Feliz cumpleaños (priv.)

(El principio es un ascazo porque voy escribiendo a trompicones, pero ya mejorará ^^”” Perdón por lo largo –como siempre xDDDDDDDDDD-)
Verdaderamente, y aunque aquello le resultase absurdo y ridículo a partes iguales, Tomas estaba algo nervioso ese día. Se había levantado temprano (nada fuera de lo común) y se había asegurado de hacer una visita al recinto femenino antes de hacer nada más. Debía ser, sino el primero, uno de los primeros que felicitaba a Nerine por su cumpleaños.
En cualquier caso y a pesar de que detestaba tener que hacer aquello, Tomas había decidido dejar que Nerine pasara esa mañana con quien más le apeteciese; sabía que su listado de amigas era infinito y que en ningún caso iba a aburrirse.
Sin embargo, después de comer, el muchacho hizo un pequeño recorrido por la academia hasta hallar a Nerine, para más tarde partir ambos hacia el pueblo. En realidad, Tomas no tenía muy planeado lo que harían una vez allí, pero sabía cuáles eran los gustos de su chica y, mientras iban caminando (porque, muy a su pesar, ese 18 de julio no se volaba), determinó cual era, sin duda, el mejor sitio que podían frecuentar en primer lugar.
- ¿Qué tal si… vamos a tomarnos un helado, primero…?
No pudo evitar pronunciarlo con un ligero –y, lo peor de todo, apreciable- nerviosismo, y se maldijo a sí mismo por ello. Las palabras “regalos”, “día especial” y “cita” no dejaban de darle vueltas por la cabeza y de impedirle pensar con claridad. Esperaba que a medida que pasase la tarde se encontrase un poco menos tenso. Pero no podía evitar recordar el día fabuloso que Nerine le había hecho pasar para su cumpleaños y pensar que le costaría mucho trabajo, como mínimo, igualarla.

Al llegar a la heladería y casi antes de tomar asiento, Tomas no aguantó más (porque ya había aguantado toda la mañana y todo el camino hasta llegar al pueblo) y sacó una pequeña bolsita de tela, anudada con un lazo de un tono rosa claro, aunque después de hacer ese gesto casi no la miró y empezó a hablar, sin recordar algo tan simple como extendérsela antes.
- Bueno… -se aclaro la garganta y le dio vueltas a la bolsa con las manos- este es el… em… primer regalo, por así decirlo... en realidad es una tontería, pero como tú me… diste… veintidós besos, pues yo pensé que estaría bien darte diecisiete… algo –sacudió la cabeza por haber dicho semejante estupidez (o haberlo pronunciado de esa forma tan estúpidamente ridícula) y agregó- Abajo del todo hay algo más… también es una tontería, pero… es importante para mí.
Fue al concluir esa especie de “presentación” cuando Tomas se atrevió a levantar la mirada y saborear los ojos dorados de Nerine, siendo esas últimas palabras las únicas que había pronunciado con algo de firmeza y seguridad. La bolsita contenía, simplemente, diecisiete caramelos, cada uno de un sabor distinto al anterior (uno de limón, otro de fresa… y, por supuesto, alguno de menta), y no pudo evitar encoger un poco sus hombros mientras Nerine rebuscaba por su interior, buscando ese “algo” que él aseguraba haber escondido en el fondo. Intuía que, casi con toda certeza, desear que la niña poseyera aquello era más importante para él que para ella, pero… bueno, le había gustado hacerle ese pequeño regalo.
Y, pasara lo que pasase, no se iba a arrepentir. Ni de aquel detalle… ni, esperaba, de su pequeña sorpresa final.

((¡Dios, perdón por lo largo!!! >___>U))



Cuando se despertó aquella mañana, Nerine supo que el día sería muy, muy especial. Se había levantado casi con el alba, se había vestido, había hecho la cama y, justo cuando se disponía a irse a despertar a Abby y a Layla para ir a desayunar un poco de tarta, Tomas se había colado por la ventana y la había felicitado por su cumpleaños. Porque, ¡oh, amigos, era su cumpleaños!
El muchacho y ella habían quedado para salir por ahí esa tarde. Nerine estaba contenta porque, además de ser su cumpleaños (algo que, ya de por sí solo, era guay y importante), iba a tener una cita con una de las personas a las que quería más del mundo. Y se moría de ganas.

