Medicina y demás remedios

Seguía pensando en cómo estaban las alas de Tomas. Por más que intentaba recordar, me resultaba difícil recordar la primera vez que volé. Recordaba lo divertido que me parecía encenderme mientras volaba y asustar a las amigas de Clío cuando era un simple niño, pero... ¿mover las alas? Me parecía tan natural como respirar. Tomé un par de plantas y las coloqué en un pequeño traste.

Tomas llegó corriendo al invernadero. Al reconocer de manera inmediata las alas de Helio, y ver que él ya estaba allí, creyó que llegaba tarde. Sin duda, se había quedado dormido.
Por la noche, y ante la advertencia de Helio de que no volviese a esconder sus alas, había estado intentando abrir un agujero en su camiseta, pequeño para que no se notase, y grande para que pudiese extender por él sus alas. Cumplir esa combinación había sido bastante complicado.
-Llego tarde; ya lo sé, lo siento -musitó a toda velocidad, a modo de saludo. Helio se giró, y Tomas continuó hablando señalando a sus alas- Es que es... imposible no esconderlas llevando tanta ropa encima -gruñó. Al menos, no se le había ocurrido hacer pruebas con su uniforme. En esos momentos, llevaba la ropa con la que había llegado por primera vez a la academia.

Lo miré de reojo. Por lo menos había seguido la primera regla que había impuesto. - Muy bien. Tranquilo, no esperaba que llegases a una hora en específico. - Indiqué una silla, mientras seguía tomando hojas y poniéndolas en el recipiente.

Tomas se sentó, dejándose caer sobre la silla y todavía respirando agotado. Sin embargo, ello no pudo impedir que el chico se interesase por ver lo que Helio andaba haciendo, entre tantas plantas, arena, y recipientes.
Cuando el silencio fue lo suficientemente largo como para agotar a Tomas, éste inquirió, despacio.
-Y... em... ¿eso que estás preparando me... curará? -curar no era la palabra que él consideraba más exacta, pero no le salía ninguna otra- ¿Tengo que comérmelo... o bebérmelo...?

Lo miré fijamente mientras sostenía el recipiente. - Es ungüento, deberás untarlo en las alas. - Le puse un poco de líquido y comencé a crear una especie de masa. - Te sorprendería la clase de "menjurjes" que teníamos en donde vivía - Lo coloqué en un frasco y me acerqué a él. - Úsalo... - Le dije mientras veía sus manos cubiertas. - Cubres... ¿todas tus extremidades?

Tomas acompañó la mirada de Helio hacia sus manos, sintiéndose algo incómodo. ¿Acaso necesitaba tener sus manos decubiertas, también, para poder volar?
-Me duelen un poco -musitó con brevedad. Cada vez le gustaba más la compañía de aquel profesor, y la ayuda que volcaba en él, pero... no tenía por qué compartir sus problemas con todo el mundo. Helio parecía dirigirle una mirada extrañada, ante la que Tomas añadió, molesto- ¿Es que tú... no te has herido nada nunca?

Me senté frente a él. - Me recuerdas... a mi cuando era un simple... mocoso. - Crucé los brazos. - Te sorprendería saber... las heridas que he provocado en mí... y en los demás, Tomas. - Guardé silencio, mientras desviaba la mirada.

Tomas observó a Helio en silencio, esperando que continuase sus palabras. A pesar de que no le había gustado esa denominación de "mocoso", su siguiente frase había sido suficiente como para que Tomas le dedicase una mirada casi apenada. Sin duda, él no era el único que había tenido problemas en el pasado.
Cuando esperó durante un largo rato a que Helio prosiguiese, y viendo que no pensaba hacerlo, Tomas trató de animarlo mientras lo miraba a los ojos.
-¿Por... qué? -fue todo lo que pudo pronunciar, al principio- ¿Qué ocurrió...?
Nunca se le había dado demasiado bien hablar o inquirir cosas. Tomas siempre prefería escuchar.

