo, pero, aunque su madre fuese enfermera y el control de su elemento le permitiese curar algunas heridas, la niña no tenía ni idea de cómo hacerlo.
Se encogió más y volvió a disculparse, mientras una nube los cubría y empezaba a llover.

Nieven agradeció que le quitaran el animalito de encima para poder levantarse. Al que no le dio tanto gusto que lo cogieran era al pequeño zorro, pero estaba tan aturdido por el golpe que ni siquiera se puso agresivo como de costumbre. El muchacho se incorporó como pudo e intentó levantar el brazo, que se doblaba por dos partes, como si tuviera dos codos.
- Lo siento, lo siento, lo siento...
Nieven se dio cuenta de que la muchacha estaba a su lado e intentaba tocar su brazo. Por suerte, ella parecía estar bien.
- No te preocupes, esto tiene arreglo - le dijo Nieven sin expresión de dolor alguna -. Solo... solo que mi dueño me va a matar cuando me vuelva a ver así, tengo que aprender a tener cuidado.
De repente Nieven notó una ligera lluvia que cubría su cuerpo. En ese momento sí se puso nervioso. Aunque manejaba el elemento agua, se había especializado tanto en la forma de hielo que el agua le dañaba de la misma manera que un cubito de hielo se deshace en un vaso de agua. Empezó a sentirse agotado rápidamente y pronto notó que le costaba respirar.
- Esas... nubes... que acaban... de salir... me van a matar... así que... me voy - El chico señaló entonces hacia la derecha -. - Ese... creo que es el pueblo... que buscas... Monfasu... Monfarsa... No me acuerdo... Al menos... hemos podido bajar... casi toda la montaña... Yo tengo que ir a... ver a mi dueño para que... arregle esto...
Entonces comenzó a andar, temblando. Él nunca temblaba de frío, si no del miedo que tenía por la bronca que le iban a echar por romperse el brazo. Así que lo último que le apetecía ahora mismo era ir solo, sin compañía, a donde tenía que ir. Se dio la vuelta para dirigirse una vez más a la muchacha.
- ¿Me... me acompañas? Por... favor... Por... por favor... - Intentó respirar profundamente aunque vio que le costaba muchísimo - Ah... y por cierto... me llamo... Nieven.
Esas fueron las últimas palabras que pudo decir antes de desmayarse y caer al suelo.

(Sí, me he pasado de charlatán y casi no dejo hablar a Taruka, pero es que hasta la próxima vez que vuelva a tener conexión... tenía que aprovecharlo xD).

(No pasa nada… ahora hablo sola (?) xDDDDDDD!)

- Mondphase… -fue todo lo que la niña pudo murmurar, cuando Nieven intentó decir el nombre de su pueblo al que ella había pretendido ir desde un principio. La niña lo escuchaba hablar con toda la atención que le era posible, y no pudo evitar gimotear por lo bajo cuando le pidió que lo acompañase después de haber dicho que esa lluvia iba a matarlo. Taruka se tapó la boca con una mano mientras susurraba lastimeramente.
- Pero es que las nubes las llevo yo…
Sin embargo, no sirvió de nada que la niña le explicase aquello, puesto que el chico no la escuchó. Al intentar andar, Taruka se olvidó de lo que había dicho acerca de la lluvia y lo siguió, para ver cómo segundos después caía inconsciente al suelo.
La niña no tuvo tiempo de cogerlo antes de que cayese, y solo se acuclilló a su lado mirando hacia arriba y comprobando que la maldita lluvia no se iba, ni se iría en ningún momento. Siempre le ocurría lo mismo en situaciones difíciles, y nunca había sabido frenarlo. Al principio, lo único que se le pasó por la cabeza fue quitarse su chaqueta y pasársela por encima a Nieven, aunque eso de poco serviría para que dejase de caerle agua. Taruka empezó a ponerse más nerviosa, y, en consecuencia, a hacer más lluvia, hasta que apagó todos sus pensamientos y se concentró.
La nube se tenía que ir. E igual que sabía hacerla llegar, tenía que apañárselas para conseguir que se marchase.
Cerró los ojos y se inclinó sobre el muchacho, cubriéndolo así algo de la lluvia mientras intentaba disuadirla. Al fin y al cabo, ella sabía controlar su poder, ¿no? Taruka siempre había dicho que no era ninguna niña; estaba convencida de ello, y, por lo tanto, tenía que ser una chica fuerte, tenía que saber controlar su poder, y tenía que saber cuidar de ese chico que minutos antes había cuidado de ella.
Cuando volvió a abrir los ojos, suspiró de alivió. Ya no estaba lloviendo. Estaba nevando.
Supuso que tendría que conformarse con eso, así que cargó a Nieven como pudo sobre uno de sus hombros y empezó a andar a… ninguna parte. No sabía donde ir. Empezó a subir de nuevo por la montaña, intuyendo que con algo de frío él mejoraría, pero, claro… Taruka temblaba otra vez. No podría ascender mucho más.
- ¿Qué hagooo…? –murmuró, abrazándose a él todo lo que podía a pesar de que estaba más helado que otra cosa, y dando vueltas en círculos con algo de nerviosismo, otra vez. Tomó aire y se sentó en el suelo, mirando al muchacho y a la nada al mismo tiempo.

