Como al principio, pero peor (priv.)

Nerine soltó un bufido bajo y le dio una patada a una inocente piedrecilla que estaba en su camino, arrepintiéndose al momento, porque la muy maldita impactó contra la punta de su pie y le hizo daño. Habría soltado una maldición por eso, pero se conentó con refunfuñar en voz baja e inclinarse para masajearse el pie.
En un par de días, todo había parecido cambiar en la vida de la niña. Concretamente, desde el pasado lunes, ella misma sentía como si ya no fuera la misma persona que antes. La Nerine de siempre nunca le habría dado una patada a nada, ni habría sentido deseos de maldecir. La Nerine de siempre habría saltado sobre ella alegremente y cantando alguna canción, y habría pasado sin más incidencias y sin dirigirle un solo pensamiento más. La verdad es que aquello la frustraba un poco. Se sentía como si, desde que L la había besado aquella tarde en su cuarto, algo en su interior hubiese cambiado y no pudiera hacer nada por evitarlo.
Volvió a refunfuñar. El beso. Todo había cambiado desde el beso.
Nerine no podía negar que no había sido para nada desagradable, pero si había sido confuso. Ella tenía entendido que los besos se los daban las personas que se querían de un modo especial, los enamorados, y que querían estar juntos. Ella quería mucho a L, pero no estaba segura de nada que tuviera quever con él, y el hecho de no haber vuelto a verle desde ese día no ayudaba mucho a que la niña pudiera aclarar sus ideas.
Aquel pensamiento hizo que bajara la cabeza y soltara un suspiro, un poco mareada y entristecida, y luego siguió andando para llegar hasta su destino, dirigiendo sus pensamientos en otra dirección: Tomas. Nerine tampoco le había vuelto a ver desde el lunes, cuando el muchacho le había soltado un puñetazo a L y se había marchado por la ventana sin dar ninguna otra explicación, pero al contrario que con el vampiro, a quién no había visto porque este estaba lejos de la Academia por cuestiones personales, sabía que Tomas la había estado evitando. Nerine había intentado acercarse a él en varias ocasiones para disculparse por el incómodo rato que había pasado en su habitación, pero cada vez que lo hacía, el muchacho se marchaba antes que ella pudiera dirigirle ni siquiera la palabra. Y, la verdad, aquello que al principio le había parecido tan solo extraño, estaba empezando a resultarle molesto, porque por más vueltas que le daba, Nerine era incapaz de encontrar sola una solución, de modo que decidió ir a buscar al muchacho y, esta vez si, no dejarle marchar hasta que se dignara a responderle.
Llegó hasta el claro de las áreas verdes donde ya otras veces antes se había reunido con el muchacho. Lo había buscado por muchos lugares en la academia y supuso que ese era el único lugar que le faltaba por comprobar. Tenía que estar allí.
- ¡Tomas! - gritó, decidida, esperando una respuesta.

Tomas tuvo la tentación de dirigir su mirada hacia el suelo, creyendo que acababa de escuchar, a lo lejos, a alguien gritando su nombre. Pero era lo peor de todo que ese "alguien" tenía forma de niña alegre y risueña, tenía una voz que Tomas no dejaba de escuchar reverberando en su mente, y tenía, también, un nombre propio.
Un nombre propio que Tomas no tenía ganas de recordar.
Se recostó un poco sobre el tronco del árbol al que había subido con unos cuantos aleteos, e, intentando quitarse esa estúpida voz que lo llamaba de la cabeza, bebió un poco de una botella que sostenía en su mano. La había comprado en el pueblo la tarde anterior, sin haber mirado ni siquiera qué era. Tampoco le había importado mucho. Eso sí, fuera lo que fuese, estaba asqueroso; el líquido sabía amargo y mal, pero le ayudaba a nublar su mente para despejarse, y pensar un poquito menos en ella, para variar.
Sin embargo, en ese momento no le ayudó. Ahora, también escuchaba pasos bajo el árbol en el que se había encaramado, y al atreverse a mirar hacia el suelo... la vio. ¿O la imaginó?
A pesar de que beber aquello ya estaba empezando a afectarle al cerebro, Tomas casi podía asegurar que era real. Parecía estar buscando algo entre los árboles, hasta que sus ojos se chocaron contra los del muchacho y se quedó quieta observándolo, como si ya hubiese dado con lo que andaba buscando. Ah, claro. Porque lo buscaría a él.
Ahogando un gruñido y sujetando la botella, Tomas se puso en pie y miró hacia arriba, buscando otra rama en la que poder quedarse. No creía que Nerine tuviese ganas de seguirlo hasta tan arriba. Sin decir nada, revoloteó hasta ella, se volvió a acomodar, y pegó otro trago de la botella, esa vez, un trago tan exagerado que le dio hasta ganas de vomitar.