Tomé aire y me rasqué la cabeza. ¿Qué había ocurrido? - Le he mentido a mi hermana, y le he hecho creer una enorme mentira durante todo este tiempo. - Sonreí mientras mis ojos se cristalizaban. - Yo... soy un monstruo. En verdad... no quisieras saber mi pecado, Tomas. - Sonreí mientras lo veía. - Sé que lo que sea que escondas, no puede ser peor que lo que yo escondo.

Por unos instantes, Tomas sólo fue capaz de sentir compasión hacia Helio, a pesar de que afirmaba haber hecho algo terrible, a pesar de que, fuera lo que fuese lo que Helio ocultaba, no lo había llamado "despiste" o "equivocación", sino que su nombre era, directamente, "pecado" Tomas era incapaz de imaginar a ese hombre cometiendo un crimen, un asesinato, ni siquiera podía verlo gritándole a alguien. No lo conocía demasiado bien, aun. Pero se había ofrecido a ayudarle sin pedir nada a cambio.
Tomas sentía que necesitaba devolverle ese favor.
-Yo... Helio, yo no creo que seas un monstruo -intentó consolarlo- Los monstruos no ayudan al primer "niño" que se cruza con ellos. Además... todos... todos cometemos errores, y... bueno...

Me quedé callado, Tomas sin duda alguna era un joven muy inocente para seguir creyendo que era alguien "bondadoso". - Puedes creer lo que quieras, Tomas... eso no importa. - Me rasqué la cabeza y suspiré. - Ya te lo dije, me recuerdas a mí. Eso es... todo... - ¿Aceptar que era una persona noble y bondadosa? No era ni siquiera un ángel, a pesar de que mi apariencia lo daba a pensar. Estaba más cerca de ser todo lo contrario. - Debes usar eso, ¡tendré que estarte vigilando! Si no sigues mis recomendaciones, me verás molesto.

Tomas agachó un poco su mirada, y tuvo la tentación de inflar los mofletes, como solía hacerlo Nerine cuando se enfadaba. Sin embargo, debía reconocer que ese gesto quedaría un tanto extraño en él, así que no tuvo más remedio que reprimir su enfado ante la historia incompleta de Helio y el brusco cambio de tema que acababa de hacer. ¿Por qué se consideraba a sí mismo como un ser tan terrible? Tomas no comprendía nada... y no podía hacer nada para comprenderlo si Helio no quería compartirlo con él.
Tomó el ungüento que el hombre había preparado para él y asintió endeblemente con la cabeza, respondiendo así a sus últimas palabras. Pero Tomas sentía la necesidad de añadir algo más importante.
-Está bien, pero... si algún día quieres o... necesitas hablar de eso con alguien... bueno... -titubeó- A mí se me suele dar mejor escuchar que hablar. Y sigo sin creer que seas una persona tan horrible. Yo confío en tí.

Me quedé viendo al chico, un tanto sorprendido. "Confianza", confiaba en un ser como yo. - Así será, te contaré sobre ello cuando sea el momento. Y tu también me contarás a mí... - Sonreí mientras revolvía su cabello. - Gracias, Tomas... yo también confío en ti.

Tomas le dedicó una entrecortada pero sincera sonrisa. Ambos tendrían que esperar a que llegase ese momento del que Helio hablaba. Si Tomas se ponía en su lugar, sabía que él tampoco se sentía cómodo hablando de su pasado. Helio también podía querer ocultar sus pensamientos, por el momento.
Tras un breve silencio, Tomas se decidió a tomar la palabra. Aquella vez, el cambio de tema era inevitable.
-Y... ¿cuando calculas que... más o menos me... curaré para poder aprender a volar...?

Me encogí de hombros. - Una semana o dos. - Dije mientras veía de reojo las alas del chico. - Todo depende de cómo te las cuides, y si te untas eso diariamente.

Tomas asintió convencido con la cabeza.
-De acuerdo. Te prometo... te prometo que te haré caso. Quiero aprender a volar -añadió finalmente, con una fuerte sonrisa.
Tras decir aquello, tan solo se despidió de Helio con un simple:
-Te veo la semana que viene.
Y se alejó del invernadero con grandes zancadas, y una sonrisa repleta de optimismo en su rostro.