El cielo estrellado

Me quedé viendo el cielo nocturno, mientras cerraba los ojos, y me sentaba en el suelo, abrazando mis piernas. Mis alas se cerraron y sonreí mientras veía las estrellas.


Cerré los ojos y comencé a cantar. - Los fragmentos de sinnúmero de estrellas se retuercen bajo un cielo vacío.

Alguna vez dijeron que se tiene que hacer con cuidado
Y creo que no está nada errado

Tener tanto la fuerza como para poder hacerlo y poder renunciar a él
así es

Todo depende de ti, todo depende de ti
Equivocarse, es una dicha maravillosa, también

Cuando sientas que tus sueños seguirán su rumbo,
recuerda que siempre serás perdonado

Tu único y maravilloso estilo~

Sonreí mientras abría los ojos, era algo de lo poco que me encantaba haber aprendido de Clío.

Tomas vislumbró a lo lejos la azotea, aquella azotea que estaba viendo por primera vez, desde que estaba en aquella academia.
Se escuchaba una floja canción entre susurros, una canción que logró atrapar en parte su atención. Poco a poco, Tomas se acercó un par de pasos más, otros mas, y otros cuantos más, hasta ese chico que nunca había visto antes.

A su espalda se escondían un par de alas blancas, como las de un ángel; unas alas que habían conseguido sacar toda la sorpresa de sus ojos. Tomas nunca había conocido a ningún chico con alas como él, a pesar de que las suyas no se aparentaban ni por un asomo a las de un ángel; eran oscuras y lo suficientemente pequeñas como para ocultarlas bajo cualquier ropa que vistiese; por eso prefería esconderlas...

Tomas rompió sus pensamientos cuando el chico finalmente pareció percatarse de su presencia.
Abrió los labios, pero no salió voz de su garganta. No sabía ni siquiera qué decirle.

Miré de reojo a la sombra que estaba ahí. - Bueno, ¿quieres darme la cara? Di algo, no te voy a comer... es posible que te mate. - Me rasqué la nuca, y vi como el chico castaño temblaba, con los ojos abiertos completamente. - ¡Por supuesto que tampoco te mataré! Sólo bromeaba... jaja - Fingí una risa y lo miré fijamente. - ¿Y bien?

Tomas se acercó despacio, temiendo ante la macabra broma que ese chico acababa de pronunciar. La imagen impaciente del muchacho le hizo sincerarse, pronunciar una frase que se había guardado para sí, una frase que no quería pronunciar en voz alta.
-¿Tú... sabes volar?
Nada más expulsar aquellas tres palabras de sus labios se sintió como un auténtico idiota. Seguramente su acompañante le respondería con alguna nueva broma sobre asesinatos y cosas por el estilo.

Sonreí mientras bajaba la mirada. - Claro que lo sé... es raro que un ser de fuego como yo, lo sepa... es un don o algo así. Por algo me dieron las alas... - El niño bajó la mirada... guardé silencio, si Clío estuviese cerca, estaría ahorcandome en ese momento por haber bromeado de tal forma con él. - ¿Por qué la pregunta? - Arqueé una ceja mientras lo veía fijamente.

Aquel era, sin duda, un tipo bastante interesante... ¿controlaba el fuego y era capaz de volar? Le gustaba esa combinación, aunque debía admitir que le había sonado bastante extraña.
Pero si había algo más extraño que eso era que Tomas, que sí controlaba un poder más acorde para poseer alas, ni siquiera supiese hacerlas moverse a la vez.
Sin embargo, aquella última cuestión consiguió incomodarlo. El por qué de su extraña pregunta era de esperar, pero Tomas no tenía ninguna respuesta preparada ante ello. Suspiró y se dejó caer, también, en el suelo de aquella azotea, sabiendo que no tenía más remedio que ser sincero.
-Tenía... curiosidad -intuyó que aquello no sería suficiente para responder, así que tomó aire y prosiguió con la parte que más le costaba- Yo... controlo el viento, y... también... tengo alas. Pero nunca he sabido usarlas.
Supuso que, tras sus palabras, seguramente el chico estaría buscando las alas que le había mencionado, unas pequeñas alas que Tomas siempre había mantenido escondidas bajo cualquier ropa que vistiese.

Sonreí mientras miraba al chico, ¿tener alas y no saber usarlas? Mi sonrisa se borró al recordar que yo tenía más de 100 años de vida. Miré el cielo molesto. - Es... como todo. Te costará trabajo, pero... no lo olvidarás. Eres un niño aún. - Miré como el niño me miraba fijamente. Habría pensado que me diría cualquier otra cosa: "¿puedes mostrarme el azul del cielo?", si, eso era lo más común, por lo menos, siempre me lo pedían, pero... ¿que el tuviera alas? Suspiré. - Escucha... soy el profesor de jardinería, hermano de la ninfa que da clase de cocina. - El niño seguía viendome sin entender. - Ah, está bien... te ayudaré si quieres...