La mañana la pasó acompañada por todas sus amigas, en el lago, dónde habían llevado bañadores, galletas y tarta, y se lo había pasado la mar de bien. La hora de comer llegó mucho antes de lo que ella la había esperado pero, de todos modos, no le sentó mal porque, claro, después de almorzar, Abby la había ayudado a bañarse, peinarse y escoger un vestido bonito, y había bajado a reunirse con Tomas para ir a Mondphase.
Nerine estaba contenta, muy contenta, y andaba dando saltitos y agarrada de la mano del chico, parloteando de cosas trivales como los peces que habían pescado Fala y Nereida esa mañana o el color de los lazos que le había regalado Clio.
- ¿Qué tal si… vamos a tomarnos un helado, primero…? - propuso Tomas. Y Nerine asintió, conforme, porque tomar un helado con él era algo como la guinda perfecta del día y el modo más acertado de comenzar una cita.

Cuando se sentaron en la heladería, Nerine dio un brinco en la silla porque quería pedir un super helado grande y no quería esperar, pero Tomas parecía no tener la misma idea que ella porque carraspeó y sacó una pequeña bolsita de tela rosa que llamó su atención, y la miró con las mejillas sonrojadas y cara de estar muy nervioso. Carraspeó otra vez, y Nerine se mordió el labio con curiosidad.
- Bueno… Este es el… em… primer regalo, por así decirlo... en realidad es una tontería, pero como tú me… diste… veintidós besos, pues yo pensé que estaría bien darte diecisiete… algo.
La niña abrió y cerró la boca, cada vez más curiosa, y extendió las manos para tomar la bolsa y averiguar qué eran aquellos diecisiete "algos", y esa otra cosa especial. Sonrío anchamente al ver los caramelos, y automáticamente se llevó uno de los de color verde a la boca para comerlo antes de que trajeran los helados. Se irguió un poco en la silla y se inclinó hacia Tomas, besandolo ligeramente en los labios y murmurando "Gracias", divertida, antes de sentarse otra vez y seguir buscando a ver qué más había allí.

- Oh - murmuró, al sacar la pulserita del fondo de la bolsa, y observándola con los ojos abiertos y curiosidad. Dirigió automáticamente su mirada hacia el cuello de Tomas y se dio cuenta, por primera vez, de que su colgante estaba algo cambiado -. Oh.
El yingyang que él solia llevar siempre al cuello había cambiado y ahora era solo un ying. La otra mitad del colgante, la que correspondía con la parte blanca, estaba ahora entre sus manos, convertida en una pulsera lo suficientemente estrecha como para que ella pudiera llevara y él no y, de repente, Nerine se sintió muy extraña, seria, y los ojos le comenzaron a picar.
- Oh - murmuró por tercera vez, emocionada -. Que... Jo. Que chulo.
Se frotó un poco los ojos con la mano que le quedaba libre porque, de verdad, aquello la había emocionado. Podía parecer una chorrada (y, para qué engañarse, ¡era una chorrada!), pero a Nerine le había parecido algo muy especial. Compartir aquello con él era casi como... Como decirle que... Que ella era su otra mitad. Y... Buf. Era muy extraño, y la hacía sentir rara, pero... Pero le gustaba. Le gustaba de verdad.
- ¿Podrías ponermela? - preguntó, extendiendo la mano hacia él y mirándolo con ojitos embelesados.

