Nuestro sol (privado)

Hacía un buen día para pasear por Mondphase. Moses andaba, perezosamente colgado del brazo de Jarpër, y dirigía de vez en cuando miradas a su alrededor. Había poca gente a esa hora por la calle, pues todo el mundo estaba trabajando o en la academia, y el limníade había perdido las esperanzas de hacer nada divertido hacía un buen rato.
Jarpër parloteaba alegremente y movía con energía el brazo que tenía libre (aquel al que Moses no se había aferrado casi como si quisiera que lo arrastrase), y parecía no necesitar que nadie le respondiese para seguir dándole cuerda. A Moses le gustaba escucharle aunque en realidad no le prestase atención, porque le gustaba la voz de Jarpër y…

“Calla un momento”, le dijo de repente, inundando su cabeza con aquella orden. “Creo que he escuchado algo”

El muchacho obedeció sin rechistar y mi miró fijamente, con curiosidad, mientras Moses miraba a lado y lado de la calle. Estaba seguro que había oído… Pero allí no había nadie salvo ellos dos. ¿Se lo había imaginado? Si, quizá…

"¡Otra vez! ¿Lo has escuchado?”. Esta vez, Jarpër asintió. Él también lo había escuchado, no había duda. Un pequeño grito de voz muy aguda, pero débil, seguido de un gorgoteo lastimero y parecido al llanto. La voz se apagó de nuevo, pero esta vez no se extinguió, y Moses soltó de golpe el brazo de la serpiente para buscar de dónde procedía.
Uno de los laterales de la desierta calle se abría para dar paso a un pequeño callejón, y el limníade corrió hacia allí al estar seguro que de allí procedía el extraño ruidito (que, no sabía exactamente por qué, pero lo estaba poniendo muy nervioso. No quería oírlo. Quería calmarlo) y entró, prendiendo un par de llamas a su alrededor porque el lugar era tan estrecho que no se veía nada.
“¿Hay alguien ahí?”, preguntó con cautela, notando que Jarpër se colocaba detrás de él y lo azuzaba a entrar. El llanto misterioso se hizo más intenso, y un movimiento captó la atención de los dos familiares. Era un bulto… Un bulto pequeñito, envuelto en una especie de manta morada… Un bulto rodeado de basura, del cual procedían todos los sonidos…

“¡Por Dios!”, exclamó Moses, soltando a la vez una especie de exclamación de sorpresa con su propia voz y acercándose hasta el bulto para tomarlo con cuidado y cara de susto. “¡Jar! ¡Es un bebé!”

Jarpër había oído ese grito, pero no estaba muy seguro de lo que debían hacer hasta que Moses o soltó y salió corriendo; no lo pensó ni un segundo y lo siguió.
Una vez llegaron el callejón, se acercó mucho a Moses, notaba una presencia rara allí y tenía la necesidad de protegerlo, pero todo eso pasó cuando vio un pequeño bulto en medio de toda esa basura.

La serpiente no reaccionó al principio. Estaba viendo al bebé que el limniade estaba sosteniendo sin llegar a verlo, porque le parecía irreal. ¿Quién dejaría algo tan bonito allí? Porque estaba claro que lo habían dejado allí, no podía ser que se hubiera escapado. - Moses... ¿qué es todo esto?

- Moses... ¿qué es todo esto?

El limníade boqueó un par de veces, confundido, observando sin poder creerlo al pequeño bebé que gimoteaba dentro de aquella mugrosa manta morada.
"Creo que... Lo han abandonado...", dijo, aturdido, tratando de reconectar su mente para ser capaz de reaccionar. "Está solo..."

Entre sus brazos temblorosos, el bebé pareció calmarse un poco. De repente, sus sollozos eran menos escandalosos y desesperados, como si supiera de algún modo que, ahora que ya no estaba solo, iban a ayudarlo con todas las cosas que lo estaban incomodando, pero seguía soltando lágrimas y gimoteos. Había algo que no andaba bien.

En cuanto fue capaz de moverse otra vez, Moses se apresuró a quitarse la chaqueta (que no era suya, por cierto. Era de uno de los alumnos de viento de Aiwe, una gran historia que era mejor contar en otra ocasión) y envolver al bebé con ella, lanzando al suelo la sucia y maloliente manta. Se volvió hacia Jarpër con el ceño fruncido y expresión preocupada, y durante un segundo dejó de parecer aquel muchacho despreocupado y más bien malvado que solía ser. Parecía más bien una persona normal, con un bebé enfermo en brazos, frito de la preocupación.

"Debe tener hambre. ¿Cuanto tiempo debe llevar aquí? No parece que haya nadie, ¿dónde estarán sus padres? Y toda esta basura... Jar, debe tener muchísima hambre", repitió, apretando los labios y dirigiendo una mirada al bultito, que se había llevado uno de los dedos del limníade a la boca y lo chupaba, como queriendo alimentarse de él. "Tú eres médico, ¿qué tenemos que hacer?"