Tomas no sabía quien era la ninfa encargada de enseñar clases de cocina -todavía continuaba sin conocer a todos los profesores y alumnos de la academia-, así que asintió mudamente cuando el profesor le dio aquellos breves datos.
Sin embargo, estaba demasiado ocupado rememorando una frase anterior como para prestarle atención a sus últimas palabras. Sintió como una pequeña oleada de rabia lo atravesaba de arriba abajo; odiaba que siempre estuviesen quitándole años.
-No soy tan niño -le espetó, creyendo que lo había llamado niño por su apariencia física, y no por la elevada edad que al principio no sabía de su acompañante- Tengo 21 años, aunque parezca... pequeño y... bajito, y... todo lo que tu quieras...

Sonreí. - Lo siento... para mi eso es... aún la niñez. Supongo que... te diré... joven, ya que no sé tú nombre. - Me señalé mientras lo veía. - Soy Helio, por cierto.

Tomas se atrevió a dejar asomar una sonrisa.
-Vale, eso de joven... me gusta más -admitió, todavía sonriendo- Yo soy Tomas, un placer.

- Entonces... - Dije mientras me levantaba. - ¿Quieres que te enseñe a usarlas? - Dije mientras lo señalaba. - Debo aceptar que me es curioso el que un... joven como tú tenga alas. Pero, bueno... todos tenemos secretos, puede que me lo digas después.

Tomas agachó la cabeza. En realidad, existía una razón por la cual él poseía esas alas, pero no se sentía con fuerzas como para compartirlo con Helio, a quien acababa de conocer. Si había alguna razón por la que las mantenía tan ocultas, era porque todavía le traían demasiados recuerdos de su madre.
-Bueno... si... no te molesta... sí, me encantaría que me enseñases a usarlas -murmuró, desabrochándose el chaleco de su uniforme ante la atenta mirada de Helio, que no parecía entender lo que estaba haciendo- Son... son bastante diferentes que las tuyas, pero... pero todas funcionan igual, ¿no?

Nada más terminar de pronunciar esas palabras, se colocó de espaldas a Helio y se levantó la camiseta lo suficiente como para poder extender un par de alas negras. Hacía tanto que no las desplegaba... casi no podían moverse de lo atrofiadas que parecían estar.
Sus alas eran las típicas de un murciélago, con una peculiar linea verde surcando sus extremidades. Tenía unas alas raras, y lo sabía. Toda la academia se le habría quedado mirando si las hubiese llevado desplegadas desde que estaba allí.

Un chico avergonzado de sus alas... lo miré molesto un par de segundos. Me acerqué y estiré sus alas. - Uno no debe avergonzarse de lo que es... sea lo que sea, te haya pasado lo que te haya pasado... no debiste avergonzarte de lo que tenías, mucho menos esconderlas. - Estaban bastante mal, las moví un poco. -Dime si te duele.

Tomas agachó la cabeza, notando como Helio empezaba a toquetear sus alas, extendiéndolas y acortándolas. Tal vez llevase razón... Quizás hubiese sido demasiado cobarde manteniéndolas ocultas, sin querer enfrentarse a sus recuerdos...
-¡Ay! -gruñó, de repente, cuando uno de los movimientos de Helio le causó dolor. Logró que se detuviese por unos segundos.
"O quizás el error es esto" continuó meditando Tomas, mientras ahogaba un suspiro por lo bajo "Quizá el error es pretender utilizar mis alas después de tanto tiempo"

Suspiré. - Podría ser peor. - Retrocedí un poco y lo vi. -No puedo arriesgarme, el hecho de que duela es bueno... y no tan bueno. Pero, para asegurarnos... muevelas. - Dije mientras cruzaba los brazos.

-¿Que... las mueva? -repitió, como si Helio le hubiese propuesto que echase a volar en ese mismo instante. El profesor pareció asentir con la cabeza, mientras Tomas obedecía su orden, como buenamente podía. Por más que se esforzó, era incapaz de coordinarlas. Supuso que aquel error sería grave.

Tomé su hombro. - Detente. - Dije mientras volvía a ver sus alas. - Tendremos que curar las heridas. Tendrás que esperar un rato antes de que te enseñe a usarlas. - Dije mientras sonreía. Sus alas estaban heridas, pero no estaban completamente perdidas, el hecho de que le doliera era la buena señal, pero si no las cuidaba como debía, podía empeorar. - Y por favor, no las escondas... te estaré vigilando. - Dije mientras cruzaba los brazos. - Por ahora, creo que está bien que las dejes "respirar", pasa al invernadero en la mañana. Te daré unas hierbas

-De acuerdo... -murmuró, aceptando así todo lo que Helio le había dicho. Se había portado tan bien con él... y a pesar de haber tenido sus alas abandonadas durante tanto tiempo, se había ofrecido sin dudarlo a ayudarle.
Tomas agachó la cabeza y susurró, casi con voz más floja que antes:
-Gracias... -logró sonreír levemente, sintiendo que hacía mucho tiempo que no pronunciaba esa palabra- Muchas gracias.