De noche (priv.)

Era de noche. Desde la orilla tranquila del lago sólo se veían unas escasas luces encendidas a lo lejos, de la Academia, y las sombras que proyectaban los árboles a su alrededor. El reflejo de la luna sobre las aguas de ese lago apenas se movía. Todo estaba tranquilo y silencioso; no hacía demasiado frío, y tampoco se veía a nadie caminando por allí.
Arsi había llegado hacía unos escasos minutos, no más. Ni siquiera se había molestado en vestirse y cambiarse el camisón por algo que pudiese abrigarla más; le había bastado con colocarse su habitual chaqueta morada por encima para no percibir demasiado frío. Se había quedado abrazándose a sí misma por unos segundos, frente al lago quieto, frente al silencio absoluto, para luego tumbarse en el suelo y mirar las estrellas ahogando un flojo suspiro.
Hacía mucho, mucho tiempo que Arsi se desvelaba a esa hora de la noche, y siempre a la misma hora. Las guardias que hacía en la enfermería ya eran motivo suficiente para no permitirle descansar bien (sus horarios de sueño se alteraban completamente), pero aquel desvelo no tenía nada que ver ni con guardias, ni con enfermerías, ni con nada que nadie supiera. Mientras sus manos subían y bajaban por sus brazos como si intentase escapar del frío, Arsi realmente estaba acariciando la tela de esa chaqueta, aspirando su olor, sintiendo su calor con todo el cariño que esa simple prenda le inspiraba. Esa prenda y todo lo que se escondía tras ella.
Después, deslizó una mano hacia el bolsillo de aquella chaqueta y apretó fuertemente algo oculto en él.

Eran las dos y media de la mañana. La hora en la que aquella lejana noche se había despertado... y se había dado cuenta de que algo le faltaba. Algo muy importante, algo sin lo que todavía no había aprendido a vivir.

Fred estaba mirando por la ventana de la enfermería, con su taza de café en la mano, cuando vio una figura conocida alejarse dirección en el lago. Miró el reloj de cuerda que adornaba la pared, las dos y media, demasiado tarde para un simple paseo. - Jar, hora de fumar, ya sabes que hacer si viene alguien. Te encargas tú o me llamas telepáticamente - Dicho esto salto volando por la ventana con el paquete de tabaco pero sin intención de encender ningún cigarrillo.
Cuando estuvo cerca del lago observó la figura que había visto des de la ventana, había acertado, realmente era ella. La observó un momento, intentando averiguar que hacía allí, pero al no encontrar ninguna razón de peso (la verdad es que no encontró ninguna razón), decidió acercarse. Había algo dentro suyo que le impedía estar de brazos cruzados sin hacer nada.
Así que se puso las manos en los bolsillos, como si estuviera paseando allí de casualidad y paró cuando estuvo al lado de Arsi. - ¡Bonita noche! - Le sonrió - ¿no crees?

Arsi no pudo evitar incorporarse de golpe cuando escuchó esa voz tras ella desmoronando todo el silencio del lugar. El corazón se le aceleró súbitamente y de poco le sirvió ver que era Fred para tranquilizarse.
- Madre mía, Fred, qué susto -murmuró, con una mano en el pecho y tratando de recuperar la respiración poco a poco.
Cuando ya estuvo más tranquila (aunque no con esa tranquilidad casi excesiva de siempre), le hizo un gesto al enfermero para que se sentase a su lado, antes, claro estaba, de ver el paquete de tabaco que llevaba encima.
- Delante de mí no enciendas eso -no alegó ninguna explicación más, pero no era porque le molestase el humo u odiase verlo fumar. Era porque a veces también a Arsi le apetecía coger uno de esos cigarros como si fumar fuese a ayudarla a que todo doliese menos. Lo miró antes de proseguir y le devolvio la sonrisa- ¿Ya has vuelto a dejar a Jarper solo en la enfermería?
Ni qué decir tiene que pronunciaba eso más para ahorrarse preguntas incómodas que por cualquier otro motivo.

Fred no pudo evitar reírse delante del susto que había pegado a Arsi y a su reacción, eso era bueno. Si no hubiera reaccionado hubiera tenido problemas.
Sin borrar su sonrisa se sentó donde Arsi le había indicado y la miró con una cara divertida - Sabes que delante tuyo no fumo, a no ser que me des permiso. Además, ésta - dijo enseñándole el paquete de tabaco - es la excusa que he puesto para venir a verte. - dijo sin más, acomodándose mientras miraba el cielo. Cuando oyó la referencia a Jarpër sonrió aún más. - ¡Culpable! Pero... al ver esta noche tan bonita que hace no pude resistirme a venir aquí. Supongo que a ti te ah pasado lo mismo, ¿no? - Preguntó como quien no quiere la cosa, para asegurarse de que no le pasaba nada. No era muy normal que a esas horas alguien saliera de su habitación porque sí.