La respuesta que ella esperaba no llegó, pero aquello tampoco era tan extraño. Al fin y al cabo, llevaba días sin escucharle, ¿por qué Tomas iría a responder ahora? Nerine suspiró, pero no se dio por vencida y siguió buscando entre los árboles, sabiendo que, si su amigo no estaba allí, tendría que dejarlo estar hasta otro momento, y la verdad era que no tenía ganas. Nerine quería encontrarle ya.
Como obedeciendo a sus deseos, le bastó con levantar la cabeza para dar con él. Abrió mucho los ojos porque, justo cuando lo vio tumbado sobre esa rama, Tomas ya parecía haber estado un rato observándola, y porque había algo en su mirada (que era seria y era triste, como había estado durante los últimos días y ella había querido borrar) que le dijo que las cosas estaban todavía peor.
- Tomas... - repitió con un suspiro suave y una sonrisa, pese a todo, aliviada por haberle encontrado. Dio un paso hacia ese árbol, pero Tomas se adelantó otra vez y se levantó para huir de ella. Como no podía hacerlo en ninguna otra dirección, se tambaleó hacia arriba y buscó las ramas más altas. Nerine frunció el ceño.
- Bueno, ya está bien - murmuró, molesta. Avanzó con un par de zancadas hasta la base del árbol y miró hacia arriba, porque se había dado cuenta del objeto que Tomas llevaba entre las manos y del modo vacilante con el que se había movido, y aquello no le hacía gracia pero tampoco podía dejarlo así. Comenzó a trepar con la ligereza de una ardilla, y pronto alcanzó las ramas altas entre las que su amigo se había refugiado.

Tomas no escuchó el murmullo molesto que Nerine había pronunciado, pero sí llegó hasta sus oídos un alboroto en las ramas inferiores. Tensó de nuevo su postura y miró hacia abajo, viendo que la niña se había decidido a subir a por él.
No supo exáctamente por qué, pero el muchacho soltó una risita, poniéndose en pie de nuevo. Sin embargo, se movía muy despacio, lo suficientemente despacio como para que Nerine pudiese alcanzarlo, sin problemas, antes de que él se dignase a volar hasta otro sitio otra vez.
Se quedó mirándola fijamente durante unos segundos, teniendo que apoyarse en el tronco del árbol para no tambalearse. Le gustaba sumergirse en esos ojillos dorados, imaginar de nuevo la manera en la que había sentido su pelo entre los dedos... Pero, a pesar de que Tomas no estaba en sus mejores condiciones, sí que alcanzó a percatarse de que todo en ella no seguía igual. Estaba seria, muy seria, y él no recordaba haber visto nunca a aquella chica ni molesta, ni malhumorada, ni nada que no fuese alegre. Aquella escena le hacía estremecerse, aunque sabía que no tenía que ser así, que lo que quería era quitársela de la cabeza, dejar de preocuparse por ella y dejar que hiciese con su vampiro lo que se le viniese en gana.
Intentando borrar sus pensamientos, se mantuvo ocupado buscando con su mirada cansada algún nuevo sitio al que volar. Sabía que no podría huir eternamente de ella, pero en ese momento no estaba para razonar ninguna otra salida de esa situación.

Nerine terminó de trepar hasta lo más alto del árbol y comprovó, aliviada, que Tomas seguía allí y no había huído. Una ligera sensación de esperanza la inundó (al fin y al cabo, tal vez él no estuviera enfadado y todo fueran imaginaciones suyas), pero entonces se dio cuenta de cómo él se tambaleaba y luchaba por mantener el equilibrio, y toda esperanza se desvaneció.
- ¡Tomas! - gritó por enésima vez, cuando el muchacho pareció listo para tratar de huír de nuevo. Sintió ganas de lanzarse sobre él y detenerle, pero la incertidumbre de lo que habría podido hacer para molestarle tanto (y la posibilidad de haberlo hecho sin darse cuenta) la dejó clavada junto al tronco. Una nueva mirada le bastó para comprovar qué era lo que no iba bien en ese momento. - ¿Qué es eso? ¿Estás bebiendo? - preguntó, y acto seguido se mordió los labios, olvidando cualquier molestia que el rechazo de Tomas durante los últimos días le hubiera podido provocar para ser sustituída por preocupación.
Pero no era aquello lo que le hubiera gustado decirle. Ella solo quería poder mirarle como siempre y preguntar si le apetecía que fueran a recoger flores, pero no podía hacerlo mientras él estuviera tan poco dispuesto a hablar con ella, y mucho menos si estaba borracho.
Con precaución y, sinceramente, un poco (bastante) preocupada por él, soltó el grueso tronco del árbol y, sin apartar la mirada de Tomas para asegurarse que no escapaba, se sentó a su lado en la rama. Le costó toda su fuerza de voluntad, pero mantuvo las distancias y lo miró, interrogante, rezando para que el muchacho solamente no echase de nuevo a volar.