(¿Vamos a pedir perdon en todos los comentarios? X/////DDDDD Un perdon mas chiquitito, pero perdon otra veez jajajaja!!!! Si k teniamos ganas de un tema de estos dos, si... o___o)

Precisamente por ese ligero nerviosismo que se había apoderado de él desde que había sacado la bolsita y se la había extendido a Nerine, Tomas no se percató de que la niña se había erguido en su silla para besarlo hasta que no tuvo sus labios rozando los de él. No pudo evitar forjar una ligera sonrisa y notar como, de inmediato, se relajaba con aquel beso. Quizá fuese porque, restando los regalos, el año más que habían sumado a la edad de Nerine y ese vestido más bonito de lo normal que vestía, aquello fuese sencillamente otra tarde juntos como otra cualquiera. Una tarde para los dos.

Cuando Nerine halló la pulsera y forjó aquella mirada tan seria, seguida de esos dos "oh" ahogados, Tomas volvió a observarla con fijeza y a punto de preguntar por lo bajo un leve "¿Te gusta?" que le ayudase a no sentirse inquieto otra vez. Tenía que gustarle, ¿por qué no iba a gustarle? Para él era algo realmente importante, y...
- Que... Jo. Que chulo.
La mirada de Tomas cambió desde sorpresa por esas palabras, a confusión por el momento en que se frotó levemente los ojos, a unos simples ojos neutrales al escucharla cuestionandole:
- ¿Podrías ponermela?
Tardó menos de dos segundos en reaccionar, parpadear un par de veces y tomarle rápidamente la mano con una de las suyas, para sostener con la otra la pulserita.
- Claro, claro... -se apresuró a responder, anudando la pulsera a su muñeca cuidadosamente y sin poder evitar buscar con su mirada su propio colgante al concluir.
Sonrió un poco, antes de levantar la vista de nuevo para cruzar sus ojos con los de Nerine y tratar de pronunciar algo. Pensó en murmurarle que, aunque tal vez fuese ridículo, a él le hacía feliz sentir que ahora compartían algo que era muy especial para él, o simplemente preguntarle, a pesar de que ya suponía que la respuesta sería un sí, si de veras le había gustado tanto como aparentaba. También meditó si estaría bien contarle un poco de la historia de aquel collar, para que así comprendiese por qué a él le importaba tanto...
Pero, finalmente, entornó sus labios sin pronunciar nada semejante, y su mente se cerró cuando también su boca lo hizo. Y tras unos segundos silenciosos, se atrevió a murmurar lo único que verdaderamente tenía ganas de murmurar:
- Tenía... tenía ganas de que pasásemos otro día juntos. Este día -se encogió levemente de hombros, sin poder, de ninguna manera, ocultar una sonrisa.

Tomas tomó la pulserita tras asentir levemente con la cabeza y se la colocó gentilmente alerededor de la muñeca. La niña levantó un poco la mano, entreabriendo los labios hasta que estos adoptaron forma de "o", y observó la joya a contraluz, ademirando el resultado, como si esperase que en cualquier momento se pusiera a brillar o cualquier otra cosa. Los ojos le relucieron, porque sintió que, de algun modo, ahora tenía algo más que compartía con Tomas, algo más que los unía, y aquello le gustaba mucho. Le encantaba.

- Tenía... tenía ganas de que pasásemos otro día juntos. Este día.
Nerine se mordió el labio y sonrió, bajando la mano y clavando de nuevo la mirada en él, estirando las manos en su direción para tomar las suyas y mirarlo con ojos relucientes.
- Gracias - repitió -. Yo también tenía muchas ganas, porque hacía mucho que no hacíamos algo como esto y porque... - porque, para ella, el cumpleaños era un día muy especial y le encantaba hacer cosas especiales ese día. Pero no fue eso lo que murmuró, no señor -. Porque tenía muchas ganas de estar contigo.

Separó sus manos de las de él en ese momento, porque el camarero apareció con una gigantesca copa de helado que la niña observó con ojos relucientes de emoción. Tras darle las gracias y aplaudir, Nerine se avalanzó casi literalmente sobre el helado y, después de haberse comido una buena porción (y de haberse ensuciado tanto los morros, como las mejillas, como la nariz), levantó la mirada hacia Tomas y se rió.
- Estás comiendo muy poco - lo regañó -. Quiero compartirlo contigo, no comermelo sola. Di "aaaaah".
Acto seguido, cargó la cuchara con helado y nata y la extendió hacia su boca, esperando a que la abriera y se lo comiera. Al hacerlo, el sol arrancó un destello plateado en la cadenita de la pulsera y en su dije blanco, y Nerine sonrió otra vez al ver esa otra mitad colgando sobre el cuello del muchacho.
- ¿Tiene el colgante alguna historia especial? A parte de esta, quiero decir - preguntó, refiriéndose al hecho de que ahora lo compartían y que solo por ese hecho ya era especial.

