Sólo soy odio. Sólo soy nada.

Tras visitar el campo de práctica, Tomas determinó que prefería marcharse a practicar a las areas verdes. Estaba demasiado acostumbrado a su vida en el bosque y sus entrenamientos allí; además, el lugar en el que se solía entrenar estaba plagado de gente, a pesar de que era bastante temprano.
Buscó una zona con árboles, lo suficientemente vacía como para asegurarse de que nadie se le quedaba mirando, y comenzó a desprenderse de la parte más alta de su uniforme. Se sentía mucho mejor sin llevar toda esa ropa encima.
Pero, si hubo algo que le agradeció ese gesto realmente fueron... sus alas. Esas alas que mantenía escondidas habitualmente. ¿Podría de verdad hacerlas funcionar, si ahora ni siquiera era capaz de moverlas a un mismo ritmo...?

Intentó desviar sus pensamientos y centrarse en lo importante; su entrenamiento. Se acercó al árbol que más fuerte le pareció... respiró hondo... cerró sus ojos... y lanzó hacia el frente uno de sus puños, percibiendo toda la potencia del golpe repercutiendo más sobre él, que sobre el arbol al que iba dirigido.




Justo después de efectuar ese gesto, comenzó a rememorar lo que siempre rememoraba durante sus prácticas. Esos horribles recuerdos que siempre azotaban su mente.

Recordaba patadas, voces, choques contra el suelo... y gritos... los gritos más horrorosos que había escuchado en toda su vida.
Tomas, el chico de 12 años que era en aquel momento, pillado completamente desprevenido, pegó un bote en su asiento ante el ruido. Era tan niño... tan inocente...

Lanzó otro puñetazo, con la mano contraria.

Salió de su habitación, asustado, confundido. No comprendía qué estaba ocurriendo. Los gritos ya no se escuchaban. El maldito asesino había tenido tiempo de sobra para hacer todo lo que tenía que hacer.

Notó como una lágrima le caía por la mejilla y se la apartó violentamente con la mano que, después, empleó para dar su tercer golpe.

Ahora, recordaba otros gritos. Sus propios gritos, los que él emitió sin cesar al encontrar a sus padres, tendidos sin vida en el suelo. El causante de aquella crueldad todavía estaba allí. Lo tenía en frente.
Tomas sólo recordaba sus orejas. Esas orejillas puntiagudas, que sabía muy bien de qué ser mágico eran características.

No le importaba que las heridas de sus nudillos se hubiesen vuelto a abrir; tampoco le importaba estar llorando, ni el dolor que subía y bajaba desde sus manos hasta el brazo entero, a oleadas. Tenía que seguir.

"Sólo quedas tú, niño"
Ni siquiera se acordaba ya de la voz que había pronunciado esas palabras. El tipo murmuraba algo entre dientes; parecía que preparaba un hechizo mortal. Muerto de miedo, Tomas sólo fue capaz de retroceder, encogerse en una esquina, llorar en silencio.

-¡Maldita sea! ¿Por qué? ¡¿Por qué no lo mataste...?! -se gritó, lanzando su puño de nuevo, como si pudiese cambiar lo sucedido, como si realmente su "yo" de nueve años atrás le fuese a obedecer.

De repente, una oleada de viento atravesó las palmas de sus manos, orientándolas hacia el frente, apuntando con ellas a su agresor. Recordaba cómo ese tipo salía volando, chocando contra una estantería que cayó sobre él. Lo dejó lo suficientemente aturdido como para que Tomas tuviese un poco de tiempo. Rápidamente, intentó reanimar a cualquiera de sus padres, sin exito. Eran su única familia, él... los quería tanto... No podía aceptar que ya no estuviesen allí.
No, no lo podía soportar.

Tomas respiró cansadamente tras unos cuantos puñetazos más, manteniendo su frente sobre aquel árbol. El dolor de aquellos recuerdos era mucho mayor que el de los violentos golpes, y lo sabía.
Sabía que no sería libre hasta que no se separase de él, hasta que dejase de estar hecho de odio.

Hasta que matase al maldito elfo... que le había quitado su vida.