No supo por qué se quitó la idea de volar hasta otra rama próxima, pero, al escuchar cómo Nerine pronunciaba su nombre de nuevo, Tomas hizo descender otra vez su mirada hacia ella. Sabía que no había nada que hacer; seguramente, si subía más arriba, la niña lo continuaría siguiendo, y no podía bajar para marcharse andando o corriendo. En condiciones normales, descender de cualquier sitio siempre provocaba que sus alas se bloqueasen, pero ahora, además, se notaba algo mareado y confundido.
- ¿Qué es eso? ¿Estás bebiendo?
Tomas se pasó una mano por la frente, viendo como Nerine se sentaba en la rama sin apartar su mirada de él. Lejos de sentirse avergonzado o sonar tembloroso, como siempre solía sonar cuando estaba delante de ella, el chico dirigió su mirada hacia la botella y la movió levemente, como si así corroborase su afirmación.
- Sí... -musitó tan campante, mientras se dejaba caer de nuevo en la rama, con su espalda pegando al tronco. A pesar de que ya llevaba allí un buen rato antes de que la niña llegase, su voz no sonaba demasiado débil; en realidad, no había tenido tiempo de beber apenas, ni ganas. Esa bebida no le gustaba- P-pero está... asqueroso...
Entonces, mirando el interior de la botella y comprobando que le quedaba casi la mitad de su contenido, se la llevó de nuevo a los labios para pegarle otro trago.
Parecía mentira que, unos escasos dias previos a aquel, él hubiese estado en ese mismo lugar comiéndose por primera vez una inocente piruleta... y que la felicidad que había sentido aquel día hubiese durado tan poco.

Nerine observó, angustiada y mordiéndose los labios, como Tomas levantaba la botella y se la llevaba de nuevo a los labios, y a ella le entraron ganas de echarse a llorar. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿Qué era aquello tan terrible que podía haber ocurrido para hacer que todo lo que había entre ellos se estropease? Nerine recordó el día que se conocieron: había sido en ese mismo lugar, unos meses antes, y se acordó de lo difícil que le pareció ganarse la confianza de Tomas. Ahora volvían a estar como al principio, pero peor.
- Déjalo entonces - le propuso con un hilo de voz, temiendo que no le hiciera caso o, peor, se enfadase (aunque no parecía enfadado en absoluto, y aquello era confuso). - Tíralo. No te hace falta.
Lo miró fijamente y se dijo a sí misma que, la próxima vez que le dijera algo, le preguntaría por qué estaba triste y extraño. Por qué parecía no querer ni siquiera verla.

- Así que... no me... hace falta -repitió Tomas, dejando su mirada perdida por alguna de las hojas de aquel árbol, y tragando un poco de aquel líquido horroroso que le hacía arder la garganta cada vez que la atravesaba. Pero le daba igual. Y también le importaba bien poco que Nerine le hubiese hablado con ese flojo hilo de voz, casi asustada. La volvió a mirar- ¿Y qué? A tí tampoco te hacía falta estar dos días persiguiéndome, ni hablar conmigo. Ni siquiera te hacía falta un amigo más, ya tienes muchos...
Y con ese "muchos", Tomas sólo pensaba en uno concreto. Uno que no era un simple amigo como él, por cierto. Uno que era por el que la evitaba, por el que no quería volver a verla.
Frunció los labios, miró hacia la rama, y volvió a pasar una de sus manos por su frente, para retirar sus cabellos sueltos de ella. Empezaba a tener calor... y a no saber muy bien lo que estaba diciendo.

- Pero eso es diferente - masculló ella bajando la mirada, un poco avergonzada con la comparación. Ella se había pasado dos días persiguiendo a Tomas porque estaba preocupada por él, porque era su amigo y le importaba, y no le gustaba ver como él parecía querer alejarse, como si no quisiera volver a verla. Levantó la mirada con timidez, no terminando de entender sus últimas palabras. - ¿Y qué importa si tengo muchos amigos o tengo pocos? Ahora solo me importa uno. Ahora solo... Me importas tu.
Se sintió extraña después de hacer aquella confesión, diciéndose a sí misma que era diferente pensarlo que decirlo, y que ni ella misma terminaba de entender aquella diferencia tan pequeña que se hizo más notable en ese preciso instante. Miró a Tomas y todo el agobio y toda la confusión que había sentido sobre sus hombros desde el pasado lunes pareció golpearla.
- ¿Por qué? - questionó solamente. ¿Por qué huyes de mi? ¿Por qué no querías hablarme? ¿Por qué no me dices qué he hecho mal?

