Aquí estás (priv.)

Hacía un buen rato que Taruka tenía la impresión de haberse equivocado de bosque.

Ella en un primer momento había querido ir al bosque luminoso, hasta ese bosque que tanta paz inspiraba y en el que había encontrado a Blau, de noche, hacía ya un buen tiempo. Sin embargo, Taruka había llegado hasta ese nuevo y desconocido lugar por una remota casualidad, y ahora no sabía tomar el camino de vuelta.
Ese bosque casi… la asustaba. Cada árbol seco se enroscaba formando una sombra terrorífica que la hizo andar, al principio, algo más deprisa de lo normal, para terminar corriendo entre los árboles sin ni siquiera darse cuenta. Era muy posible que haciendo esa idiotez complicase más las cosas atrayendo a alguna criatura, pero Taruka en ese instante no estaba para pensar, y solo era capaz de menear el pequeño paraguas cerrado que le había regalado Fukuroo por delante de ella, como si pretendiese ahuyentar a alguien o algo con eso.
Taruka prosiguió corriendo de esa manera todo lo que sus piernas le permitían, huyendo de algo que ni siquiera se había presentado frente a ella… hasta que tropezó.
Tropezó y notó cómo caía sobre algo blando y más cálido que ella, pero, igualmente, algo que soltó un grito desagradable y la tiró bruscamente al suelo tan pronto la sintió encima. Taruka ni siquiera había visto qué era, porque se había tapado la cabeza con las dos manos y temblequeaba de puro miedo, mientras una ligera lluvia comenzaba a caer sobre ella. ¿Sería un demonio? ¿O… uno de esos pervertidos borrachos con los que ya se había topado alguna vez? ¿Irían a hacerle daño…? La niña sólo quería salir ilesa; marcharse cuanto antes de ese bosque tenebroso que no inspiraba más que pavor.
Fue por ello por lo que sólo murmuró, manchada de barro y agua, todavía con un temblor involuntario apoderándose de ella:
- Ha… ha-a sido sin querer… p-por favooor… no me matees…
La lluvia se hizo ligeramente más fuerte, pero Taruka no tenía fuerzas ni tan siquiera para abrir su paraguas.

- ¡Eh! ¡A…parta de ahí!
Cuando notó que algo de repente tropezaba contra él y se le tiraba encima, Tomas solo pudo ahogar ese brusco gruñido y empujar a la niña que se le había caído hasta apartarla no muy suavemente (que sí, que habría sido sin querer, pero estaba empapada, lloriqueando, y además le había hecho daño cayendo de esa forma. Eso descontando que él estaba más desagradable de lo normal últimamente) Sólo la observó de reojo cuando la tuvo lejos, y la encontró encogida y escondiéndose detrás de sus brazos, asustada. Apenas se dio cuenta, pero su cuerpo actuó solo y se acuclilló a su lado, como si la consolase o se cerciorase de si estaba bien.
- Ha… ha-a sido sin querer… p-por favooor… no me matees…
Tomas sólo pudo levantar una ceja en señal de sorpresa al escuchar esa frase. Sabía que estaba muy cambiado, con un semblante muy serio, el pelo corto, la barba de tres días, las heridas, y demás, pero… no tenía ni idea de que su aspecto era tan terrible como para parecerse a un asesino. O a un monstruo de ese bosque.
Cuando llegó a esa conclusión, tragó saliva y se quedó sin habla durante un buen rato.
- ¿Qué? –murmuró, al fin, sacudiendo la cabeza al escucharse tan anonadado- ¿Por qué iba a matarte? ¿Es que tenía que esperarte con los brazos abiertos, o qué?
La niña levantó mínimamente la cabeza al escucharlo, como si esas dos últimas preguntas malhumoradas pudieran darle algo de confianza. Tomas la siguió mirando desde donde estaba, acercándose después cuidadosamente para quitarle el paraguas, y resguardarse ambos de la lluvia repentina que acababa de cubrir el lugar.
Esperó que la chica no saliese corriendo cuando lo viese acercarse… y no lo hizo. De hecho, hizo todo lo contrario.
Ella misma tomó su paraguas leyendo los pensamientos del muchacho, lo abrió y lo sostuvo con una mano, mientras con la restante lo agarraba de la camisa para pegarlo a ella y así cubrirlos a los dos. Justo después, la niña sólo abrió mucho los ojos y clavó la mirada en los suyos. Y él sólo arqueó con total sorpresa una ceja.
- ¿Qué… qué estás haciendo? –le espetó, empujándola de manera distraída e inestable, haciendo que cayese de espaldas sobre el barro, con ella encima. Tomas se empezó a poner nervioso- ¿Qué estás mirando? ¿Qué miras, qué…?
Hubiese repetido la misma pregunta de todas las maneras posibles y la habría vuelto a empujar con la misma brusquedad del principio, si no hubiese descubierto qué era lo que la chica miraba con tanta atención, con la suficiente atención como para ni presentarse primero ni simplemente saludarlo con algo que no fuera una pregunta.
Sus ojos… eran idénticos. El mismo brillo azul verdoso los recorría por dentro, formando un círculo ligeramente más oscuro por fuera, de un tono, sino igual, extrañamente muy parecido.
¿Sería aquello una simple coincidencia? Durante un buen rato, Tomas estuvo seguro de que si.
Hasta que la chica soltó el paraguas, abrazándolo repentinamente… y él no encontró ninguna forma de rechazarla ni de no sentirse reconfortado en ese abrazo.