A Nerine le gustaba dormir en los árboles. Lo hacía desde pequeña, desde antes de tener uso de razón, porque le gustaban los árboles y porque encima de ellos sentía que nada podía hacerle daño. A menudo, cuando el clima era bueno, trepaba hasta las ramas altas de los árboles más gruesos y se acurrucaba en sus copas como una ardilla para ver las estrellas y descansar.
Aquella noche lo había hecho a pesar del disgusto que aquello provocaba en Paige, su compañera de habitación, que temía que pudiera caerse y hacerse daño (ella sabía que aquello no iba a suceder, porque la naturaleza y ella eran casi la misma cosa, pero no podía evitar que sus amigas se preocuparan). Se despertó al escuchar unos ruidos cerca de allí. Alguien jadeaba, cansado, y se escuchaban golpes sordos contra el tronco de algún arbol cercano.
- ¡Maldita sea! ¿Por qué? ¡¿Por qué no lo mataste...?! - gritó el desconocido que hacía los ruidos, acompañando la frase con un gemido que parecía ser de dolor. Exaltada, Nerine se deslizó ramas abajo hasta casi rozar el suelo, y, agarrándose a las ramas más bajas con los pies, se dejó caer de espaldas y quedó colgando boca abajo, observando. Enseguida vio a Tomas ("No le reconocí la voz", pensó un rato después), desnudo de cintura para arriba, clavando un nuevo puñetazo contra el tronco del árbol para luego apoyarse en él y convulsionar las espaldas. Nerine miró la madera y frunció el ceño.
- ¡Eh! - gritó, llamando su atención. Cuando Tomas se giró para mirarla, se dejó caer de nuevo con suavidad y tocó el suelo con los pies. - ¿Pero qué haces, Tomas?? - el muchacho la miró con sorpresa. Nerine no era una persona que se enfadase con facilidad, de hecho no lo hacía casi nunca, pero había pocas cosas que la molestasen más que el hecho que alguien tratase mal a sus adoradas plantas. A veces, ellas le preocupaban más que las personas.

Tomas se quedó mirando a la chica con sorpresa. Se había asegurado una y mil veces de que nadie lo observaba antes de comenzar su entrenamiento... pero en ningún momento se le había ocurrido mirar hacia las copas de los árboles, donde Nerine parecía estar. ¿Qué haría allí? ¿Y... y qué narices le había molestado? Parecía mucho menos alegre que de costumbre; sin duda, sería algo grave...
"Eso da igual, ahora" se respondió automáticamente, a sí mismo. Por supuesto que daba igual. Porque alguien acababa de interrumpir su entrenamiento. Porque tenía los ojos, todavía, llenos de lágrimas. Y porque Nerine le había preguntado algo que no sabía responder.
Se volteó, lanzándose a por su camiseta mientras le respondía.
-Yo... no hago nada -susurró, de espaldas a ella, y plegando sus alas para que su camiseta pudiese ocultarlas, como siempre- Nada que te interese -especificó.

Hinchó los mofletes con enfado al notar lo tajante de su respuesta, y mientras Tomas se vestía, se acercó al árbol y posó las manos con delicadeza sobre su corteza herida. Su enfado desapareció casi al instante y fe sustituído por ternura mientras lo acariciaba, y luego se giró hacia Tomas.
- ¿Qué te pasa? - le preguntó, mucho más calmada que antes, mucho más como era siempre. - Has dejado al pobre hecho un cromo. ¿A caso te ocurre algo malo?

Al fin, Tomas lo comprendió todo. Soltó una risa irónica.
-¡Ah! -exclamó, señalando hacia el grueso árbol donde había estado entrenando, y donde seguiría si Nerine no le hubiese interrumpido- ¡Crees que le he hecho algo al árbol! ¿De verdad piensas que a un arbol tan grande le va a doler lo que un... pequeño humano le haga? Mañana no sabrás ni en cual de estos estaba entrenando hoy.
Se quedó observando a Nerine durante un buen rato. Ella seguía abrazada al grueso árbol, sin parecer convencerse por sus palabras.
Tomas ahogó un gruñido. Él acababa siempre con sus manos echas una pena, y ahora tenía que preocuparse por no dejar muy malheridos a los árboles... Aquello casi le hacía gracia.