Arsi dejó escapar una sonrisa nerviosa cuando Fred soltó aquello de que su paquete de tabaco era la excusa que había puesto para ir a verla. Quiso añadir alguna tontería, o rectificar (casi como si quisiera negárselo a ella misma), y afirmar convencida que en realidad era una excusa porque estaba aburrido haciendo guardia en la enfermería, pero... se calló. Algo la bloqueó y sólo pudo dejar que él prosiguiese.
- ¡Culpable! Pero... al ver esta noche tan bonita que hace no pude resistirme a venir aquí. Supongo que a ti te ah pasado lo mismo, ¿no?
La enfermera se vio algo arrastrada por sus pensamientos al escuchar aquella especie de cuestión camuflada, pero consiguió mantener su sonrisa y se acercó a él de manera inconsciente:
- Si, claro. Algo así -pronunció suavemente, dejando escapar una risa intercalada con un suspiro tras esas palabras.
Tardó un rato en regresar a la realidad y percatarse de que una de sus manos se acababa de acercar peligrosamente hasta Fred, y jugueteaba con despreocupación con esa bata blanca que siempre llevaba cuando estaba trabajando. La apartó nada más percatarse y volvió a dejarla en el suelo, mirando de nuevo hacia el frente y suspirando de nuevo.
Había que ser tonta.

Fred soltó un suspiro ante la respuesta de Arsi, alzó la cabeza al cielo pensando en que siempre se le escapaba, nunca podía sacarle nada y eso que sus intenciones eran buenas. Solo quería conocerla mejor, quería comprenderla, quería ayudarla; no tenía muy claro el porqué, solo sabía que quería hacerlo. La miró de reojo, se había acercado a él y estaba jugando con su bata una despreocupación poco habitual en ella, y se le escapó una sonrisa al verla así. Sin tener muy claro el porqué.
Quedó confundido cuando ella se apartó, pues no entendía porque lo hacía. Le clavó la mirada intentando averiguar que le pasaba y en ese momento, sin llegar a saber del todo que le pasaba por la cabeza, sin saber que estaba moviéndolo a hacer eso, se acercó a Arsi.
Le acarició la mejilla dulcemente, como si se fuera a romperse si utilizaba un poco más de fuerza, la cogió por la barbilla obligándola a mirarle y empezó a acercarse más y más a ella hasta que cerró lo ojos y sus labios se unieron. Y disfrutó ese beso, abandonándose a él, sin saber muy bien porque la estaba besando, pero sabiendo que tenía muchas ganas de eso.

(Perdón por tardar tanto T_T No tenía ni idea de como iba a reaccionar esta mujer xDDD Y perdon por escribir tanto también ^^")

Después de percatarse del gesto que había estado efectuando apenas dos segundos atrás, Arsi dejó la mirada baja mientras paseaba una mano con aparente despreocupación por la hierba que crecía en el suelo. No reparó en la mirada de Fred, ni siquiera en su acercamiento, o tal vez se engañó a sí misma para no prestarle atención.
Cuando notó una mano rozándole con suprema suavidad una mejilla, Arsi percibió cómo irremediablemente un escalofrío se apoderaba de todo su cuerpo, cómo una especie de chispa nacía de su mejilla y se llevaba todo el resto de sentimientos por delante, todos los sentidos, concentrando toda su atención en ese roce y en el calor de esa mano.
Sin embargo, nada pudo evitar que, justo tras percibir la chispa, subiese a su rostro la mano que había estado paseando por la hierba (y haciendo que ésta se pusiera mustia y seca, como hacía siempre que se ponía nerviosa, algo que le sucedía en contadas ocasiones). Sin mirarlo, intentó alcanzar la mano de Fred que la rozaba con ella, mientras un susurro le salía de la garganta:
- Fred... ¿no te parece que...?
No pudo acabar cuando unos dedos la obligaron a orientar su mirada hacia el frente y mirarlo, tragar de lleno el brillo de sus ojos azules y repetirse como se había repetido mil veces lo mucho que le gustaba mirarlos. Su mano llegó a alcanzar y tomar la del hombre, pero ya era tarde.
Antes de que sus labios chocasen, Arsi ya se había sonrojado.
Cerró los ojos con fuerza como si aquel gesto de alguna manera le doliese, ya que, de cualquier manera, ese gesto le dolía y le sabía a todo al mismo tiempo. En ese beso, ella no estaba pensando totalmente en el hombre de pelo rojo que tenía delante. Estaba pensando en otro hombre, en quien no quería ni tenía que pensar. Y estaba meditando qué pasaría si volvía a suceder lo mismo. Si la volvían a destrozar.
Entonces, cuando Fred retrocedió por un momento para tomar aire y besarla otra vez (o tal vez fue ella apartó su rostro sin percatarse siquiera), Arsi mordió con fuerza su labio inferior y bajó la cabeza de nuevo sin mediar palabra. Eso no le gustaba. No le gustaba nada.
Pero la mano que le había cogido a Fred todavía estaba entrelazada entre sus dedos y cada vez la apretaba más fuerte, como si no tuviese pensado soltarla. Porque, aunque ella se lo ordenó a su cuerpo todo cuanto le fue posible... no podía ni quería soltarla.