(LO SIENTO o____________o No tengo remedio ya…)

Tomas no pudo evitar bajar la mirada hacia sus manos cuando Nerine las tomó con las suyas, escuchando sus palabras con la mirada fija en ellas y dejando asomar una media sonrisa a medida que avanzaba. Acarició una de esas manos levemente y, cuando terminó de hablar, se atrevió a levantar la vista y se acercó ligeramente a ella, buscando depositar un beso en sus labios…
Pero, claro. Entonces apareció su copa de helado y Nerine se lanzó sobre ella.
El muchacho dejó escapar una ligera risita, mientras cogía su cuchara despacio, más embobado en ella que pensando en comer. Se había manchado la cara de helado y comía como podía comer alguien que llevaba meses sin probar nada delicioso; y, sin embargo, le encantaba mirarla. Porque esa era la chica que le gustaba, aunque se manchase de helado o la mayor parte del tiempo se mostrase inocente o infantil...
- Estás comiendo muy poco. Quiero compartirlo contigo, no comermelo sola.
Su voz lo sacó de sus pensamientos repentinamente. Tomas sacudió la cabeza y comprobó que, efectivamente, todavía no se había atrevido a probar el helado.
- Ah, sí, sí… –musitó, en primer lugar, apresurándose a agregar al percatarse de lo tonto que le había sonado aquel asentimiento. Sonrió- Pero es que vas muy ra…
No le dio tiempo a soltar ese “rápida” que concluía su frase cuando Nerine terminó de cargar su cuchara y se la metió en la boca. Con aquel gesto a Tomas le entró la risa y estuvo a punto de no poder tragar. Sin embargo, cuando Nerine habló de nuevo se le pasó de golpe.
- ¿Tiene el colgante alguna historia especial? Aparte de esta, quiero decir
El chico se tomó su tiempo para tragar, mientras pensaba cuidadosamente su respuesta.
- Bueno… -miró automáticamente hacia su collar, del que ahora ya sólo colgaba ese dije negro, y se atrevió a proseguir mientras lo toqueteaba- Para… mí es especial, porque… es una de las pocas cosas que tengo de mis padres. Yo… yo no me daba cuenta, era muy pequeño, pero… antes de pasar lo que pasó, estaban… pasando por una mala racha, y… aunque siempre los había visto llevar a cada uno su dije, un día se los quitaron y los guardaron en una cajita. Esa caja fue lo único que me llevé cuando me fui de casa.
Después de confesarle aquello, Tomas se quedó en silencio, permaneciendo un poco serio. No le resultaba muy cómodo hablar sobre ese tema, pero sabía que podía confiar en Nerine y hablarle de todo se hacía más sencillo cuando estaba con ella. Incluso le costó menos esfuerzo desviar el tema para alegrar un poco la mirada seria que se le había quedado y que no podía quitarse nunca de encima al recordar a sus padres, por mucho que él quisiera. Hundió la cuchara en el helado y, antes de hacer nada más, puso una mano en la mejilla de Nerine con una leve sonrisa:
- Por cierto, Neri. Te has puesto perdida…
Tomas siguió sonriendo, un poco más tranquilo, mientras se llevaba la cuchara a la boca y le limpiaba un poco la mejilla acariciándosela suavemente. Comprobó que así había conseguido más mancharse su mano que limpiarla a ella, pero no le importó. Verdaderamente, lo único que le apetecía era acariciarla.