- Claro que lo sabré - Nerine hizo un puchero. Otra cosa no sabría hacer, pero eso... Ella era capaz incluso de seguir un rastro sobre la hierba pasada una semana. Quiso decírselo, pero Tomas la miró con aquella expresión sardónica que llevaba usando desde que lo había interrumpido, y ella soltó el arbol fijándose en algo.
- ¡Estás herido! - gritó, señalando las manos del muchacho, y sonrojándose al darse cuenta de que se había fijado antes en el tronco machacado del árbol que en las heridas del chico. Se fijó también en los ojos rojos de Tomas y creyó que era por las manos. - Deja que te ayude -, susurró, acercándose a él mientras sacaba un pañuelo y un pequeño odre con agua.

Tomas se apartó casi inconscientemente, rehuyendo su contacto. No merecía la pena que lo ayudase. En cuanto volviese a entrenar se le saltarían de nuevo las heridas; era una pérdida de tiempo esperar que en algún momento se curasen.
-No, no hace falta... -murmuró, retrocediendo mientras Nerine se le acercaba, hasta que su espalda quedó pegada a la de otro árbol cercano, y no le quedó más remedio que dejar que Nerine se saliera con la suya. Aunque no fuese a servir de mucho a largo plazo, en ese momento sus manos se sentirían mejor, supuso.
Agachó la cabeza y, antes de que Nerine tuviese tiempo de decir o preguntar algo nuevo, se le adelantó:
-¿Y... y qué hacías tú por aquí... tan temprano?

- Dormir - sonrió mientras le curaba los nudillos a Tomas, habiéndolo acorralado previamente contra el tronco de un arbol. Limpió las heridas con agua y enrrolló el pañuelo alrededor de la mano que parecía más magullada. Luego miró a Tomas a los ojos y vio que la miraba con una ceja erguida, de modo que se explicó. - Me gusta dormir en los árboles. Me acostumbré de pequeña, cuando quería escaparme de mis padres.

-Ah... ya veo-replicó Tomas, algo confundido. Por un lado, le sonaba demasiado extravagante que a alguien le gustase dormir en los árboles, y en segundo lugar, también veía extraño el final de su explicacion, aquello de que "quería escaparse de sus padres" No entendía cómo alguien podía querer huir de sus padres.
Abrió la boca y Nerine lo observó con intriga, sabiendo que pensaba decir algo. Sin embargo, a la hora de preguntarle por qué quería que huir de sus padres, algo le impidió sacar voz de su garganta. No le apetecía comenzar a hablar sobre familias, recordar su horrorosa historia otra vez. Ya había tenido bastante por hoy.
Agachó la cabeza y se quedó mirando hacia el suelo, esperando que Nerine sacase un tema diferente de conversación... o disfrutando simplemente del silencio.

Nerine lo observó con la cabeza ladeada. Tomas parecía a punto de decir algo, pero al último momento lo repensó y se calló. Ella meditó por qué motivo no se habría animado a comentar sus pensamientos, pero supuso que aquello se consideraría inmiscuirse en asuntos ajenos y ella, aunque curiosa, no era ninguna cotilla.
- No todos los padres son buenos - dijo simplemente, encogiéndose de hombros. Notó que los ojos de Tomas brillaron fugazmente con algo parecido al dolor, y ella pensó que lo mejor era cambiar de tema. - Por cierto, aunque estaba boca abajo no he podido evitar fijarme... ¿Tienes alas? Tal vez la sangre se me había acomulado en la cabeza, pero me ha parecido...

-No todos los padres son buenos -había dicho Nerine mientras se encogía de hombros. Tomas pensó que tal vez podía llevar razón... pero los suyos... Intentó frenar ese pensamiento, pero no pudo evitar notar una oleada de tristeza cubriéndole el pecho. Nerine pareció percatarse, también, y cambió de tema justo como él pretendía... a pesar de que el tema que eligió tampoco le resultaba demasiado cómodo.
-¿Tienes alas? Tal vez la sangre se me había acomulado en la cabeza, pero me ha parecido...
-Sí, si tengo -la interrumpió, intercalando un suspiro con sus palabras. Sin embargo, antes de que se le ocurriese pedirle un paseo por el cielo, o por los árboles, o algo parecido (a Nerine la veía capaz de cualquier cosa, despues de decirle que lo había estado mirando boca abajo... y después de conocerla, en definitiva) se apresuró a añadir-, pero... no puedo usarlas. Todavía... no sé. Un profesor de la academia me está ayudando.