- Ahora solo... Me importas tu.
Parecía haberle llevado un pequeño esfuerzo pronunciar aquello, pero lo más significativo era la sinceridad con que lo había dicho, la importancia que para ella esas palabras parecían tener. Sin atreverse a mirarla, Tomas dejó la botella torpemente apoyada en la rama y ocultó la mitad de su rostro tras sus rodillas, necesitando más tiempo de lo normal para procesar esa frase, para terminar de comprenderla.
Porque en esas palabras no se escondía el nombre de ningún vampiro, de ninguna persona sustituyéndolo. Eran ella y él, y punto. Como habían sido en algún momento, cuando la amistad y nada más que la amistad los unía. Pero desde aquel día que habían pasado bajo alguno de aquellos árboles, Tomas no había podido volver a ver sólo esa amistad.
Y Nerine sí. Claro que ella sí. Porque ella era muy niña para ver algo más, porque era inocente, y todos esos motivos que él había visto en aquel momento. Sin embargo, lo más grave era que existían otros motivos.
El verdadero motivo era que, para ocupar ese puesto en el corazón de esa chica, ya se había adelantado otra persona, una persona que a Tomas no le inspiraba ni la más mínima simpatía, una persona que... una persona que estaba empezando a odiar.
Soltó sus rodillas al concluir ese pensamiento alborotado, y miró hacia un lado tomando de nuevo la botella.
- Lo quieres a él, ¿verdad? -murmuró, en voz excesivamente baja, más para sí mismo que buscando una respuesta de la niña. En realidad, no necesitaba ninguna respuesta. Dijese lo que dijese ella, ya sabía que sí.

Nerine boqueó durante un momento, porque de buenas a primeras no entendió a cuento de qué venía esa pregunta de Tomas, que no pegaba como respuesta para la pregunta que ella había lanzado antes, y después porque no supo exactamente a qué se refería con eso. ¿Si quería a quién? ¿No le había dicho ya que en aquel momento era él quién le importaba? Dedicó un minuto a meditarlo, y finalmente supuso que Tomas solo podía estar refiriéndose a L. Era lo único que había cambiado entre ellos desde la última vez que se habían visto.
Sinceramente, pero, lo encontró una idea absurda.
Ella quería a L, claro que sí. Lo quería mucho, muchísimo. Para ella, L era especial, no era un amigo cualquiera porque había muchas cosas que los unían, pero de algún modo no había tampoco nada de diferente. Ladeó la cabeza mientras miraba a Tomas y se preguntaba por qué a él, aquella idea que era tan obvia y sencilla, parecía amargarle.
- Le quiero - admitió en voz baja, aunque su concepto de querer no fuera el mismo que el de los demás. Lo miró sin terminar de entenderlo. - ¿Eso es lo que te molesta?

Tomas tragó de nuevo aquella sustancia amarga que todavía quedaba en la botella, al escuchar aquella afirmación que ya se esperaba. Pero era, igualmente, doloroso escucharla. Y aquella bebida nublándole el cerebro y provocándole casi arcadas le ayudaba a sentir menos dolor.
Entonces, determinó que inquirir algo más o tratar de responder aquella pregunta que la niña le había hecho no tenía ningún sentido ya. Porque aquel intento de amistad había perdido todo su significado para él.
- Estoy... -había tantas cosas que podían seguir a aquella palabra...
Estaba echo polvo, estaba cansado, estaba deseando partirle la cara a alguien... pero, por encima de todos aquellos sentimientos, por encima de cualquier borrachera que le nublase la mente, Tomas estaba y, quizá, estaría siempre, enamorado. Enamorado de una ilusión que había comenzado imposible, y ahora se había tornado más imposible todavía.
Determinó que sólo una palabra podía conjugar todo ese conjunto de sentimientos:
-...harto -se mantuvo en silencio por unos segundos- Porque esto no lleva a ninguna parte. Esto... esto no tenía que haber pasado.
Parecía hablar más para sí mismo que para la persona que tenía delante, que no comprendía lo que Tomas estaba diciendo, como tampoco comprendía sus sentimientos.

Nerine se mantuvo en silencio durante un buen rato, perdida, tratando de entender algo del comportamiento y las palabras de Tomas. Repitió sus frases una y otra vez en su cabeza, no dejó de mirarle y atendió a cada uno de sus movimientos, buscando algo (cualquier cosa) que le indicase que era lo que estaba haciendo tan mal con él, algo que le indicase qué podía hacer para remediarlo. Comenzó a agobiarse cuando se dio cuenta de que, definitivamente, no entendía nada (no entendía por qué Tomas se había hartado de ella. No entendía que era lo que no tendría que haber sucedido), e hizo lo único que le salió en ese momento.
Escondió la cara detrás de las manos y sollozó.
Sabía que no era justo, que ella no era quién lo estaba pasando peor allí, pero se sentía impotente porque Tomas era muy importante para ella pero no lo podía ayudar (porque ella era la culpable de su malestar, de eso no había ninguna duda), y porque le gustaría decir que no pasaba nada pero no podía porque no era así. Ella no tenía ninguna botella entre las manos y no sabía qué hacer.
- Pero yo te quiero - trató de justificarse, empleando sin darse cuenta el mismo término que cuando había admitido querer a L (porque para ella no había diferencias. Porque para ella, ellos dos eran especiales) - Yo te quiero. No es justo...