Sólo estaban Nieven y la persona a la que más quería del mundo. El resto era oscuridad. No sabía cómo había llegado allí. Pensó que eran las ganas de volver a verle lo que le había transportado misteriosamente a su lado. Aquella persona le dio un suave y cariñoso puñetazo en el hombro como saludo, como siempre hacía. Y después se pusieron a jugar creando y tirándose bolas de nieve. Siempre jugaban.
Nieven sintió un estallido en su helado corazón. Pero no pasó nada. Seguía dentro de aquel mundo oscuro.
De repente notó un abrazo, alguien le abrazaba. Abrió los ojos y vio que era aquella persona con la que estaba jugando hace poco. Cuando le abrazaba, sentía que no quería separarse por nada del mundo. Después, esa persona hizo una pequeña torre de hielo en el suelo. Las hacía siempre en los lugares donde había sido feliz. Las llamaba las torres de la felicidad.
Y de nuevo, otro estallido helado en su corazón. Esta vez sí funcionó y le sacó de aquel mundo de las tinieblas.
Abrió los ojos y vio que ya no llovía. Giró un poco la cabeza y vio a una muchacha sentada. Comparado con la oscuridad de la que había salido, aquella chica le pareció que irradiaba una luz cegadora.
- Pa... Parece que ha... Que ha salido el sol...
Sonrió, tuvo el tiempo justo para hacer una pequeña torre de hielo al lado de la muchacha y sus ojos se cerraron. Esta vez ya no fue a ningún mundo, ni con luz, ni oscuro.
Nieven había muerto.

Taruka nunca se había encontrado con alguien malherido por ninguna parte y, por tanto, no sabía cómo debía reaccionar. Tal vez habría sido más inteligente bajar de la montaña y buscar un hospital cercano, o intentar sujetarle ese brazo de forma que no le doliese, o… cualquier cosa excepto quedarse allí sentada sin hacer nada. Temblequeó débilmente, no sabía si por el frío o por sus pensamientos, y entonces oyó una voz.
- Pa… Parece que ha… Que ha salido el sol…
La niña bajó la mirada inmediatamente al escuchar el tono del muchacho. Se había quedado tan distraída en sus cavilaciones, que ni siquiera se había percatado de que Nieven había abierto los ojos y la observaba, sonriendo. Taruka se preguntó cómo podría estar sonriendo en un momento como ese, y quizá lo más corriente habría sido recriminarle ese gesto, regañarlo por hacer una figura de hielo estando como estaba o sencillamente preguntarle cómo se encontraba.
Pero no. Taruka era extraña. Y como tal, solo se le ocurrió mirar al cielo y comprobar si verdaderamente el sol estaba allí o no.
- P-pero… -murmuró, sin apartar la mirada- Pero si está nevand…
Ni siquiera pudo concluir esa frase cuando agachó de nuevo la mirada.

Taruka nunca se había encontrado con una persona a la que no le latiese el corazón. Por un momento, cuando sus dedos se posaron sobre el cuello de Nieven y no percibió nada, la niña no se lo creyó. Pensó que habría enloquecido del todo y que no tenía nada tan grave como para que su corazón dejase de latir, o, simplemente, no pensó. Cuando reaccionó, algo, al menos, escuchó la irregularidad de sus respiraciones y se percató de que la mano que se había posado sobre el cuello del chico, ahora se encontraba quitándole el pelo de la frente, intentando comprobar que su piel no estaba tan fría, a pesar de que ya lo estaba antes de que su cuerpo se quedase mudo y quieto.
Taruka nunca se había encontrado… tan asustada como en ese instante. Percibía que aquello, en cierto modo, era culpa suya, porque no se había movido, porque había hecho llover, porque se había subido a esa montaña a la que no se había tenido que subir. Escuchó cómo sus labios expulsaban, ahora, un sollozo que a la niña le sonó extraño y le hizo taparse la boca con las dos manos, para colocarse después de rodillas más cerca del chico, como si aquel gesto fuese a arreglar, de algún modo, ese desastre.
Taruka nunca se había encontrado con tantas horrendas sensaciones dentro de sí a la vez. Hacía muchos años que no sentía ese escozor extraño en sus ojos que venía a anunciar algo de lo que la niña había olvidado el nombre. Hacía muchos años que no desataba sus sentimientos con nada más que con esas nubes de agua que se colocaban siempre encima de ella.
Y, por ello, no se comprendió cuando su garganta gimió y sus ojos derramaron dos gotas de agua, seguidas de otras tantas que se acumulaban en sus mejillas y no le dejaban respirar.

Cayó sobre el cuerpo quieto de Nieven y lloró. Lloró como jamás recordaba haber llorado.

Si Nieven siguiera ahí, se habría cabreado por ver a Taruka llorar y se las habría ingeniado para cortar ese flujo de lágrimas y lo habría intentado todo para devolverle la sonrisa. Pero Nieven ya no estaba ahí. Ni en ningún lado. Simplemente, no estaba.
De todas las veces que había dejado de estar, esa era la que más le había fastidiado. Siempre había estado solo, y por fin había conseguido bajar de la montaña y había podido hablar con alguien. Al principio no le había gustado la presencia de otro ser, pero cuando se acostumbró a ella descubrió que ya no quería volver a estar solo. Había descubierto la compañía. Había descubierto una persona.
Por eso, de entre todos sus fracasos, supo que el de perder esa compañía era el peor, el que más alto estaba en su lista de fracasos.
Por suerte, no tuvo mucho tiempo para darle vueltas.

Nieven empezó a perder color volviéndose transparente, y la textura de su piel, de su pelo, comenzaba a hacerse cristalina. En apenas unos minutos, Nieven era una perfecta figura de hielo, de cristal. En unos minutos más, empezó a deshacerse, primero su eterna sonrisa y el resto de su cuerpo después, perdiendo la forma y su aspecto normal. Lo que quedó, fue poco más que un charco.
Nieven había desaparecido.