((He intentado hacerlo cortito y ha salido esto ¬¬ Lolly, somos horribles XD))


Cuando Tomas le explicó la historia del colgante, la mitad del qual colgaba ahora de su muñeca, Nerine no pudo evitar quedarse quieta y callada, escuchando con atención sus palabras y notando como se emocionaba un poco.
Ella tenía padres. Tenía padres, pero sabía perfectamente lo que era no tenerlos. Por eso comprendía hasta que punto aquellos dijes, lo único que Tomas había podido llevarse de su casa como recuerdo de ellos, eran importantes para él. Y por eso, supuso, le picaban los ojos. Porque ahora ella llevaba un pedacito de ellos encima, porque Tomas le había entregado una de las cosas más especiales para él y la había compartido con ella.
La niña sintió, de repente, muchas ganas de llorar.
- Por cierto, Neri. Te has puesto perdida... - dijo Tomas con cariño, paseando una de sus manos sobre su mejilla, en una agradable caricia. Nerine cerró los ojos y ladeó la cabeza hacia esa mano pues, aunque suponía que él solo estaba intentando limpiarla, ella quería sentirlo cerca.

- Gracias - dijo por tercera vez, entreabriendo los ojos y esbozando un puchero sin querer. Se frotó los ojos un poco y negó con la cabeza, echándose para atrás en la silla, porque definitivamente no quería llorar ese día y solo quería que fuera especial. Daba igual como estuvieran las cosas más allá de esa terraza. Daba igual que se hubiera emocionado. Daba igual todo. Nerine solo quería estar con él y pasarlo bien una vez más.
Dirigió la mirada hasta la copa de helado que todavía estaba entre ellos, sobre la mesa, y por primera vez en toda su vida, Nerine hubiera preferido que no estuviera allí, porque no le apetecía demasiado. Hundió la cuchara en el dulce y, sonriendo levemente, se la tendió a Tomas, mucho más delicadamente que antes, más como haría una novia que no una hermana pequeña gritona y efusiva.
- ¿Has pensado algo más para hacer hoy?

(¡Si! ¡SIII! ¡Sé hacer posts cortoooos! (???))

Tomas volvió a mostrar una mirada seria cuando Nerine le agradeció su caricia con ese murmullo seguido de un puchero. En ese instante, sólo pudo pensar que no había sido una buena idea hablarle de aquello a la chica, porque se había llevado una mano a los ojos para frotarlos como si estuviese llorando, y porque, en definitiva, se sentía como si hubiese estropeado en parte su día especial. Quizá al contarle aquello había recordado a su familia, o quizá estaba, simplemente, dándole pena su historia, o qué sabía él. Pero el caso es que en ese instante, Tomas lo único que estaba haciendo era gritándose entre sus pensamientos cómo podía haber metido la pata de esa manera tan colosal.
- ¿Has pensado algo más para hacer hoy?

Sólo al escuchar esa frase, Tomas levantó la mirada y vio que Nerine lo esperaba con otra cuchara de helado, que aceptó con algo de desgana. Sin embargo, al ver que la chica volvía a sonreír (aunque fuese levemente), Tomas notó un ligero alivio y pudo responder a su pregunta, esperando, de veras, que no volviese a cometer un error así en lo que quedaba de tarde. Esa tarde era de los dos. De los dos y de nadie más. Los recuerdos, los amigos, todo el pasado... tenía que quedar lejos.
Tragó el helado y levantó su cuchara para ser, ahora, él quien le daba a ella.
- Pues... -se percató rápidamente de que su voz sonaba algo apagada, y carraspeó antes de proseguir, hundiendo la cuchara en el helado mientras tanto- Ah, claro. Te tengo preparada una sorpresa. Pero primero el helado -se atrevió a sonreír un poco cuando concluyó, extendiéndole la cuchara a Nerine antes de que tuviera tiempo de responder, como si, de algún modo, temiese su respuesta.