Cuando Nerine emitió un frágil sollozo, Tomas notó cómo su corazón, ya de por sí dolorido, se desquebrajaba un poco más. Quería abrazarla, y devolverle todos esos besos en la mejilla que le había dado, y pedirle que no se sintiese así, pero... maldita sea, él no podía hacer eso. Porque sería alargar más aquella agonía que lo estaba maltratando a él, porque él quería dejar de sentir todo lo que sentía.
- Pero yo te quiero. Yo te quiero. No es justo...
Y, entonces, tras ese sollozo y tras forjar una mueca de dolor a la que Tomas no se atrevía a mirar... dijo aquello.
El chico percibió como se cortaba su respiración, y cómo eso le hacía sentirse aun peor. Claro que ella lo quería; si no, no estaría allí. Pero no era ese amor que él buscaba de ella. Ese amor estaba en otro sitio.
Sin poder contenerse más, Tomas soltó su botella y se vio sumido en una fuerte oleada de rabia, de un inmenso dolor incontrolable. Estaba harto, también, de que no lo comprendiese. Se agarró del pelo con las dos manos y pareció reaccionar de repente.
- ¡Y yo, joder! -chilló, entre un entrecortado gemido. Las palabras resbalaron solas desde su boca, empujadas por la rabia y esos tragos de más que había tomado- ¡Pero... pero no lo entiendes, porque no es lo mismo...! A él lo be...saste -casi le costaba pronunciarlo- Y yo... yo estuve a punto, pero no pude, porque pensé que no querías y no iba a hacer algo que no quisieras, pero luego... a él sí lo besaste... No sé cuanto te querrá ni cuantos besos os habréis dado ya, pero a mi quererte a... secas... se me queda corto.
Se detuvo. Se detuvo, y ansió poder ponerse en pie y salir volando otra vez, evitarla de nuevo, como tenía que haber seguido haciendo antes de soltarle todo aquello que no le quería soltar. Sin embargo, su mareo comenzaba a sobrepasar límites que no le permitirían volar ni andar en condiciones. Ya había bebido demasiado.
Bajó la cabeza hasta ocultarla bajo sus brazos, y no volvió a hablar ni a realizar ningún movimiento. Sólo se escuchaba su respiración, más fuerte de lo habitual.

Los sollozos de Nerine se detuvieron en cuanto escuchó a Tomas pronunciar aquello. Aquellas palabras que, en parte, la confundían todavía más pero que, por otro lado, explicaban muchísimas cosas a las que ella había estado buscando respuesta durante los últimos días.
- Pero... Pero... - murmuró con voz quebrada, cuando Tomas escondió la cabeza entre sus piernas y se quedó muy quieto. Se irguió un poco y se acercó, suponiendo que él no se apartaría ni la apartaría a ella, porque el pobre casi no se podía ni mover. - Pero estás... Equivocado.
Se limpió los ojos de un manotazo y trató de poner rápidamente en orden sus pensamientos. Calló mientras asimilaba la confesión de Tomas ("Y yo... yo estuve a punto, pero no pude, porque pensé que no querías y no iba a hacer algo que no quisieras"), de asimilar que él había intentado... besarla... también, pero que ella había sido una idiota y no se había dado cuenta de nada.
Se preguntó fugazmente porque aquello no la molestaba. Se preguntó si realmente ella no lo habría querido para nada.
- Estás equivocado - repitió. Seguía confusa, pero estaba más confusa todavía con sus propios pensamientos que con lo que ocurría en realidad. - Yo... Yo no... Yo nunca... - hizo una pausa y tomó aire. - Yo no quiero más a L de lo que te quiero a tí - dijo finalmente, y lo dijo con sinceridad, de corazón. Porque tal vez no había besado nunca a Tomas (pero, a ver, realmente ella tampoco había besado a L en el sentido estricto de la palabra. Ella había sido la besada), pero de todos modos lo quería. Mucho. Los quería a los dos.
No entendía por qué aquello resultaba tan extraño de entender que nadie, salvo ella, pudiera verlo como algo lógico y normal. Pero lo era. Porque para Nerine (y ahora comenzaba a darse cuenta, de un modo confuso pero real), querer a Tomas y a L era, solamente, lo que tenía que ser.