Fred siguió besándola, cada vez más consciente de lo que estaba haciendo y de porqué lo hacía. Y es que al principio no entendía porque había querido besarla, porque cada vez que la veía no podía parar de sonreír, porque al verla aquella noche tan triste no había podido evitar bajar a ver que le pasaba.
Pero como más la besaba, más claro lo veía todo, realmente había encontrado ese sentimiento que había perdido hacía tanto tiempo y pensaba que no volvería a encontrar. Ese sentimiento tan cálido, que le traía tantos buenos momentos; ese sentimiento que creía que no llegaría nunca.
Cuando ella se separó, Fred no se movió, la miró atentamente. Sus labios, su naricilla, sus mejillas sonrojadas, sus ojos… ¡sus ojos! Su pelo que caía con unos bucles preciosos, su mano que lo cogía y no lo dejaba. Fue en ese momento cuando lo vio todo claro, demasiado claro. LA quería, la amaba, con todo su corazón. Y seguramente fue por eso que hizo lo que hizo.
Con una sonrisa más tonta de lo habitual se levantó y le dejó la mano. – Se me ha hecho tarde, Jarpër me va a regañar por dejarlo solo tanto rato. – Le acarició el pelo – deberías ir a la cama e intentar dormir un poco. Hasta mañana, que sueñes cosas bonitas.

Dicho esto se caminó unos metros en silencio, sin girarse, con la pequeña esperanza de que ella se levantara y lo abrazara o que dijera algo al menos. Al ver que eso no ocurría se elevó y voló hacía la enfermería. Le esperaba una noche larga, una noche para pensar. Una noche para no sacarse a Arsi de al cabeza.

Arsi sólo podía experimentar el mayor desconcierto que su mente había sentido jamás. Antes de darse cuenta, Fred se había escabullido de su lado con una excusa que ni tan siquiera había escuchado, y la enfermera solo susurró un simple “adiós”, con una voz lo suficientemente estúpida y apagada como para que a ella misma le diesen ganas de pegarse contra una pared.
Estaba convencida de que le había gustado ese beso.
El roce de sus labios era cálido, tan cálido como lo recordaba de años atrás. Fred había depositado mucho cariño en ese beso; Arsi lo había percibido de sobra. Y, por algún motivo, ella le había correspondido. Había apretado su mano y había movido sus labios al mismo son, compenetrados, unidos. Tal y como si se quisieran.
Estaba convencida, también, de que todo no era tan sencillo.
Mientras pensaba en Fred, Arsi había tenido a otro hombre en la cabeza. Un hombre quizá de lo más corriente, tal vez incluso mucho peor que ese enfermero que se había colado sin querer en su vida, pero el hombre al que ella desde siempre había amado. El hombre que le había hecho vibrar en una lejana noche. El hombre al que todavía tenía en la cabeza.
Estaba convencida de que todo eso era un error.
Porque Arsi apreciaba mucho, quizá demasiado a Fred, y no quería inmiscuirlo así en sus problemas, en su vida. Sabía que él también lo había pasado mal antes por otra mujer, y no quería volver a hacerle daño, ni… mentirle. Todo en ella eran mentiras… mentiras bajo las que no podía amar a nadie. Ni siquiera sencillamente apreciar.

Y, al final de todos sus pensamientos, estuvo convencida de que todo era ya irremediable.
Arsi se había vuelto a enamorar.