Nerine abrió la boca con curiosidad y aceptó la cucharada de helado que Tomas había tendido en su dirección. ¿Otro lugar? ¿Qué lugar? ¡Ella quería saberlo!
- De acuerdo - murmuró, devolviéndole la sonrisa y relamiéndose los labios porque, a ver, ahora que lo había probado otra vez, se daba cuenta de que sí que le apetecía el helado. Hundió la cuchara de nuevo pero, en lugar de tendérsela a Tomas tal y como debería haber hecho teniendo en cuenta la situación, se la llevó a su propia boca y la degustó, y así con la siguiente, y a la tercera ya se dignó a ofrecerle un poco de dulce a su novio.
Estuvieron un rato así, comiendo, hablando sobre tonterías y haciéndose algún mimo de esos cursis que solo las personas que se querían podían hacer sin vomitar. Luego, se levantaron, y aunque se moría de ganas de saber qué era lo que Tomas había preparado para ella, Nerine tiró de su manga y lo arrastró hasta la tienda de animales porque quería ver los cachorritos. "Layla me ha dicho que son más adorables que mis peluches" dijo como toda excusa. Una vez plantados delante del esaparate, la niña sonrió encantada y pegó las manos y la frente al cristal, llamando a los animalitos para que se acercaran y soltando grititos agudos y admirados hacia ellos.
- ¡Ojalá tuviera uno de esos! - deseó, señalando a un perrito especialmente adorable y con cara de no ser muy listo, que seguro que, al crecer, alcanzaría el tamaño de un caballo pequeñito -. Pero solo tengo a Nhya. ¡No me malinterpretes! - miró a Tomas y abrió mucho los ojos, como si aquella revelación pudiera ofenderle de algún modo a él -, quiero mucho a Nhya, pero es algo sosainas. Se pasa el día durmiendo y, cuando no duerme, se dedica a morder a los demás. No sé qué hacer con él... - hizo una pausa y frunció el ceño, pensando en su familiar. Luego ladeó la cabeza -. ¿Qué hacemos ahora?

Cuando Tomas desplegó los labios para que, después, la cuchara de helado que Nerine había tomado no fuese para él, el chico no pudo evitar soltar una risita y cerrar la boca del golpe, sintiéndose, para qué negarlo, ridículo. En cualquier caso, aquello fue suficiente para conseguir que Tomas se olvidase definitivamente de todo, y pudiera centrarse en ese momento como se merecía.
Visitaron la tienda de animales (Y Tomas soltó una risita cuando escuchó la excusa que utilizaba para llevarlo hasta allí, nombrando a Layla y sus peluches) y, mientras la niña miraba con abierta curiosidad a los cachorros, Tomas se entretuvo observando las tonterías que les hacía, embobado. Tanto que sólo se centró en lo que hablaba cuando lo miró con los ojos tan abiertos y le habló de su familiar. Tomas pensó irremediablemente en su bicho de patas largas al que él llamaba "pato" (aunque ya sabía que no era un pato, y se preguntó qué estaría haciendo en esos momentos solo por su habitación.
- Tu familiar estará todo el día durmiendo... pero el mío se entretiene picando mis cosas, así que...
Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos de la cabeza porque, de veras, tampoco le apetecía pensar en el pequeño Icare ahora mismo, y la siguiente pregunta de Nerine fue justo lo que quería escuchar.

Antes de ir a ese lugar que el muchacho había prometido, Tomas se dedicó a pasear a la niña tranquilamente por el pueblo. Pasearon por el parque, por las calles más bonitas y concurridas de la zona, visitaron algunas tiendas, y, en definitiva, se les pasó prácticamente toda la tarde entre risas y charlas.
Hasta que el sol no comenzó a ponerse sobre los tejados de Mondphase, Tomas no se dignó a llevar a la niña a ese lugar que le había prometido. Quería que viesen el atardecer desde allí, y por eso había esperado justo hasta ese momento antes de salir del pueblo.
- Volando estaba muy cerca de aquí -le fue explicando, mientras abandonaban el pueblo y la iba guiando entre un pequeño bosquecillo que debían atravesar- Pero a pie no lo sé. Supongo que estará cerca también -se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa a Nerine, mientras andaba a su lado y comenzaba a pensar, sinceramente, que aquel día estaba saliendo más bien de lo que esperaba.