Y no era que Tomas no la creyese.
No era que él no supiese que el amor de Nerine era infinito, y que seguramente tendría de sobra para toda la gente que conocía. También sabía que, si bien aquello no tenía por qué haberse precipitado y haber ocurrido ya -como él había creído en un principio-, era inevitable que contra un vampiro, por mucho que, para él, fuese un vampiro detestable, que adoraba meterse con él, que había mordido a Nerine, seguro, más veces de las que él sabía... no tenía nada que hacer.
¡Nada!
Porque, si alguna vez habían volado juntos, Tomas sabía con absoluta certeza que Nerine y Lugat no se habrían caído dándose de bruces contra un árbol. Y un vampiro tampoco se pondría tan exageradamente nervioso cuando estaba con ella. Y un vampiro tampoco habría necesitado de esa botella que él estaba tragándose por la fuerza en ese momento.
Incluso en ese estúpido día blanco le había demostrado, otra vez, que la única salida que Tomas tenía era rendirse.
¿Qué podía hacer una mísera figurita de barro contra un perfecto joyero con música?

Tomas se volteó hasta quedar sentado de lado en el árbol, con su costado pegando al tronco. Notó cómo al hacer ese gesto se tambaleaba un poco, y ahogó un leve quejido. Se agarró con una mano a la rama, mientras que con la otra continuaba sosteniendo su botella, ya prácticamente vacía. Quiso llevársela de nuevo a la boca... pero entonces se percató de que Nerine se le había acercado disimuladamente, y tenía una de sus manos casi puesta sobre la de él.
El chico acabó agachando la cabeza y haciendo lo único que era capaz de hacer en ese momento. No podía aceptar aquello que le había dicho pero tampoco tenía la suficiente valentía como para echarla de su vida para siempre, cuando la quería como nunca antes había querido a nadie.
Así que sólo permaneció en silencio.

Al final, como siempre, Nerine hizo lo que le dio la gana. Tomando el silencio de Tomas como una especie de permiso implícito para terminar de acercarse, la niña alargó la mano y, lentamente, la acercó a él hasta apoyarla suavemente sobra la suya, la mano que sujetaba la botella, intentando rodearla sin mucho éxito porque la de Tomas era más grande que la suya y la maldita botella no hacía más que complicar las cosas. Se alegró de comprobar que, aunque no ejerció ni el más mínimo de fuerza, logró evitar que Tomas se la llevase de nuevo a los labios y se preguntó si podría quitársela de una vez. Ahora que estaba más cerca, comenzaba a percibir el fuerte olor de la bebida, que le parecía extremadamente desagradable, y solo tenía ganas de apartarla de ellos para que pudieran estar tranquilos y en paz.
Tomas guardó silencio durante un rato, igual que Nerine, quién lentamente se acercó más y más hasta quedar sentada a horcajadas sobre la rama justo delante de él, y no a la distancia prudencial de antes, obligándola a estirar todo el cuerpo para alcanzar la mano de Tomas. Se mordió el labio, confusa, porque ya no sabía qué más era lo que tenía que decir o tenía qué hacer para arreglar aquello. Lo único que sabía con certeza era que no quería perderlo. No podía (de ninguna manera) perderle a él, perder su amistad, perder su compañía, porque solo de imaginarlo sentía un vacío en el que no quería ni pensar.
- Lo siento mucho - dijo simplemente, y aunque no entendía por qué, su voz todavía sonó como un sollozo apagado. Pensó vagamente que su costumbre de andar disculpándose siempre ante Tomas era bastante crispante, pero es que sentía que no podía hacer otra cosa más que aquello para tratar de hacerse perdonar. Luego pensó que no sabía exactamente por qué se disculpaba, porque al fin y al cabo todavía no entendía del todo qué era lo que había echo mal. Lo único que ella sabía del cierto era que quería a Tomas y que quería que todo volviera a estar bien. - Dime que tengo que hacer para ayudarte, y te prometo que lo intentaré.

Tomas se quedó mirando a la mano de Nerine, que se posaba sobre la suya y trataba de rodearla, y evitar que continuase bebiendo. Su tacto era suave y cálido, tal y como lo había sido siempre; un tacto que adoraba sentir sobre él y que siempre era suficiente para ponerlo nervioso. Sin embargo, quizá por el exceso de tragos que ya le había dado a la botella, o simplemente porque ya estaba cansado de tener siempre esa reacción, Tomas logró no inmutarse apenas. Sólo dejó la mano quieta, sin poder llevarse de nuevo la botella a la boca...
Al cabo de unos segundos, Nerine abrió los labios para emitir una disculpa apagada, una disculpa que no era la primera vez que escuchaba. Tomas hizo descender sus párpados con una lentitud exagerada, emitiendo un leve suspiro y queriendo decirle... ansiando decirle que no quería oirla disculparse, que, de cualquier manera, aquel hecho que él consideraba inevitable no era culpa suya. No era culpa suya que Lugat fuese infinitamente mejor que él, ni que se le hubiese adelantado.
- Dime que tengo que hacer para ayudarte, y te prometo que lo intentaré.
¿Existía alguna respuesta para eso? Tomas lo único que podía desear en ese momento era que, ya que él no iba a serlo, al menos Nerine sí que fuese feliz. Tan feliz como lo había sido siempre, aunque... aunque quisiera a alguien a quien él odiase.
Abrió los labios un par de veces antes de atreverse a hablar, y, cuando la voz se atrevió a salir de su garganta, lo hizo mirando hacia el suelo:
- Prométeme... que... no vas a dejar que te haga daño... -pero aquello no respondía de manera completa a sus pensamientos. Tragó saliva, y, finalmente, concluyó- ...y que siempre vas a ser feliz. Con eso... me vale. Yo... por mí no te preocupes. Yo me sé cuidar solo.
Aunque poco lo demostró cuando intentó ponerse en pie y volvió a tambalearse. ¿Y ahora cómo bajaba del maldito árbol?