- Oh, que lástima... - murmuró. Desde su paseo con Alon, Nerine había descubierto que volar le hacía gracia, aunque ella sola, al no dominar el elemento aire, no podía hacerlo. Bueno, de hecho tampoco podía hacer nada con el elemento tierra, que supuestamente era el suyo, y aquello era algo frustrante. Luego parpadeó y volvió a mirar a Tomas, no pudiendo reprimir un ramalazo de infantil curiosidad. - Pero tienes alas, ¡eso es guay! ¿Eres un ángel? Tenía un libro cuando era pequeña dónde salían ángeles, y ellos tienen alas...

Tomas no pudo evitar reír, algo desganado, ante esa felicidad infantil de Nerine. Le hacía sentir mejor estar junto a ella. Nunca parecía estar triste, y su alegría era casi contagiosa.
-¿Un ángel...? -se extrañó, todavía sonriendo con amargura- Si fuese algún ser mágico me acercaría más a un demonio que a un ángel... Aparte, las alas de los ángeles son blancas. Las mías son negras, por si... no te habías dado cuenta mirándome boca abajo -bromeó finalmente.

- Oh - la cara de la niña adoptó una fugaz expresión de meditación y pensó en su libro. - A mi me siguen pareciendo más de ángel - dijo finalmente, y sonrió. Dio un paso hacia atrás con las manos entrelazadas en la espalda, dándose cuenta de lo cerca que estaba de Tomas sin querer, y le dejó al muchacho más espacio para moverse.
- Cuando aprendas a volar, tienes que enseñármelo - le pidió. Luego borró su sonrisa y se llevó un dedo a la barbilla. - Y cuando quieras entrenar, no te ensañes con los árboles. Les haces daño y te haces daño a tí - dijo, señalando sus manos con los nudillos heridos. Puso morros. - No quiero que te hagas daño.

Tomas la observó fijamente, con los ojos abiertos de par en par. Le sorprendía cómo había sonado ese "no quiero que te hagas daño", como si de verdad le importase, como si de verdad lo que él hiciese o dejase de hacer le pudiera importar a alguien. Casi sintió que debía obedecerla sólo por la voz que había empleado en sus palabras, y sólo por sentir que... por primera vez en mucho tiempo, a alguien parecía importarle.
-Bueno... -se rindió finalmente, sin contestar ni un sí, ni un no. No iba a dejar de entrenar eternamente sólo por no hacerse daño. Sus propósitos eran mucho más importantes que sus nudillos.

Nerine sonrió un poco más, notando como Tomas dudaba y finalmente parecía claudicar, no muy convencido. Supuso que con aquello era suficiente de momento. Ladeó la cabeza mientras pensaba en lo poco que sabía de Tomas, pero la verdad es que, muy a su pesar, apenas había hablado algunas veces con él desde que habían llegado a la academia. Él no solía dejarse ver a menudo por los sitios públicos.
- ¿Eres un poco tímido, verdad? - preguntó, sin ánimo de ofenderle ni nada por el estilo.

Tomas no se sintió ofendido ante la pregunta de Nerine, aunque él no se consideraba exactamente tímido; simplemente, no le gustaba la gente. Ni tomarle demasiado cariño a esa gente.
-No sé... digamos que... no me gusta hablar mucho -determinó, tras pasar unos segundos meditando su respuesta. Poco después añadió- Y me... cuesta coger confianza. No todos somos tan extrovertidos como tú -le dedicó una leve sonrisa.

- ¿Es malo ser extrovertido? - preguntó enseguida, abriendo los ojos preocupada. Abby le había dicho que no debía ser tan abierta o alguien acabaría tomándole el pelo de mala forma, pero que se lo dijera también Tomas hacía que comenzara a creerlo. - ¿Me enseñarías a no ser tan extrovertida? No tengo que hablar tanto. ¡Pero si no hablamos no puedo aprender! Oh no, voy a hacerte extrovertido - y dicho eso, se golpeó la frente con la mano, preocupada. Pareció "olvidarse" del tema inicial, las alas, los golpes y las heridas, no quería presionar a Tomas para hablar sobre lo que no quería.