Nerine estaba contenta, muy contenta, porque al final, aquel día estaba resultando tan fabuloso como ella se lo había imaginado.
Tomas la llevó a todos los rincones bonitos del pueblo, la dejó mirarse algunas cosas en sus tiendas favoritas e incluso fueron al taller de su hermano a decirle hola. Cuando el sol empezó a descender, anunciando el final del día, la niña creyó que la cita había llegado a su fin (porque, a ver, se habían paseado por casi todo el pueblo ya, y la cosa no daba para más), pero Tomas la sorprendió de nuevo y, estirándola de la mano, la guió hasta las afueras del pueblo y la llevó hasta el corazón de un pequeño y verde bosquecillo.

- Aaaaaaw - soltó la niña, mirando a su alrededor encantada, porque aquella hora del día era perfecta para las plantas ya que, al no hacer calor ni demasiado sol, brillaban de un modo casi radiante -. ¡Me encanta este lugar!
Tomas solo sonrió y, sin añadir nada, siguió tirando de ella para que siguieran andando. Nerine se moría de curiosidad por saber hasta dónde la estaba guiando el chico, pues si él estaba tan sonriente, no podía tratarse si no de un lugar especial, y... La chica apretó la mano que él le tendía con cariño.
Los últimos días habían sido como un remolino en los que habían sucedido demasiadas cosas a su alrededor, pero ahora mismo, en ese mismo instante... Se sentía bien. Se sentía completa. Y, con él, se sentía en paz.

- Oye - murmuró, divertida, viendo que andaban y andaban pero que nunca terminaban de llegar -. Si quieres, podemos ir volando. Ya no... Ya no me da tanto miedo. Ya sabes. Me epieza... A gustar un poco - soltó una risita nerviosa y ladeó la cabeza -. Yo lo único que quiero es dejarme llevar...

Tomas no pudo evitar frenarse en seco al escuchar aquel susurro que, verdaderamente, por unos segundos no consiguió ni siquiera procesar. ¿Nerine estaba pidiéndole volar? Sabía que el lugar quedaba lejos y ya llevaban un buen rato caminando, pero él no se sentía demasiado cansado y estaba casi convencido de que ella tampoco. Meneó un poco la mano con la que sostenía la de la niña, dejando que una sonrisita fuese cubriendo sus labios mientras se atrevía a hablar.
- ¿Lo dices en serio? –inquirió, sinceramente, porque de veras no quería que por nada del mundo ese día tan especial para Nerine se estropease. Sin embargo, aunque algo nerviosa, la niña parecía convencida. Y Tomas no quiso dejar pasar esa oportunidad- Vale; de todas formas ya no debe estar muy lejos…
Antes de que tuviese tiempo de cambiar de idea (porque, para qué negarlo, él siempre prefería volar), Tomas se acercó a la chica y la sostuvo entre sus brazos para emprender el vuelo con ella.

Al volar, el lugar que el muchacho buscaba apareció antes de lo que había previsto yendo a pie. Los árboles eran frondosos y a su alrededor había numerosos arbustos, todos verdes y llenos de vitalidad. A Tomas le gustaban esa clase de lugares, sumidos en la más plena naturaleza, porque, aunque ahora viviese en la academia y ese fuera su hogar, en algún momento él había vivido más rodeado de árboles y plantas que de civilización.
Pensó en parar antes de llegar al lugar, pero no tardó en determinar que sería mucho más bonito visto desde el aire.
- Neri, no te pierdas esto.
Tras atravesar los árboles más altos y verdes de aquella especie de bosquecillo, Tomas bajó ligeramente hasta volar más cerca del suelo para, así, poder ver un pequeño riachuelo que iba transportando más agua a medida que avanzaban, hasta llegar a la montaña de la que nacía. Una cascada rompía el silencio con el sonido del agua cayendo sobre las rocas, y las plantas incluso mostraban un verdor más intenso alrededor del río y el agua. La belleza de aquel paisaje todavía le sorprendía como la primera vez que lo había visto.
Después de mirar el lugar desde el aire, Tomas se detuvo junto al río, dejando a la niña allí y sin dejar de mirar hacia la cascada.
- Está un poco lejos, pero creo que… bueno… vale la pena –murmuró, mirando a Nerine acto seguido y sonriéndole levemente- Es… un sitio especial. Un lugar para los dos.