Nerine bajó la cabeza y se quedó un poco pensativa, valorando las palabras de Tomas y muriéndose de ganas de decirle que ella sería feliz si él también lo era, y si podía estar con él como lo había estado siempre. Las palabras, pero, se quedaron atravesadas en su garganta, y se limitó a mirar como él se ponía de pie y se tambaleaba, mareado.
- Déjame ayudarte - le pidió, poniéndose de pie también, con mucho equilibrio, sobre la rama. Al mirarle, se dio cuenta por primera vez de lo pequeña que parecía a su lado, pero aquello no le hizo desaparecer las ganas de ayudarle. - A ver si te vas a caer otra vez...
Se acercó de nuevo a él con el ceño fruncido, pensando, calculando cual era la ruta más simple y rápida para alcanzar el suelo sin que él tuviera que usar las alas (porque, sinceramente, Nerine dudada que fuera capaz de coordinarse y batirlas a la vez. No después de aquel terrible olor a alcohol), y apoyó sus manos sobre el hombro y el pecho de Tomas para sujetarle y evitar que se cayera. Le dirigió una mirada tímida y precavida, todavía no muy segura de tener su permiso para hacer eso de nuevo, pero suponiendo, tras sus palabras, que al final él no estaba tan enfadado con ella como había creído en un principio.
- Vamos - lo incitó, señalando la rama que quedaba inmediatamente a la derecha y por debajo de ellos.

Tomas dejó que Nerine lo agarrase para sujetarlo y evitar que continuase tambaleándose. Acababa de decirle que no necesitaba ayuda, que podía cuidarse sólo, pero no era la primera vez que lo ignoraba al decir aquello.
La chica le señaló una rama más baja y lo animó a saltar pero, al quedarse mirando ese lugar que señalaba, Tomas vio la rama más lejana y pequeña de lo que realmente era. Además, una sensación extraña acababa de sacudirle el estómago (¡Vertigo! ¡Pero si había volado en multitud de ocasiones a una altura mucho más elevada que aquella!) Se soltó de las manos de Nerine y volvió a apoyarse en el tronco del árbol.
- No... n-no quiero bajar... -acabó quejándose, como un niño pequeño, mirando de nuevo hacia la rama y sintiendo esa misma sensación de horror aprisionándole el estómago. Tenía ganas de vomitar otra vez.

- ¿Qué? ¿Como que no? - Nerine parpadeó y miró a Tomas con confusión. Cualquier pensamiento relacionado con la tristeza o la incomodidad o el no entender de minutos antes, se esfumó de su cabeza porque en aquel momento solo importaba poder bajar. Tras un rato de observar al muchacho, y su expresión y sus gestos y su tono de voz, Nerine se dio cuenta de que, lo que le ocurría, era que tenía miedo de caerse, y aquella expresión infantil que puso, mezcla de miedo y rebeldía, se le antojó tierna.
- Vamos Tomas, no pasa nada - le dijo dulcemente, con el mismo tono de voz que hubiera empleado para convencer a un niño pequeño de comerse la verdura. - No te vas a caer, yo te vigilaré. ¿No confías en mi? - preguntó, queriendo saber cual sería su respuesta.
Se arrodilló un poco y quedó en cuclillas delante de él.

Tomas soltó un suspiro lejano, todavía mirando hacia la rama y todavía titubeando ante la idea de saltar hacia ella. Pero Nerine le había preguntado que si confiaba en ella, y ante eso tenía que responder que sí.
Asintió quedamente con la cabeza, cada vez más distraído y confuso.
- Vale...
Sin esperar a que la niña lo sujetase otra vez, decidió bajar hacia la rama que Nerine quería que bajase él sólo. Dio un paso al frente, confiando en que la rama lo iba a sujetar...
Sin embargo, la rama no estaba ahí, donde él la veía. Se necesitaba bastante más impulso para caer en ella.
Tomas supo que se había caído cuando se percató de que ninguna rama lo estaba sujetando ya. Quiso gritar o tratar de engancharse a alguna otra, pero, en vez de eso, sólo se tapó la cara con las manos -la botella había quedado lejos, tirada en la rama de la que acababa de saltar. La sensación de vértigo estaba creciendo considerablemente, y, por eso, tenía miedo. Miedo, como si de repente volviese a ser un enano asustado de todo.
Pero algo lo paró antes de caerse al suelo.
Sus alas.
De manera inconsciente, con un vuelo suave, pero descompensado y poco seguro, sus alas habían comenzado a menearse torpemente. Tomas se atrevió a quitarse una de las manos de la cara cuando dejó de sentir que caía, y tardó un rato en ser consciente de que estaba volando sin darse cuenta. Dejó escapar un suspiro de alivio.

