Despacho de Yuki

Miró a Yuki con muy mala cara después de su comentario - Si claro, sabéis que no os podéis pelear aquí dentro y os peláis. - los miró a los dos - Pues muy bien, haced lo que os de la gana - se va volando hasta delante de Yuki y lo apunta con el dedo - No me pidas que te vuelva a ayudar nunca. - Se va hacía Caelan - Te doy permiso para fumarle en la cara. - Dicho esto les gira la cara a los dos y se va por la puerta dejando sus papeles en el escritorio de Yuki.

Cuando Aiwe se fue, indignada, Caelan se rió a carcajada limpia todavía desde el suelo.
- Vaya, "blanquito" - dijo, pronunciando el mote con rentintín. - Parece que tu chica se ha enfadado contigo.
volvió a reírse al ver la cara desencajada de Yuki, y se planteó seriamente el volver a sacar el cigarrillo ahora que tenía el "permiso" de Aiwe, pero luego pensó que, si estaba permitido, no tenía tanta gracia, y no lo sacó. Se quedó mirando a Yuki con sorna.

Yuki se quedo sin habla, Aiwe se había molestado muy seriamente con él. Miró muy fríamente a Caelan y le dijo:
- No es MI chica... remalcando el mi.
Miró todo el desorden que había en el despacho. Aiwe se había enfadado con él y sabía que no lo ayudaría a recoger todo el estropicio. Quería correr para alcanzarla y pedirle disculpas, pero no quería dejar a Celan solo en su despacho. Estaba echo un lío. Quería desconectar un rato.
-
Creo que esta noche iré al pueblo a pasear. Yuki miró a Caelan y maldijo haber aquello en voz alta. Sabía de sobra a lo que tentaban esas palabras, y esa noche no estaba él para coger una cogorza precisamente, ya que luego acababa muy mal y no lo cuidaba nadie, solo Aiwe. Y en estos momentos la chica estaba de muy mala ráfaga y sabía a ciencia cierta que tardaría unos días en hablarle.

Caelan se rio. Le hacía gracia ver a Yuki molesto, y sabía lo mucho que lo molestaba que lo emparejaran con Aiwe, su amiga de toda la vida.
- Creo que esta noche iré al pueblo a pasear.
- ¡Perfecto! - sonrió, levantándose de un salto, y se acercó a Yuki, rodeando sus hombros con el brazo. Miró a su alrededor, el despacho desordenado, y supo que lo mejor era largarse de allí antes de que el recto profesor le pidiera ayuda (aunque, por supuesto, no se la prestaría). Lo miró con una sonrisa que no admitía réplica. - Pasaré a buscarte a las nueve. Si estás en la cama, te sacaré de ella y te tocará ir en pijama. No te escondas, porque te encontraré. ¡Hasta la noche! - gritó, soltándole. Se dirigió a la puerta y, una vez fuera, ya solo y en paz, fumó.