Cuando Tomas le advirtió que no debía perderse esas vistas, ya hacía rato que Nerine miraba el suelo bajo sus pies, y los arbustos radiantes, y la exuberante vegetación, cuanto menos, maravillada. Apretó un poco la camisa de Tomas entre sus manos, pero no lo hizo con nerviosismo como las otras veces, sino de pura emoción.
- ¡Es precioso! - soltó, admirada.

Luego aterrizaron en aquella especie de prado, y la niña casi tuvo que frotarse los ojos para estar segura que realmente estaba allí. Observó el arroyo y hundió los pies en él, chapoteando en el agua y dando vueltas sin perder un solo detalle a su alrededor. Persiguió unas mariposas, se agachó para ver unas flores y luego hundió los pies en el agua una vez más. El cielo comenzaba a estar tintado con tonos naranjas y rojizos, que lo bañaban todo con su luz espesa y radiante.
Nerine respiraba agitadamente y se sentía muy feliz.

- Es… un sitio especial. Un lugar para los dos.
La niña buscó la mirada de Tomas cuando le escuchó decir eso y sonrió automáticamente, forjando una mueca boba y estirando las manos hacia él.
El sonido de la cascada, escupiendo agua tras ellos y agitando las aguas del riachuelo, fue todo lo que se escuchó en ese instante, en el que sus manos se fundieron y la niña se puso de puntillas para que se fundiera entre ellos algo más.


((Y epa, toda tuya ♥ *se va riéndose en voz baja*))

(*muejejeje* Me he aprovechado de que me la regalas (?) y me he flipado todo lo que he podido .__.U Ciérralo ya si quieres y si no añade algo ^^”)

Cuando Nerine se acercó a él para tomarlo de las manos e inclinarse hacia sus labios, Tomas no pudo evitar sonreír levemente antes de que sus bocas chocasen en ese beso perfecto. Mantuvo sus ojos entornados, pero el lugar en el que se encontraban se seguía respirando; el muchacho sentía como si aspirase la paz de aquel rincón con cada bocanada de aire que inspiraba cada vez que sus rostros se separaban mínimamente, y podía seguir escuchando el fluir del agua y el aire rozando las hojas de los árboles.
Tardó un rato en percatarse de que había soltado una de las manos de Nerine para acariciarle cariñosamente el pelo, sin dejar de besarla y de acariciar esa mano que todavía mantenían cogida. Sin embargo, a los pocos segundos reparó en que la niña se inclinaba para poder alcanzar sus labios, y, también sin percatarse de cómo había sucedido aquello, terminó sentado con Nerine muy cerca de él, abrazado a ella como si nunca la hubiera tenido tan cerca, saboreando sus labios como si nunca antes los hubiera probado.

El tiempo avanzaba solo y Tomas sintió que se olvidaba de todo, que todas las preocupaciones, todo el mundo exterior, se iba evaporando con cada roce sobre la piel de Nerine, que acabó recorriendo por completo y aprendiendo de memoria. Se dejó llevar y su cuerpo actuó por sí solo, como si él ya no ejerciese ningún dominio sobre él, con la salvedad de que… aquella vez, al contrario que en ese recuerdo lejano de aquella tarde lluviosa bajo un puente en Mondphase, Nerine le correspondió. Las caricias y los besos se sentían de una manera más lenta y menos desesperada que esa húmeda tarde dejada atrás en el tiempo, la naturaleza seguía girando a su alrededor aunque ellos se hubiesen olvidado del lugar exterior, y Tomas supo, desde ese momento, que esperar había merecido la pena.
Era la primera vez que se había sentido tan entregado a otra persona y, lo que casi le gustaba más, sentir como esa otra persona también se entregaba completamente a él. En esos preciosos minutos, Nerine fue suya. Tan suya como nunca antes lo había sido.