Nerine vio, asustada, como Tomas daba un paso (así, a la ligera, porque sí) un segundo antes que ella tuviera tiempo de sujetarle para ayudarle a bajar. "¡No!", gritó, aunque el grito sonó solo dentro de su cabeza. Ella se limitó a echarse hacia delante en la rama y a estirar los brazos, tratando inútilmente de sujetar a Tomas para que no cayera.
Todas las hojas del árbol se agitaron, como estremeciéndose, y Nerine habría podido asegurar que las ramas más bajas temblaban como si estuvieran a punto de cerrarse sobre sí mismas (porque ella lo sintió, sintió que estaba a punto de ocurrir aunque al final no ocurriese, y lo sintió porque era lo que ella habría deseado que pasara). Finalmente no fue necesario, porque el muchacho se puso a aletear y evitó el golpe que, de seguro, se habría dado.
Con el corazón latiéndole con fuerza, a punto de salirle por la boca del susto, Nerine se lanzó tras su amigo a través de las ramas, apenas rozándolas, bajando todo lo rápido que pudo. La terrible certeza de saber el daño que podría haberse echo de no haber reaccionado a tiempo con sus alas la golpeó, y para cuando alcanzó el suelo, Nerine estaba a punto de romper a llorar de nuevo.
- ¡Tomas! ¡Dios! - gritó, saltando hasta el suelo, donde el muchacho acababa de aterrizar con gesto ausente, como si no estuviera muy seguro de lo que acababa de hacer. Ella apenas se detuvo un momento para comprovar, con el aliento contenido, que él estuviera bien y no tuviera ninguna herida, y luego se lanzó a su cuello y lo abrazó. - Dios, pensaba que... Tu... ¡Idiota! - dijo, entre un grito y un sollozo. Apretó los brazos un poco más, como queriéndose asegurar que él estaba bien y estaba allí. - ¡Me has dado un susto de muerte!

(no ves? Ya han bajao jajajaj!! Más rápido que de rama en rama xDxD!)

Nada más llegar hasta el suelo, ayudado por ese aleteo suave y despreocupado que lo había salvado de un buen golpe, Tomas notó cómo Nerine se le echaba encima -¿cómo habría bajado tan rápido?- y lo abrazaba fuertemente. El chico se tambaleó, mientras trataba de prestar atención a sus palabras, pero tan sólo llegó a entender su insulto y aquello que había agregado al final.
Cada vez, sin duda, estaba peor.
- Per... dón -se disculpó, sin saber muy bien qué había hecho mal como para disculparse. Sintió los brazos de Nerine cerrándose un poco más alrededor de su cuello, y tuvo que devolverle el abrazo con un pequeño temblor recorriendo sus manos- Pero... p-pero... ¿pero no querías que bajara...?
Entonces, antes de que Nerine tuviese tiempo para responder o soltarlo, Tomas perdió definitivamente el equilibrio y cayó hacia atrás.

(¡Veo, veo! La verdad es que yo lo estaba esperando, pero Neri no jaja)


Nerine se sorbió la nariz sin soltar su agarre sobre el cuello de Tomas, pero de todos modos soltó una risilla baja y nerviosa cuando le escuchó hablar.
- Claro que quería que bajaras - murmuró, todavía con el susto a flor de piel, haciendo palpitar su corazón con fuerza. - Pero pensé... Pense que... Te perdía...
Nerine no estaba muy segura de haber podido terminar de pronunciar aquella frase (aunque en realidad no tenía mucha importancia porque sabía que después de todo, Tomas no la estaba escuchando). El muchacho se tambaleó de nuevo y ella se tambaleó con él debido al fuerte agarre que ejercía sobre su cuello, y cuando finalmente cayó hacia atrás, Nerine se vio arrastrada hacia el suelo con él. Por suerte para la niña (aunque no tanta para Tomas), aterrizó sobre una superfície más blanda y segura que el duro suelo: el pecho del muchacho, pues sus brazos seguían rodeando su cuello y ahora apenas los podía mover, inmobilizados como estaban contra el suelo. Levantó la mirada hacia la cara de Tomas, preguntándose si él estaría bien, y lo vio, tan cerca y aturdido, que ella misma se lo quedó mirando sorprendida. El corazón le dio un vuelco, las mejillas se le tiñeron de rojo y se le quedó la boca abierta.