Tomas se perdió entre las miles de proposiciones que Nerine acababa de hacer.
-Espera, espera... -la frenó, confundido. No era que la exagerada extroversión de Nerine fuese mala. Era que, simplemente, a veces se hacía complicado seguirla. O al menos eso le parecía a él- ¿Quieres que yo te enseñe a ser menos extrovertida? ¿Y quieres enseñarme tú a ser... extrovertido?-después, hizo un movimiento rápido y extraño con sus manos, acompañando a la rapidez de su siguiente expresión- ¡¿Todo a la vez?!
Y todo aquello no le sonaba complicado. Le sonaba, directamente, imposible. Seguramente, Nerine lo habría dicho bromeando.

- No. Sí. No lo sé - Nerine hizo un puchero y miró a Tomas con pena, la verdad es que hasta ella se había hecho un lío. - Yo quería... Quería... ¿Qué quería? ¿Tu quieres ser extrovertido? Porque eso significa hablar mucho con la gente, ¿no? Y eso es bueno... ¿O es malo? - se cruzó de brazos, pensativa. Ella definitivamente lo veía bueno. Miró a Tomas y borró la expresión de confusión para dedicarle una sonrisa. - Bueno ¿qué? ¿Quieres o no quieres?



(Dios, esta niña me marea hasta a mi)

(De verdad jajajaja! Qué mareo xD!)

Tomas la observó, sin apenas parpadear, intentando entender todo lo que Nerine acababa de pronunciar a esa velocidad vertiginosa. La verdad es que ni siquiera comprendía lo que había dicho. Sólo había entendido ese "¿quieres o no quieres?" del final. Sin embargo, al recordar el puchero que Nerine le había dedicado inicialmente, y esa cuestión tan inocente de si era tan malo que fuese extrovertida, se decidió a contestar un sí.
-Sí... sí, vale, quiero -había sonado poco convencido (más que nada, porque ni siquiera sabía ya qué estaba afirmando querer)

- ¿Si? ¡Bien! - Nerine dió un saltito y volvió a sonreír, aplaudiendo un par de veces con las palmas. - Pues, para empezar, tienes que comenzar a hablar más con tus amigos. Bueno, a parte de mi, yo no sé quien es amigo tuyo. ¿Por qué yo soy tu amiga, no?? - preguntó, tapándose la boca con las manos enseguida. - Y tienes que empezar a colaborar con los demás. ¡Por ejemplo! Fíjate, sería mejor para tí que pidieras ayuda para entrenar, así practicarías de un modo seguro y sin hacerte daño.

Al escuchar el conjunto de consejos que Nerine acababa de darle, Tomas supuso que acababa de aceptar su inicial propuesta de "hacerlo ser más extrovertido" No pudo evitar exhalar una risa ahogada. Dudaba que consiguiese algo, pero al menos ya sabía de lo que hablaba. Intentó centrar su atención en escucharla, a toda velocidad, como habitualmente.
-¡...Por ejemplo! Fíjate, sería mejor para tí que pidieras ayuda para entrenar, así practicarías de un modo seguro y sin hacerte daño.
Tomas meditó por unos segundos su respuesta cuando Nerine cesó de hablar. Miró hacia un lado, pensativo. Pero cuando al fin se decidió, pronunció sus palabras velozmente, buscando acabar antes de arrepentirse de ello.
-De acuerdo... -admitió, sonriendo- Entonces... ¿Quieres ayudarme tú a entrenar?
Ya se había arrepentido de pronunciar aquello. Pero ya era, también, demasiado tarde.

Nerine se rió al escuchar a Tomas. ¡Buen punto! Vale, ella se lo había propuesto, era lógico que se lo pidiera a ella si era quién estaba más cerca.
- Claro, si a ti no te importa entrenar con una chica... - le retó, sonriendo anchamente y con las manos en la cintura. Pese a su pequeño tamaño y su endeble figura, parecía emocionada ante la perspectiva de un poco de acción.

Tomas la observó, devolviéndole la sonrisa. En ningún momento se habría esperado esa respuesta. Debía ser que Nerine era incapaz de negarse ante ninguna petición, por dura que fuese. Porque Tomas era incapaz de imaginarse a esa niña tan alegre y risueña pegando patadas y puñetazos como los pegaba él.
Aun así, aceptando sus palabras, se apartó un poco de ella y se quedaron mirándose completamente de frente. Tomas colocó sus puños frente a él, anunciando que pensaba comenzar justo en ese momento.
-No, no me molesta que seas chica... -rió, ladeando la cabeza- Pero... intentaré no hacerte daño.